Me gusta el fútbol: verlo, jugarlo, conversarlo-analizarlo. Y ya es hora de escribir esta protesta contra el narrador de los partidos de la selección que parece rezando, implorando cual viejita camandulera, marrullera y bien goda, cuando juega Colombia. Es ligero para descalificar al contrario y vanagloriar al equipo propio, síntoma del maniqueísmo y la demonización que tanto caracteriza a nuestro país.
Este narrador se equivoca en todo momento por su excesivo apasionamiento que es sinónimo de ceguera y parcialidad. Como si los que viéramos fútbol fuéramos todos brutos, cristianos y rezanderos. ¡Qué mal ejemplo de uso del lenguaje y de mediocridad narrativa el que hay que soportar escuchando esos partidos! Esa manera que tiene el señor Javier de narrar es sintomática de la mentalidad promedio del godo recalcitrante: todo es fe, el contrario es el malo, y, lo que es más insólito y se lo escuché ayer en el partido Brasil-Uruguay: “es desordenado como su pelo”, hablando con evidente resentimiento contra el brasilero David Luiz, que le hizo tremendo gol de tiro libre a Colombia en el último mundial.
Esa manera de descalificar nos es para nada objetiva y sí muy mediocre. Parece este señor un troglodita de la edad media que apenas le dan un micrófono sale de su caverna a decir sandeces y a recomendar en pleno partido novelas y reality shows desabridos y fuera de todo contexto. Se le nota que no lee nada, ni siquiera de futbol, por eso sale a rezar y a encomendarle la selección a Dios, la virgen y todos los santos. Y ojalá lea esto para que sepa que no todos los colombianos cebamos y engendramos la misma manteca de él.
Ojalá transmitieran los partidos en otro lado para no soportar tanta colombianidad, es decir, ceguera. Y para no escuchar a este señor descalificando al rival, así mismo como los políticos y medios de comunicación descalifican al opositor, al contrario, al diferente. Y para no quedar con el oído aturdido con ese tono de pastor barato que no narra.
No se le escucha ni un comentario objetivo, con criterio y conocimiento de causa. Todo es un aullido ensordecedor que a veces ni deja ver lo que pasa en el juego. Ante el vacío de comentarios certeros más bien se pone a saludar a los soldados, como buen patriota. Se ve que sigue un libreto político más que deportivo. Si lo escucha una persona ilustrada y extranjera va a corroborar el epíteto que cargamos de república bananera. Y hasta aquí dejo la diatriba.