En Colombia –por fin– se están dando las condiciones para derrotar a los principales agentes de la corrupción político-administrativa. Por lo menos, a nivel del gobierno central es posible someter la “patota” politiquera y clientelista. El desmantelamiento de ese entramado ilícito que carcome al Estado y a la sociedad debe ser iniciado por la cabeza. Y de inmediato, hay que continuar con las mafias políticas territoriales y locales pero hay que iniciar por el nivel central. Ese paso es esencial para después impulsar verdaderos procesos constituyentes convocados por un gobierno alternativo.
Es por esa razón que las fuerzas sanas de la nación, representadas por los sectores políticos que no se han dejado permear por la politiquería y el clientelismo, que hoy están parcialmente presentes en el Polo Democrático Alternativo, Alianza Verde, Progresistas, Compromiso Ciudadano y otras agrupaciones, deben diseñar una estrategia creativa y consistente para unificarse y, así evitar que la “izquierda liberal” (santismo) y el “populismo de derecha” (uribismo y vargas-llerismo) continúen polarizando y distrayendo a la sociedad con la falsa disyuntiva entre la paz y la guerra, entre la “debilidad” y la “autoridad”, entre la apariencia reformista y la realidad ultra-conservadora.
Esas fuerzas sanas de la nación, que tienen identificada a la corrupción política-administrativa como el cáncer que ha hecho metástasis en todos los niveles del Estado y de la sociedad, recogen los intereses de gran parte de los trabajadores, campesinos, indígenas, afrodescendientes y clases medias, pero también, de importantes sectores empresariales (pequeños, medianos y hasta grandes) que están resueltamente interesados en enfrentar ese fenómeno. Entenderlo, es de gran importancia para el momento actual. Podemos romper el celofán y sacarla del estadio.
Es evidente que no estamos hablando de la corrupción inherente al sistema capitalista y de las mafias financieras que carcomen al mundo con el pillaje de los poderosos bancos. Sin embargo, desencadenar un movimiento contra la corrupción que afecte la contratación del Estado y el funcionamiento de las instituciones de justicia y los órganos de control, permitirá que los movimientos sociales ejerzan –organizadamente– nuevas formas de control social, “desde abajo”, “con afilados dientes”, avanzando hacia nuevos espacios de lucha.
No obstante, para poder construir ese gran frente social y político contra la corrupción, las fuerzas democráticas deben aclarar y ajustar su posición frente a la terminación del conflicto armado. La tesis que desarrollo en este escrito parte de plantear que además de respaldar el proceso de cumplimiento de los acuerdos firmados, debemos deslindarnos –total y absolutamente– del proyecto político que organizarán las FARC. Si se consigue afrontar con propiedad y claridad ese tema, el año 2018 podría ser histórico para el país.
En este largo artículo, que recoge brevemente aspectos históricos de nuestro país y en los que incluyo parte de mis experiencias y encuentros personales con el conflicto armado, intento contribuir a superar ese dilema que impide que algunas corrientes políticas e intelectuales se sumen a la lucha contra la corrupción que han planteado varios precandidatos presidenciales como Jorge E. Robledo, Claudia López, Sergio Fajardo, Antonio Navarro y otras personalidades que tienen autoridad moral para hacerlo.
Hay que ayudar para que las FARC tengan condiciones viables para hacer política, en eso no debe haber dudas. Démosle la bienvenida a la civilidad y contribuyamos para que actúen en ese terreno. Pero, ello no significa que las fuerzas democráticas tengan que cargar con el peso negativo que se han ganado, que es un efecto directo de la degradación que sufrieron durante esa larga guerra. Además, mientras los dirigentes guerrilleros y sus cercanos –tanto de las FARC, ELN y EPL– no reconozcan la existencia de ese proceso de degradación y no superen conscientemente las causas internas (propias de esas organizaciones) que llevaron a esa situación, no lograrán avanzar ética y moralmente y ganarse el favor de las mayorías sociales y ciudadanas.
Ese es el tema que desarrollo a continuación.
Síntesis de una posición reiterada
Desde el punto de vista revolucionario y democrático no se cuestiona el paso que han dado las FARC. Es acertado y oportuno acabar con una guerra que terminó instrumentalizada por el imperio y la oligarquía. La crítica central consiste en que la dirigencia guerrillera, en su afán por ocultar el fracaso de la estrategia armada, se han prestado para ilusionar al pueblo con supuestas reformas que traerían la democratización del país y la construcción de una “paz estable y duradera”.
