Los seres humanos somos esencialmente entidades en deriva, arrojados al mundo común en los accidentes del tiempo y el espacio que nos acoge. Entre las realidades que nuestro chapoteo histórico ha generado se cuentan las ciudades, con sus muy diversas formas sociales; allí nos hemos acostumbrado a adueñarnos del mundo como cosas, como si el mundo fuera nuestra propiedad; en esa narrativa las civilizaciones citadinas no solo han labrado su crisis funcional, si no que hoy ponen en riesgo la subsistencia planetaria. Para avanzar en hacer balances comencemos por decir que los criterios de comprensión de la ciudad y de la vida urbana suelen ser muy disímiles y generan persistentes desacuerdos.
Hay aproximaciones a las ciudades que se concentran en la idea de número de habitantes; se afirma que las urbes implican principalmente un estándar demográfico y de concentración del hábitat. Hay también criterios culturales que relevan la diferencia de modos de vida y las posibilidades citadinas de libertad y creación en encuentro y comunicación. Es muy común la asignación positiva de las ciudades como comunidades políticas, de ejercicio de democracia y civismo que devienen en centros de concentración de poder. En ese mismo sentido, se piensan las villas como espacio común, reconociendo en ellas un sistema de lugares significativos: vivienda, vecindario, barrio, calle, parque, avenida, centro de trabajo, comercio, servicios, administración y gobierno, entre otros aspectos urbanísticos. Especialmente en el período de modernidad industrial, es muy fuerte la idea de los centros urbanos como lugares de producción económica de carácter secundario y terciario; la industria y los servicios se concentran en las metrópolis.
En síntesis, las urbes son históricamente creaciones humanas y se han configurado como espacios artificiales, gobernados por la lógica económica, política, sociocultural, que hace énfasis en habitares antropocéntricos; sin embargo, es necesario recordar que las realidades urbanas están situadas en la tierra, en los suelos, son arropadas por atmósferas, cielos, firmamentos; existen en un ambiente, consumen oxígeno, clima, fenómenos que median y contribuyen a solventar las vidas que no solo son centradas por el habitar humano, ¿Dónde quedan los bosques, los ríos, los tejidos vegetales, los seres vivos de otras especies, las otras existencias espirituales?, todas ellas a veces acalladas, objetivadas, externalizadas a los modos citadinos, operan como mediaciones del sentido compartido, del destino colectivo, de los referentes que sostienen el habitar y que son siempre posibilidad de otras prácticas y otras narraciones de la experiencia vital.
Asistimos a un gran desborde de ingobernabilidad urbana en el contexto de la globalización
Hoy asistimos a un gran desborde de ingobernabilidad urbana en el contexto de la globalización, emergen regiones de ciudades dispersas transformadas por la cuarta revolución industrial y por el cambio en los modelos de gestión de conocimiento, en la emergencia de la tecnología digital y el virtualismo estético. Ya no tenemos urbes vinculadas a un solo Estado, si no a sistemas inter y trans urbanos, estamos conectados al sistema urbano global, con varios Estados y varias corporaciones privadas que son transversales. Las ciudades se esfuerzan para volverse clúster, destino imaginado, para conectarse con el sistema de producción global, haciendo espejo con otras fronteras que signifiquen intercambio humano, pero recurrentemente olvidando los límites ecosistémicos que se presentan. En ese horizonte, hay en el habitar urbano tantos desacuerdos como énfasis vitales existen, pero uno fundamental es la tensión entre el antropocentrismo y el reconocimiento de otras variables de existencia en los entornos citadinos que en nuestro escaso lenguaje suelen nombrarse tenuemente como medio ambientales, ecológicos, ecosistémicos, cuando en realidad son factores de vida en común, centrales en la persistencia de comunidades humanas y no humanas.
En ese contexto, en América Latina y Colombia, tan afectadas por grandes asimetrías y dominaciones socioambientales, las posibilidades de repensar el mundo urbano pasan necesariamente por ampliar el reconocimiento de las diversas formas de experiencia en la ciudad, por comprender las tramas rituales, los símbolos y mitos, las relaciones de lo urbano con espacios rurales, bosques y selvas, en la emergencia de poblamientos y comunidades otras que incorporan la coexistencia con los regímenes naturales que nos preceden y que pueden significar atributos claves para la preservación y gestación de la vida. El destino de las ciudades y de la subsistencia en ellas, más allá de las lógicas instrumentales, conquistales, coloniales, pende de la capacidad que tengamos de retomar una dimensión extendida y responsable de la existencia compartida, observando de una forma más amplia sus correlaciones con múltiples formas de estar en el mundo. Aún estamos a tiempo.