Yo creo que todos esos manes que se ponen a favor del golpeador, cuando hay un escándalo de maltrato a una mujer, son golpeadores. Se sienten identificados con los agresores. Saben de su machismo y por eso siempre van a estar de acuerdo con el man que, lleno de celos, de ira, de impotencia, cachetea, dispara, descuartiza o empala a su compañera. Los que por pura ignorancia descalifican el término feminicidio diciendo que es el capricho de una feminazi drogada, no saben que es la palabra que tipifica el crimen que sufre una mujer sólo por su género. Y esto fue lo que le pasó a Valentina Trespalacios. La mataron por ser mujer. Después de ver los videos divulgados por la revista Semana hay una altísima probabilidad que fue su novio, 40 kilos más pesado que ella, 50 centimetros más alto, con muchísima más fuerza, quien la golpeó y luego la estranguló con una cuerda. Según testimonios de las amigas de la DJ el man era un celoso de miedo, un mentiroso compulsivo quien la enredó por Tinder, le mintió sobre sus finanzas y ni siquiera le contó que en Texas tenía una esposa y tres hijos. John Poulous era otro macho promedio.
Y en redes sociales están crucificando a Valentina por su belleza. En redes sociales hay mucho man que no la baja de prostituta. En los corrillos de las oficinas se escucha el murmullo de “¿Quién sabe qué le hizo que lo enfureció tanto?” El video de Poulous sacando la maleta del Airbnb que había alquilado al norte de Bogotá y en donde se nota que estaría cubriendo con una toalla la cabeza de la DJ sólo ha despertado más morbo y ha revictimizado a la mujer estrangulada. Incluso a algunos les molesta que hablen del talento de la mujer a la hora de pinchar discos, de hacer mezclas.
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En redes sociales están crucificando a Valentina por su belleza. En redes sociales hay mucho man que no la baja de prostituta. En los corrillos de las oficinas el murmullo “¿Quién sabe qué le hizo que lo enfureció tanto?”
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En Colombia, como en casi todos los países de este mundo cruel, se odia a las mujeres. Hay una licencia de matar a la que pone cachos. El crimen pasional es solo un estado de locura y no debería dar cárcel piensa más de un sicópata. Una mujer operada, que exhiba sus atributos en redes sociales no es más que una prepago. Y las prepago mueren. Nosotros somos una especie de Arabia Saudita más pobre y más mala. Conozco manes que, ante la mínima sospecha de ver un ladrón en Transmilenio, se abalanzan sobre este y empiezan a dar las primeras patadas de un linchamiento. Ellos mismos son los que están hablando de que no podemos juzgar al gringo, que él tiene derecho al debido proceso, que tengamos en cuenta que no tiene traductor, que pobrecito el lío en el que está metido y él tan lejos de casa. Para defender al macho que mata por ser macho si hay que tener prudencia y distancia. Dan asco.
Incluso hablan de que quien la manda a meterse con gringos en Tinder, como si los colombianos no mataran a las mujeres. Que le diga eso a los familiares de Rosa Elvira Cely, de Yuliana Samboní, que se lo repitan a Natalia Ponce de León, todas esas mujeres agredidas por machitos colombianos. ¿Es tan difícil ponerse del lado, por una vez en la vida, de la víctima? ¿Son masculinidades tan frágiles que no pueden, por un momento, soltar el rol de charro mexicano vengador de infidelidades y escotes?
Twitter es una maldita porquería y, por mi ulcera, debería dejar de verlo y ponerme a ver mejor al sol estallando sobre las increíblemente despejadas montañas bogotanas.