Sería como decir… no pudimos transformar el país por la vía armada pero ahora que dejamos las armas, la oligarquía y el imperio nos premian haciendo la revolución por decreto. Porque en eso si no puede haber duda: ¡Conquistar la democracia en Colombia es una verdadera revolución! Pero, al contrario de lo que piensan los jefes guerrilleros y las fuerzas políticas de su entorno, ello no se logrará con reformas en el papel como ocurrió en 1991. Es una experiencia comprobada con creces. Sólo sacando del gobierno a las castas dominantes podrá iniciarse un verdadero proceso de democratización del país. Las reformas legales serán resultado y no causa de ese proceso.
Pero además, la identificación que se hace de la terminación negociada del conflicto armado con la conquista de la paz, no sólo le sirve al establecimiento neoliberal para ilusionar a la población con la promesa de cambios sustanciales en la vida del país sino que le permiten –bajo esa cobertura– impulsar sus política de arrasamiento de territorios y de mayor entrega de nuestras riquezas con el argumento de que es para “construir la paz”. Nada más contradictorio y falso.
Los factores estructurales que eternizan las violencias no se van a superar a corto plazo. Por el contrario, se van a fortalecer. La economía del narcotráfico, la explotación de nuestras riquezas naturales a manos de empresas transnacionales, las economías ilegales ligadas al tráfico de drogas, insumos, armas, personas, prostitución, juegos de azar, etc., la debilidad estructural del Estado y la cultura de enriquecimiento fácil (“traqueta”), no van a ser enfrentadas por un régimen que no está interesado en impulsar alternativas productivas autónomas o políticas sociales viables para atacar esos fenómenos. Es un hecho visible.
Si en realidad el gobierno estuviera interesado en acabar con la economía del narcotráfico ya habría planteado la legalización global de toda la cadena productiva para acabar con un negocio que se funda en la política prohibicionista. Si quisiera acabar con las violencias intrínsecas a un tipo de explotación de los recursos naturales que se basa en el despojo y atropello a las comunidades, ya habría declarado la emergencia ambiental y social movilizando al ejército y a la población para acabar con esas prácticas anti-sociales. Pero, eso nunca lo harán. Nunca.
Las guerrillas deben luchar –como lo hacen– por obtener garantías para reinsertarse a la vida civil y hacer política. Hasta allí les da la fuerza. Pero, querer agregar conquistas que solo puede obtener la sociedad y el pueblo organizado y movilizado, sólo sirve al interés demagógico de las castas dominantes que les interesa ilusionar a la gente con salidas cómodas. ¡No hay soluciones fáciles!
Pero además, hay que reiterarlo una vez más, las guerrillas no son los actores ideales para generar una gran movilización social porque perdieron –hace rato–, su perfil ético y político para encabezar esa tarea. Es la causa de que durante todo el proceso de diálogos no haya sido posible vincular las reivindicaciones y organizaciones sociales con la conquista de la paz. Es algo que muchos no se explican, no entienden o quieren negar.
De alguna manera, las FARC, por no perder el escaso capital político construido a lo largo de décadas, juegan a lo que le interesa jugar a la oligarquía: a la apariencia de reformas democráticas. Su descolocación frente al momento político es visible y hasta comprensible. Han vivido de espaldas a una realidad que les pedía que acabaran con una acción armada que impedía el desarrollo político y cultural de la sociedad. Al fin lo comprendieron pero quieren cosechar muy temprano lo que no supieron sembrar desde el monte y la clandestinidad.
No caen en cuenta que fueron instrumentalizados en la guerra y ahora lo están siendo en la paz.
El problema de fondo
Para abordar el problema de fondo es necesario entender, por un lado, nuestra formación social histórica que es la que en verdad hay que superar, y por el otro, las concepciones políticas e ideológicas heredadas por nuestras izquierdas, que recién hoy empiezan a estudiarse y entenderse a nivel mundial después de los fracasos históricos de las revoluciones del siglo XX (Rusia, Europa Oriental, China, Corea, Vietnam, Cuba, etc.) y las recientes experiencias en países árabes, norte de África, Grecia y América Latina. Ambas formaciones (social y política), están entrelazadas e imbricadas. Nuestro conflicto armado es un ejemplo de ello.
