En esta semana abundaron temas para más de una columna. En una Venezuela, más recalentada, como si eso fuese posible, es difícil hacer un recuento de hecho comprobados sumidos como estamos en la guerra mediática desatada contra el régimen, dentro y fuera del país. Así, Obama dispensó unas pocas horas a Toluca, capital del Estado de México, para celebrar los 20 años del TLC; pero su anuncio más importante fue la configuración de un nuevo eje del mal: Siria, Ucrania y Venezuela.
Tenemos, pues, “la Venezuela en llamas” de un lado, y del otro, “el golpe fascista” que delata Maduro. En el medio hay una variedad de posiciones moderadas, desde el trino very, very light del presidente Santos hasta una posición razonada del International Crisis Group. El uribismo busca tomar aire de la situación venezolana máxime cuando su candidato no despega y menos sus listas al Congreso. Parece desorientado: el 2014 le amaneció con un cambio en la retórica; sus plumíferos dejaron el denuesto contra las conversaciones de La Habana y se enfocaron en la política social y económica del gobierno traidor. Pero van perdiendo perfil propagandístico y no parece hallar empresarios que firmen cheques sustanciosos para alimentar sus campañas.
Escarbando los recovecos de los usos y costumbres del personal civil y militar que en representación del pueblo maneja la cosa pública, la República de Colombia, se encuentra un revoltijo. El todopoderoso fiscal Montealegre detiene una trapisonda del cuasi todopoderoso procurador Ordóñez, al parecer relacionada con el caso Saludcoop. En todas estas faenas, pero especialmente en la más profesional de montar un tinglado creíble para que la Corte Penal Internacional no pueda intervenir en Colombia de llegarse, como anhelamos, a un acuerdo con las Farc, Montealegre busca evadir, política y mediáticamente, el pliego de acusaciones al que deberá responder en la Cámara de Representantes sobre cómo renovó, por interpuesta persona, los contratos de marras al asumir el cargo. Esto, claro está, si esa augusta corporación encuentra méritos.
Está el otro atavismo colombiano: judicializarlo todo. Como ya dijimos, ese sainete infantil de piratas de altamar que fue la proclamación azul de la Sra. Ramírez habría de tener un segundo acto en tribunales de tierra firme. Y ahí van todos a una, acusando y recusando, y de paso, se trenza la hasta hace poco impensable alianza de expresidentes: Pastrana y Uribe con sus respectivos ismos. Hablando de juegos infantiles aparecen, como sacados de la manga, dos juniors. El caso es de la propaganda electoral con las casas gratis que desde los cielos dispensan Santos y Vargas para aliviar la pobreza y acercarnos velozmente a la sociedad igualitaria. Carlos Fernando Galán, presidente de Cambio Radical, defendió a Rodrigo Lara quien ofreció disculpas por el respectivo “error publicitario”. O sea, sí, ¡qué mal gusto!, pero que viva la revolución francesa y todos limpiecitos y en la cama.
Otro sainete, este para adultos, es la espesa urdimbre legal, judicial, cuasi judicial, electoral en que va el caso Petro. En la semana que pasa involucró, además del Consejo de Estado, el ajedrez de progresistas y verdes. Peñalosa, el niño bien perdido de la política colombiana de los últimos diez o doce años, podría cumplir su sueño de ser candidato presidencial a cambio de guardar disciplinado silencio frente a la revocatoria del actual Alcalde Mayor de Bogotá. Revocatoria cuyas fechas ajustó la Registraduría según conveniencias políticas obligando de paso al Icfes a cambiar fechas de algunas de las pruebas que aplica. Aquí no se sabe si tales pruebas van en beneficio de la educación colombiana que en el mundo está al nivel de Tanzania.
Mientras todo esto ocurre, los jefes de la izquierda polista, Robledo, López Obregón, Romero, et al., quieren pasar de agache y hacer que olvidemos su irrestricto apoyo político a Samuel Moreno Rojas y su tenaz oposición a Petro, a quien se podrá acusar de todo menos de corrupto y desfalcador del tesoro público. Y no queda más que echar de menos los payasos de ayer, como ese Mockus autoritario, derechoso, publicista al punto que convenció a profesores despistados de New York o París que era un rey filósofo redivivo y además posmodernista. Claro que el símil sería apropiado si uno despreciara el extraordinario papel social y cultural del circo y la maestría artística que exige del payaso, su figura estelar; o si no pregúntele a un niño.
En estos contextos de día a día, semana a semana, uno olvida las cosas fundamentales como los derechos humanos. Ahí, me parece, reside lo más grave que pasó en la semana. La renuncia del jefe del Ejército y de otros mandos que en la fachada es de uno de los tantos expedientes por saqueo al Estado mediante contratos fraudulentos pero en cuyo fondo están los derechos humanos violados en eso que los colombianos, reyes del eufemismo, hemos dado en llamar falsos positivos.