En las acaloradas discusiones que ha traído el proceso de paz con la Farc y el próximo plebiscito para su referenciación, es muy común escuchar calificativos totalmente despectivos y peyorativos para con quienes van a dejar las armas con la esperanza de vincularse a la vida civil. Guerrillo, asesinos, narcoterroristas, son las palabras más usadas. Es cierto que este grupo armado ha causa un gran daño al país, eso no se puede negar, pero tampoco se puede negar que ellos, al momento que dejen sus armas y se desmovilicen serán colombianos también, con igual de derechos que todos.
Es fácil decir SI, más fácil aun es decir NO, pero lo realmente difícil para nuestra sociedad es aceptar a esta población, que pasará de ser guerrilleros a convertirse en un grupo de población vulnerable, que necesitará de todo un aparato estatal, más nuestra colaboración, para ayudarlos a vincularse de nuevo en la vida civil.
Es en este punto donde probamos verdaderamente nuestra dignidad humana, nuestro valor al perdonar y ratificar nuestra esperanza de que creemos que podemos construir una nueva Colombia. Es aquí donde el que se dice llamar cristiano ejerce realmente su fe en los principios de amor y compasión, aquí es cuando los que se hacen llamar intelectuales demuestran las diferentes teorías sociales y educativas, es aquí, donde los que creen en ser generosos tiene la oportunidad de dar algo que no les sobra.
Esos 17 mil desmovilizados una vez fueron niños, quizás reclutados violentamente. Muchos habrán nacido siendo guerrilleros, muchos son ahora mujeres y otros aún son adolescentes, niños y ancianos. ¿Que nos diferencia de ellos? Yo creo que las oportunidades. Haber nacido en el campo Colombiano entre 1930 y el 2000, es casi como estar ya predestinado a ser desplazado, a ser pobre, a ser masacrado y si se tiene suerte a conservar la vida y a tener un salario siendo guerrillero. Esas son las oportunidades de los campesinos colombianos. Porque si eres colaborador del ejercito te matan y si zapeas también, sino pagas vacuna te matan y si te niegas a cultivar coca en tu tierra también, si no entregas tu tierra te matan y si te quedas a trabajarla también. Qué precariedad de vida en nuestros campos. ¿Dónde está el estado? ¿Dónde estamos todos nosotros que vivimos cómodamente en las ciudades? Nuestra indiferencia también es cómplice de la desigualdad. Los políticos no son todos los corruptos. Corruptos somos todos que los elegimos, esperando que nos paguen con favores, con un puesto o con un contrato. Eso también nos hace cómplices de la precariedad del campo colombiano y de la sangre derramada por décadas.
Es hora de enmendar nuestros errores. Pensamos que el desmovilizado es el único que debe pedir perdón y ser perdonado, pero somos nosotros también grandes culpables. Nosotros también tenemos responsabilidad de esas masacres y desplazamientos, porque con nuestro voto, nuestro silencio, nuestra indiferencia, dejamos que todo eso pasara delante de nuestros ojos. Los que tenían tierras justificaban las masacres en nombre de la seguridad, los que no teníamos nada simplemente nos resbalaba porque mal que mal, los frutos del campo siempre los conseguíamos a buenos precios en la galería.
Es hora de reconciliarnos, de construir la verdadera paz, no solo con palabras, sino también con acciones. Quizás a los trabajares corrientes nos tocará recibir y capacitar algunos de estos nuevos colombinos, a los empresarios les tocarán pensar e idear nuevas formas de empleo, los estudiantes tendrán compañeros de estudio, que pasaron de portar un fusil a portar un libro, a los que caminamos por la calle o montamos en un bus, quizás nos topemos de frente con uno de ellos, y quizás reconozcamos en su mirada las heridas de la guerra, pero en el mejor de los casos, quizás, no notemos nada y nos devuelvan una sonrisa.