En América Latina se presentó un fenómeno muy interesante que no ha sido estudiado por la academia, y menos, por los partidos políticos. La colonización se realizó con cierta facilidad porque se hizo con base en la confluencia de dos tipos de elites cortesanas que se coaligaron para hacerlo. La una, la proveniente de la península ibérica (castellanos, andaluces, extremeños, catalanes, vascos, gallegos, lusitanos, etc.). Las otras, elites de cacicazgos indígenas pertenecientes a los imperios precolombinos (inca, azteca, muisca). De una forma especial se construyó una alianza entre esas cúpulas para mantener y expandir su poder a lo largo y ancho del territorio.
Con la fuerza de esa coalición (así haya sido subordinada para las élites indígenas) se construyeron las instituciones coloniales más poderosas de la región: Real Audiencia de Nueva España (México); Nueva Castilla (Lima-Perú) y Nueva Granada (Bogotá-Colombia), que después fueron Virreinatos y que en la actualidad siguen siendo los centros de poder colonial, pro-imperial, oligárquico, racista y reaccionario en América Latina[1]. Hoy son la cabeza de la Alianza del Pacífico y no es casual que en esos países se hayan presentado las últimas rebeliones y alzamientos armados (EZLN, Sendero Luminoso, MRTA, FARC, ELN, etc.).
Esas oligarquías, en cuya cabeza siempre se mantuvo una élite blanca que reclamaba su pureza europea pero que estableció relaciones de parentesco, padrinazgo, compadrazgo y otras formas de relacionamiento cercano con indios, negros y mestizos, aprendió desde muy temprano a manejar las rebeliones y alzamientos armados. Conocían al detalle qué pueblos y sectores eran “malos” (mapuches, nasas, kichés, negros antillanos, mestizos rebeldes, etc.), cuáles eran controlables, quienes podían ser sobornables, y sabían provocar, manipular e infiltrar los levantamientos armados. Incluso, aprendieron a estimularlos para depurar de “malvados” a sus “comunidades protegidas”[2].
Esa realidad –que debe ser estudiada a profundidad– era desconocida por los luchadores y dirigentes de los movimientos insurgentes que aparecieron después del triunfo de la revolución cubana. No es casual que sólo en aquellos países en donde se impusieron dictadores como Batista (Cuba) y Somoza (Nicaragua), que se salieron de la línea “cortesana” y “democrática” que usaban las oligarquías latinoamericanas, fue donde logró imponerse una insurrección armada de tipo popular. Y esa falta de conocimiento de la realidad los llevó a impulsar alzamientos armados que, desde un enfoque estratégico y complejo, no tenían formas de movilizar a las mayorías y de triunfar frente al poder imperial-colonial-oligárquico.
El otro aspecto, la formación política de los dirigentes populares revolucionarios es muy importante de caracterizar. Fue heredada de los avances de la humanidad y de los trabajadores europeos de los siglos XVIII, XIX y XX. Sin embargo, como lo están aclarando estudios y análisis críticos, dichas concepciones estaban plagadas de concepciones deterministas, economistas, dogmáticas, de idealización de los objetivos y formas de lucha. En realidad, era un cristianismo con apariencia de “marxismo” y de revolución popular. Los revolucionarios –todos– se creyeron “salvadores supremos”. Y claro, el voluntarismo guerrillerista idealizado en el “Ché” se convirtió en el modelo del revolucionario que se iba al monte a montar su guerrilla y esperar la insurrección popular.
De esa manera se fue olvidando la consigna de la I Internacional: “La emancipación de los trabajadores es obra de los trabajadores mismos”, y se reemplazó por la lucha de grupos y vanguardias armadas, muchas de las cuales confluyeron con verdaderas resistencias armadas campesinas como en el caso de Colombia. No obstante, al no poder convertir esa resistencia en una ofensiva popular de gran envergadura se vieron involucradas en una trampa histórica de la cual recién estamos saliendo. Es parte de nuestra historia y legado por superar.
Algunos encuentros personales con el conflicto armado
Para ilustrar algunos de los aspectos que he señalado anteriormente voy a realizar un ejercicio breve de memoria personal que les puede servir a los jóvenes que no conocen detalles de nuestro conflicto armado. Son parte de nuestras experiencias y deben ser compartidas para ser evaluadas.
