Durante la final de la Champions League del 2016, Gianluigi Buffon, el mejor arquero italiano de la historia, dejó el entrenamiento previo al juego para saludar a un amigo amado. Buffon era un joven de 18 años cuando coincidió con Faustino Asprilla en el Parma. Era un equipo de la segunda división del Calcio recién ascendido cuando el Tino fue contratado. Fue la locura. Sus números empalidecen con los de Duvan o Muriel, pero era el juego, más que sus goles, lo que enloquecía a los italianos.
Buffon disfrutó de la alegría y por eso lo dejó todo para abrazarlo. Atrás quedaban todas las bromas pesadas. El Tino para el campeón del mundo era un ídolo y así se lo demostró. Asprilla tuvo una adaptación extraordinaria en Italia. Por mucho que critiquen su pronvincianismo y su manera de hablar, pero ningún jugador colombiano llegado a Europa había tenido ese grado de compatibilidad con un equipo. Bueno, hasta ese momento los únicos que habían llegado a ligas profesionales y top eran Miguel Guerrero, Palomo Usurriaga, Andrés Escobar, Pibe Valderrama, Leonel Álvarez, René Higuita y JJ Trellez. Ninguno fue ídolo por no decir que todos fracasaron.
Todos los grandes que pasaron por el Parma recuerdan con cariño y respeto al colombiano. Todos coinciden en que era genial dentro y fuera de la cancha. Hernán Crespo tenía 22 años cuando llegó al elenco italiano. En las concetraciones tenía que aguantarse que Asprilla le echara sal a su café como una de sus bromas pesadas. Indignarse con Asprilla por hacer bromas era tan inútil como perder la paciencia con el viento por despelucarnos. Abel Balbo fue mucho más allá.
El Tino llamaba a su amigo Caremonja desde Italia y le pedía que le contara chistes. Asprilla, sin importar que Balbo estuviera compartiendo su cuarto lo despertaba y le contaba, entre risas, el chiste. Literalmente lo volvía loco. Para él no existían límites ni responsabilidades así tuvieran un partido crucial. Balbo, un ídolo de la selección Argentina, tuvo que pedir en su momento un cambio de habitación para que Asprilla lo dejara en paz.
En Inglaterra, cuando fue contratado por una cifra record por el Newcastle, el Tino también supo ser genio y figura. Allá todavía recuerdan sus travesuras. Es pasado el medio día y es sábado. 1996. Febrero 10. Middlesbrough, Inglaterra. El camarero se acerca a Faustino Asprilla y pregunta con un español destartalado que con qué va a acompañar su plato fuerte. “Wine, please”, dice el Tino en el mejor inglés posible. Le pide una copa de vino tinto.
El dueño del Newcastle United, Freddy Shepherd, que se encuentra cerca del Tino, clava su mirada en el jugador --la reciente incorporación del equipo, la más cara en su historia, 6.7 millones de libras esterlinas—y suelta un grito que se escucha en medio restaurante. What? Faltan 3 horas para que el Newcastle enfrente al Middlesbrough por la fecha 25 de la FA Carling Premiership.
Rob Lee, Peter Beardsley, Les Ferdinand, Steve Watson y otros integrantes del equipo departen con el técnico Kevin Keegan, quien, apenas ve a al mesero vertiendo un poco de Chateau Villars en la copa del jugador que él mismo había sugerido para reforzar al United, se dirige a la mesa donde está Asprilla.
--Are you going to drink wine? What if you have to play later?- Las preguntas, en forma de regaño, eran claras: que si en realidad iba a tomar vino, que qué pasaba si tuviera que jugar en un par de horas.
-- No va a pasar ná, boss – responde el Tino y recuerda que el técnico le había dicho que lo más seguro era que no lo iba a incluir para ese partido. Había volado desde Parma, Italia esa misma mañana. Por su cabeza no pasaba la idea de jugar.
Faustino Asprilla llegaba a Inglaterra con 25 goles marcados con el Parma pero con fama de rumbero e indisciplinado. Prensa, hinchas y directivas le habían advertido a Kevin Keegan. Le habían repetido una y otra vez. Que comprara un defensa central en el mercado de invierno. Que ya era suficiente tener a Ferdinand y Beardsley en el ataque. Que 47 goles en 24 partidos comprobaba que tenían la mejor delantera de todo el campeonato. Que el equipo iba a salir campeón así. Que 12 puntos de diferencia sobre el Manchester United demostraban que el Newcastle no tenía por qué inventar una nueva formación.
Pero esa tarde parecía que la sal estaba echada. Segundo tiempo. El Newcastle jugaba mal. Los tenían metidos atrás. 1-1. Necesitaban contraatacar. Necesitaban a alguien que desbordara por derecha e izquierda. Alguien que gambeteara como Johan Cruyff. Keegan piensa. Asprilla, el Tino Asprilla. Pero tiene dos vinos en la cabeza… Come in. Minuto 67.
