En el ambiente político nacional hay una sensación de división, pero no es nueva, es una jugada con la que buscan despolitizar a la ciudadanía. Ya muchas personas lo han mencionado, muchos lo saben, pero quedan con la impotencia de no poder hacer nada, de no llegar a cada colombiano, a cada rincón del país y decirles que debemos despertar, despertar nuestro sentido común. Cuando hablo del sentido común me refiero a ese conjunto de conocimientos y creencias compartidos por una comunidad que finalmente son considerados como prudentes, lógicos y válidos.
¿Y para qué despertar el sentido común?, para entender el mundo de una manera más sencilla, válida y digerible para todos. Para dar un ejemplo, según la Encuesta de Percepción Ciudadana 2014, para 7 de cada 10 bogotanos las cosas en Bogotá no van por un buen camino. En la misma encuesta, la sensación de discriminación es impresionante: 74% por condición económica, 77% por orientación sexual o identidad de género, 73% por ser desplazado, 72% por tener una discapacidad, y el mismo porcentaje por ser desmovilizado, 70% por la edad, 68% por la raza y 62% por el género. Por todo esto recuerdo a Kant: “Vemos las cosas, no como son, sino como somos nosotros”.
Al ver números tan escandalosos confirmo que debemos cambiar, cambiar para ver las cosas de otra manera. Pero el cambio debe ir dirigido a la búsqueda de respuestas comunales, el problema no es el comportamiento de uno solo, es de miles, miles de personas que arrojan basura a la calle; miles de personas que buscan la oportunidad para pasarse de “vivo” con los demás y miles de personas que prefieren crecer en la indiferencia que en la diferencia.
Surge otra pregunta, ¿cómo encontrar esas respuestas comunales? No veo otro camino diferente a la democracia, a la participación de todos en ella. Muchos se quejan, pero tienen en su mente que “la clase política” debe cambiar, es un sentimiento que puede venir de nuestras creencias religiosas en las que la segunda oportunidad o el arrepentimiento hacen parte de la vida, que todos llegan a ese estado de conciencia en el que ven que han obrado mal. El problemas es que no ha sido una segunda oportunidad, han sido muchas, demasiadas. No me invento esto: Roberto Gerlein ha sido elegido como senador desde 1978; Omar Mejía Báez, concejal de Bogotá desde 1988, Soledad Tamayo Tamayo, concejal desde 1994, Jorge Durán Silva, concejal desde 1978, y así podría continuar.
No podemos cambiar las cosas si los que toman las decisiones son los mismos, no podemos continuar en la dinámica de desentendernos de la política cuando el resultado de una de sus partes, en la elección de representantes, no cambian los nombres ni los apellidos.
Pero debemos avanzar, debemos superar ese pesimismo con el optimismo de la voluntad, debemos hacer el esfuerzo casi sobrehumano, en este caso, de hacer que respeten nuestros derechos, que respeten los derechos de los más pequeños, a los que vamos a terminar entregando un país en pedazos. En su activa participación está el cambio, o en su pasividad la continuidad que a muchos molesta. Recuerden ustedes siempre: ¡los derechos no se ruegan, se arrebatan!