Algunas personas saben que mi abuela materna, una india de Usme, fue sirvienta en casa del cura Camilo Torres R. Mi madre se crio como hermana “entenada” en esa familia. Esa relación influyó enormemente en nuestra vida. Despedimos en octubre de 1965 en Popayán con mi madre y hermanos al cura que se iba para el monte a encabezar la insurrección que liberaría a nuestro pueblo. Sin embargo, a los pocos meses ocurrió su muerte. En forma emotiva y a temprana edad llegué a la misma conclusión que elaboró Joe Broderick en su libro sobre el cura Pérez[3]: El ELN sacrificó al cura para convertirlo en mártir de la revolución y alentar la insurrección popular que nunca llegó. Una verdadera estafa y tragedia. Así empecé a conocer a nuestras guerrillas.
El segundo encuentro se presentó en forma paralela. Frecuentaba por esos mismos años a una organización de artesanos revolucionarios de Popayán que se autodenominaba ORC (Organización Revolucionaria del Cauca). Entre algunas de sus tareas populares y pedagógicas, ellos conformaron un grupo de jóvenes para que se le presentaran a los jefes de las FARC para integrarse a la guerrilla. Entrenaron a lo largo de muchos meses y viajaron a Riochiquito (Cauca) para presentarse ante Ciro Castaño Trujillo, segundo al mando por esos días. Este guerrillero los conversó y los devolvió con amabilidad a la ciudad. Les dijo que ellos no estaban allá por propia voluntad. Les afirmó que si pudieran, harían el trabajo de organización y concientización que hacia la ORC pero que no podían hacerlo porque los mataban. Ellos estaban “enmontados” para defender su vida pero –insistió–, solos no harían nada. Se necesitaba un trabajo serio de tipo revolucionario en las ciudades. Les agradeció su valentía pero los rechazó fraternalmente. Era un guerrillero liberal gaitanista que no alimentaba expectativas falsas e ilusiones vanas. (Esa línea de pensamiento se perdió en las FARC y después se impuso la visión militarista).
El tercer encuentro sucedió en mi barrio Alfonso López de Popayán. Allí realizábamos durante la década de los años 70s del siglo XX un trabajo de organización y educación popular con jóvenes, todos casi adolescentes. Íbamos bien, o eso creíamos. Sin embargo, debido a temas de trabajo algunos de los jóvenes más experimentados tuvimos que ausentarnos unos meses. Ese tiempo fue aprovechado por sectores del ELN y EPL para reclutar a muchos de los integrantes del Comité Juvenil que en pocos meses murieron o fueron a parar a la cárcel por verse involucrados en atentados y “trabajos de expropiación”, que aunque fueran presentados con un carácter heroico y rebelde, para el común de la gente no eran más que acciones delincuenciales totalmente desvinculadas de cualquier lucha popular. Mucho dolor y frustración nos dejó esa experiencia.
El resto de situaciones ocurren en muchos y variados municipios del Cauca. Trabajábamos con organizaciones campesinas, indígenas y afrodescendientes. Siempre nos encontrábamos con las guerrillas. No entendían cómo podían existir procesos de organización popular que ellos no pudieran controlar. La constante que aplicaban era el principio de la guerra que dice… “si no estás conmigo, estás contra mí”. La lucha por mantener nuestra autonomía frente a los actores armados, lucha que ha sido desarrollada con especial capacidad por parte de las comunidades indígenas del Cauca, se convirtió en una constante. En el caso de El Tambo sufrimos persecuciones a cargo del 8° Frente de las FARC, que en 1997 se alió con Aurelio Iragorri Hormaza para quemar los votos al Movimiento Campesino y Popular y perseguir a sus dirigentes. No fueron los únicos casos. En algunas ocasiones se aliaban con grandes terratenientes que tenían capacidad para pagar impuestos, colocándose al lado de los poderosos en los conflictos con campesinos pobres. Ello explica que hoy en el Cauca, la principal organización campesina –la ANUC reconstruida–, está muy lejos políticamente de la insurgencia.
Son solo algunos ejemplos de cómo la degradación de nuestras guerrillas no fue sólo resultado de la estrategia de “guerra sucia” utilizada por el imperio y la oligarquía sino que desde el principio existían problemas de formación ideológica que permitieron que esas fuerzas guerrilleras fueran entrando en un proceso de descomposición política que es la principal causa del rechazo actual por parte de amplios sectores populares. Es parte de lo que deben superar en la vida legal ya que la firma de los acuerdos y su desmovilización no generan –por sí mismas y en forma automática– la transformación de sus concepciones y prácticas políticas.