Antes de firmar contrato con su nuevo equipo, el Tino le preguntó a Freddy Shepherd que en qué parte de Londres quedaba Newcastle. Con la promesa que estaría cerca de la City, lo habían convencido dejar el norte de Italia por un salario de 30 mil libras esterlinas a la semana, el más caro de toda la liga inglesa según The Telegraph. Al delantero de 26 años le habían dicho que podía irse de compras a la estrambótica Oxford Street cuando quisiera. Que podía rumbear en la pomposa discoteca The Cross en Candem. Que podía coger fácilmente un avión de vuelta a Colombia.
Pero lo que no sabía es que iría a parar a una ciudad de 250 mil habitantes y a 443 kilómetros al norte de Londres. Newcastle, la tierra de los geordies, famosa por ser una de las más rumberas en el Reino Unido.
Al Tino le contrataron un traductor que funcionaba como su sombra. Nick Emerson le acompañaba a los entrenamientos, al supermercado, pedía todos sus platos en los restaurantes. Le enseñaba inglés. Pero también se iba de rumba con Asprilla, bebía aguardiente con él, traducía sus piropos a las jovencitas que conocía rumbeando en el entonces famoso Julies Club, y escoltaba al Tino en los bacanales que organizaba en su casa en Woolsington.
Cuenta Nick que la primera vez que salió a rumbear con el Tino una mujer le mostró sus senos al futbolista en plena calle. El traductor pasaría a buscarle a la suite 401 del Gosforth hotel, donde Faustino se hospedaba. Se encontrarían con David Ginola, Keith Gillespie, John Beresforth y otros integrantes del equipo en el Quayside, una de las zonas más famosas de Newcastle a orillas del río Tyne.
Cuando se bajaron del taxi, dos mujeres, dos geordies, deambulaban detrás de Asprilla. Al percatarse que al frente de ellas iba el delantero vistiendo un estrafalario gabán gris, el mismo que portaba cuando llegó a Inglaterra, una de ellas gritó “Tino, Tino!”. El Tino se volteó y la chica se levantó el brasier.
-- Uy, qué bizcocho—le dijo Asprilla a Nick Emerson.
Sin embargo, Nick recuerda que la fiesta más loca que tuvo con el Tino fue a final de la temporada 95/96. Como en una premonición, el Newcastle había fracasado. Había perdido la liga a manos de los Diablos Rojos. La prensa, los tabloides británicos, señalaban al Tino como uno de los responsables del desastre. Su indisciplina le había pasado factura al club. Nick dice que eso no era verdad. Pero el jugador, a pesar de las críticas, no abandonaba las canchas del aguardiente.
El Tino había invitado esa noche a varias muchachas geordies – las mismas que se bañan de base de maquillaje, rubor, se tatúan las cejas— con las que se revolcaba; le había dicho a Beresforth, Gillespie, Ginola que los esperaba en su casa para tomarse unos traguitos y bailar una salsita; había mandado a traer amigos y chicas de Colombia.
“Me acuerdo que ese día se le derritió el equipo de sonido”. Nick cuenta que el Tino – con varios litros de alcohol en las venas—dejó algo encima del equipo que se fundió. Y el aparato corrió la misma suerte. “Estaba muy borracho. Esa noche el Tino y su combo desocuparon más de 20 botellas de aguardiente, vodka y ginebra”.
Inclusive Dylan Younger, exeditor del diario Sports Sun, quien conoció al Tino a través de su esposa, contó hasta dónde llegaba Asprilla cuando se le prendía la aguja y parrandeaba.
“A mí me contaron que una vez hubo daños por más de 30 mil libras esterlinas en una rumba en la que el Tino participaba. Él es una de las personas más locas que he conocido en toda mi vida”.
Un año y tres meses después del fracaso de no ganar la liga, un miércoles de septiembre de 1997, el Newcastle recibía al Barcelona de Figo, Luis Enrique, Rivaldo, en el St. James’ Park. El nuevo técnico del equipo, Kenny Dalglish, había convocado una reunión previa al partido. Pero Asprilla no apareció. Y Dalglish estaba furioso. Lo iba a echar del equipo.
“Había rumores de que (El Tino) estaba con dos mujeres: una inglesa y una colombiana”, le dijo el periodista Mauricio Silva al programa Sporting Mavericks.
El Tino cuenta que Dalglish fue a hablar con él. “Se enojó, no le gustó. Yo creí que no iba a jugar ese día.” Pero como si evocara las decisiones de su antecesor, como si supiera que el Tino se alimentaba de su indisciplina para jugar a la pelota, ese día Kenny Dalgish lo puso a jugar. Y ese día, ese bendito día, el Tino le regalaba al Newcastle una tripleta y el mejor partido en la historia del club. Dios vivía en el norte de Inglaterra y le decían “Tinou, Tinou”.
Artículo original de Juan Trillos publicado en el 2017