Diez (10) graves errores de las FARC
Es muy importante que se entienda que la crítica que se le plantea a las FARC tiene como objetivo mostrar una realidad que no ha sido abordada desde el campo popular y de las izquierdas. Claro, el miedo, una errada solidaridad o el sectarismo, impidió que el debate se desarrollara con seriedad y rigurosidad para bien de las mismas guerrillas y el pueblo. Sin embargo, no es tarde para hacerlo. En nuestro caso, ya lo hemos hecho sin ser escuchados. Pero ahora, que dichas fuerzas entran en el juego de la “legalidad” y de la construcción de convivencia, es todavía más trascendental que se profundice en este tipo de problemas.
Hemos ubicado las siguientes formas de degradación de las guerrillas en medio del conflicto armado. Sabemos que la guerra descompone a sus actores, que las FARC pueden enorgullecerse y vanagloriarse de haber resistido los embates de uno de los ejércitos más grandes del mundo (el colombiano) que contaba con el apoyo del imperio más poderoso del planeta (EE.UU.), pero es necesario identificar las falencias propias que permitieron que el proceso de degradación llegara a niveles muy graves para la causa revolucionaria. Es un deber hacerlo. Se hace en forma sintética pero cada punto da como para un tratado.
- El secuestro: de ser un instrumento eminentemente político, individualizado y concentrado en personajes detestables o en grandes empresarios, que también, en forma secundaria, sirvió para obtener ingresos económicos para la insurgencia (M19), se pasó a utilizar como una exclusiva herramienta de extorsión económica, afectando principalmente a campesinos ricos y medios. Además, se mostró una enorme crueldad y falta de sensibilidad humana. Después, se generalizó su práctica hacia amplios sectores de la población con las llamadas “pescas milagrosas” que se realizaban en cualquier carretera. Hoy, como acaba de pasar con la liberación de Odín Sánchez a cargo del ELN, con ese tipo de prácticas convierten a politiqueros corruptos en héroes por el solo hecho de sobrevivir un largo y cruel secuestro;
- Los impuestos al narcotráfico: en un principio las guerrillas tenían claro que no debían involucrarse directamente en el negocio del narcotráfico. Con solo aplicar el impuesto del “gramaje” era suficiente. No obstante, a partir de 1983 ese comportamiento cambia en muchas regiones y frentes. La concepción militarista, la mala lectura de la correlación de fuerzas, la obsesión por conseguir el poder al costo que fuera y muchos fenómenos complementarios, facilitaron que comandantes de frentes decidieran involucrarse en prácticas que deshonraron a las fuerzas insurgentes, colocando el objetivo económico y la fortaleza logística por encima de cualquier otro propósito político y sus relaciones con la población. No podemos afirmar que se hayan convertido en el “cartel más grande del mundo” como hacen los “uribistas” pero, es importante señalar que las guerrillas se enredaron en pactos con mafias y con prácticas que contribuyeron a que las castas dominantes los hicieran ver ante amplios sectores de la sociedad como unos delincuentes y criminales del montón;
- Los impuestos a la minería ilegal y otras prácticas frente a terratenientes y empresas transnacionales: Ser conniventes con la minería ilegal e incluso en algunas zonas con grandes terratenientes, mafias (Magdalena Medio[4]) y hasta con empresas transnacionales que pagaban las “vacunas”, se convirtió en muchas regiones en formas de sobrevivencia económica que enfrentaba a las guerrillas con sectores populares;
- Realizar atentados generalizados y crímenes atroces que afectaron gravemente al pueblo;
- Creer que podían llegar al poder solo con fuerza económica y militar, y sin el apoyo del pueblo;
- Convertirse en muchas zonas en verdaderos ejércitos de ocupación;
- Permitir que jefes degradados y personajes descompuestos hicieran parte de sus filas;
- No medir los errores y crímenes de “otros” con el mismo rasero con que miden los de ellos. Los fallos de la guerrilla se cometían por una causa superior mientras que los de sus enemigos se hacían por intereses mezquinos;
- Caer en la politiquería y en el triunfalismo en la fase del plebiscito: el pedir perdón a diestra y siniestra para buscar votos por el Sí;
- Creer en las promesas demagógicas de Santos, ser cómplices de ese engaño y contribuir con que el pueblo las crea (aunque poco las cree, como hemos visto).
Para finalizar este aparte podemos resumir la posición de las FARC: Nos llaman a soñar con la paz. Según ellos, con solo reformar las leyes se avanzará hacia la democratización del país y la conquista de la paz. Su llamado a constituir un “gobierno de transición” integrado por todas las fuerzas comprometidas con el “proceso de paz” (o sea, la terminación negociada del conflicto), que incluye a todos los politiqueros “santistas” que se han pintado de pacifistas, implica una coalición con el establecimiento neoliberal. Esa fórmula no es más que el resultado de su degradación moral que ahora se transforma en descomposición política. Por ahí no es.
La coyuntura política nacional e internacional
Avanza en el mundo el populismo de derecha. Trump es su adalid pero en Europa otros políticos como Marie Le Pen, le siguen sus pasos. Usan el fanatismo nacionalista, religioso, racista, xenofóbico y homofóbico, para conseguir el apoyo del electorado. Se apoyan en la frustración de millones de trabajadores que perdieron sus empleos con la globalización neoliberal. Su política “proteccionista” se basa –principalmente– en el rechazo a los inmigrantes. Aprovechan la debilidad de la “izquierda liberal” que terminó apoyando los paquetes de austeridad y privatización.
En Colombia, Uribe trata de re-engancharse a ese carro de la reacción mundial. Se puede decir que él encabezó una precoz avanzada de esa ola populista de derecha. Germán Vargas Lleras quiere empatar con esa tendencia emulando a Trump con sus ataques a los venezolanos. Sólo falta que proponga un muro para impedir la migración desde ese país. La lucha contra el “castro-chavismo” es la forma que adquiere dicha estrategia. La campaña por el NO durante el plebiscito fue el escenario donde el populismo de derecha colombiano mostró sus cartas.
Al igual que en EE.UU., importantes sectores de la izquierda liberal proponen que hay que construir una gran coalición anti-uribista para impedir su regreso al gobierno. Quieren enfrentar una Hilary nacional (De la Calle Lombana) a un Trump colombiano (el heredero de Uribe o Vargas Lleras). Tal estrategia no tiene en cuenta la evolución de nuestra vida política y pone en bandeja –como ha ocurrido en el país del norte y va a ocurrir en Francia– el triunfo al populismo de derecha.
En esa dinámica están los dirigentes de las FARC. Obligados por las circunstancias de su desmovilización, afanados por la presión de garantizar el cumplimiento de los acuerdos, y preocupados –justamente– por la continuidad del proceso de paz, caen en las dinámicas tradicionales de una izquierda cortesana y tradicional. Su lectura es errada. La única garantía de cumplimiento pleno de los acuerdos es la derrota del santismo y el uribismo en 2018.
La tarea que está planteada en Colombia es construir y consolidar una convergencia democrática que ofrezca al país una alternativa alejada del autoritarismo populista de Uribe (o Vargas-Lleras) y de la demagogia neoliberal de Santos. Esa convergencia debe presentar un programa de gobierno unificado y postular una candidatura única de las fuerzas independientes. Tal iniciativa hoy está encabezada por Robledo, Claudia López y Fajardo. Ellos llaman a la lucha contra la corrupción como uno de los temas centrales de la próxima campaña. Sin embargo, esa iniciativa debe ser reforzada con la participación y acción de amplios sectores ciudadanos y organizaciones sociales.
Esa alianza de las “fuerzas sanas de la Nación” tiene todas las posibilidades de unificarse en torno a otros temas. La lucha contra la corrupción debe entenderse como una tarea democrática de alto contenido ético. El fortalecimiento de los nacionalismos estrechos y agresivos en las grandes potencias económicas (EE.UU., China, Rusia, Reino Unido, Francia, etc.), crean condiciones y facilitan los acercamientos en aspectos económicos, sociales y culturales. La mesa está servida.
En Colombia el populismo de derecha no volverá y la izquierda liberal ya agotó su capital político. Todo está dispuesto para avanzar. Podemos volver a tomar la iniciativa pero esta vez será para romper con nuestro pasado colonial y cortesano. Si lo intentamos, lo lograremos.
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[1] No es casual que México, Perú y Colombia sean sociedades que mantengan la tauromaquia. Es un símbolo.
[2] La rebelión de Benkos Biohó en los alrededores de Cartagena de Indias (Colombia), es una de las experiencias más notables en ese aprendizaje realizado por los colonizadores. Pero también, la rebelión de Túpac Amaru, y de los Comuneros en Nueva Granada y Paraguay, son ejemplos de esa materia.
[3] Broderick, Joe (2000). “El guerrillero invisible”. Intermedio Editores. http://bit.ly/2kDshi4
[4] En el Magdalena Medio las guerrillas permitieron durante la década de los años 70s que los narcotraficantes se convirtieran en terratenientes. Alimentaron a su enemigo mortal.