Se ha mencionado tibiamente la conducta del senador del Pacto Histórico, Alex Flórez, del grupo político del presidente de izquierda Gustavo Petro, cuando intentaba el fin de semana ingresar al Hotel Caribe de Cartagena en compañía de una menor de edad. Por esas extrañas complicidades cuando se trata de un comportamiento machista, por decir lo menos, el episodio se ha reducido a su estado de ebriedad y al maltrato en contra de los policías que no le permitieron entrar porque estaba incumpliendo precisamente el reglamento del hotel. Y aunque algunos medios han mencionado la verdadera razón del alboroto, la tendencia es a hacer sordina con este detalle, que de confirmarse es mucho más grave que la “pea” o que el “usted no sabe quién soy yo” del parlamentario, ya famoso por casos de abuso y de androcentrismo.
Esto hace parte de una triste realidad que demuestra que en Colombia la trata de personas y la prostitución inducida es una práctica que rosa aún con la impunidad, que es aceptada en ciertos círculos rumberos y en general no es mal vista, a pesar de que recientes medidas en Cartagena han obligado a los hoteles ha adoptar los códigos internacionales en esta lucha por lo que justamente el Hotel El Caribe impidió su ingreso con la menor. La sociedad colombiana es tolerante y habla en voz bajita sobre hechos de pedofilia, de abuso sexual a mujeres pobres, de misoginia y de sexismo. Las costumbres patriarcales, la violencia machista y las prácticas feudales como el derecho de pernada siguen intactas aún en quienes dicen profesar ideologías progresistas o revolucionarias o pretenden hacer el cambio de las costumbres políticas sin cambiar la cultura que las ha originado.
No es raro que las acusaciones por violación de niñas o de obligar a abortar a las guerrilleras contra quienes ostentan hoy las curules de las Farc, luego de la negociación de la supuesta paz de La Habana en el gobierno de Juan Manuel Santos, sea uno de los temas que menos preocupa a quienes celebran la famosa paz y aceptan la impunidad aún a costa de la dignidad femenina. Tampoco suena raro que los maltratos a mujeres de algunos camaradas sean pasados por alto por quienes dicen defender los derechos humanos, como si la violación o los delitos sexuales no violaran los derechos humanos. Pero lo peor es que en muchas ocasiones son los jueces los que dejan libres a quienes comenten estos delitos porque casi siempre le encuentran “la comba al palo” con argumentos exculpatorios y peregrinas frases sobre el sexo consentido o la manifestación de la voluntad de la víctima, a quien en la mayoría de los casos terminan por revictimizar.
Es una verdad que se disfraza como lo revela en el libro El sexo de sus señorías, del español Juan José Ruiz Rico, en un texto sin tapujos en el que denuncia cómo los jueces siempre terminan por culpar a la portadora de la minifalda y no al violador. Una obra que destapa con naturalidad lo que casi todo el mundo habla con prudencia y a la chita callando, en la que dibuja a la perfección la doble moral de aquellas sentencias que llevan implícito el hecho de que ciertos togados comparten los perjuicios tradicionales de una sociedad que perpetuamente hace todo para congraciarse con las pretensiones libidinosas del varón que se prevale de su posición superior ya sea psíquica, social o cultural sobre la subordinada de la hembra, a quien logra en la mayoría de los casos disminuir en su lucidez mental o debilitar su voluntad, lo cual la hace vulnerable por el agobio de las condiciones de necesidad.
Ciudades como Cartagena y Medellín son azotadas desde hace varios años por el turismo sexual que ha rebasado toda clase de medidas para evitarlo. Ya la población siente que esta batalla se perdió. Y aunque hace pocos días la jefe de la Secretaría del Interior de la ciudad heroica, Ana María Forero, anunciaba nuevas estrategias para combatir la trata de personas en Cartagena, esta actividad aún está lejos de ser metida en cintura por cuanto es un delito que se ampara en la hipocresía y la solidaridad de cuerpo machista, cuando no en los resentimientos y frustraciones de jueces mujeres que de antemano culpan a las niñas por ser bonitas o coquetas. En Colombia el negocio ilegal del turismo sexual, la prostitución infantil y la trata de mujeres es una práctica consentida por una sociedad pacata que se hace la de la vista gorda.
Las expresiones de mujer provocadora o “calientahuevos” son el lugar común de la percepción social y se han vuelto justificacionistas para una práctica sexual enfermiza que se camufla en diversos fenómenos como la explotación laboral, el matrimonio servil y el tráfico sexual, como lo evidenciaron las ponencias del foro contra la esclavitud llamado “Cartagena contra la esclavitud: Hablemos de trata”, realizado el mes pasado por las secretarías del Interior y Convivencia Ciudadana y de Participación Ciudadana, en el Tecnológico Comfenalco, con intervención de Nelson Enrique Rivera Reyes, licenciado en psicología educativa y filosofía, máster en salud mental, terapeuta de adolescentes víctimas de explotación sexual y trata desde 1994, y subdirector de Atención de la Fundación Renacer-Ecpat Colombia, así como de la profesora universitaria Luz Nagle, especializada en derecho internacional, derecho penal internacional y seguridad nacional.
Esta situación se agrava porque estas actividades ilegales están montadas sobre el engranaje de la corrupción, que es el aceite que facilita todo el entramado subyacente en la trata de personas, delito conexo con el lavado de activos ya que es un negocio que requiere de los circuitos del bajo mundo debido a los jugosos montos de dinero que maneja este renglón delincuencial. Resulta paradójico que existan con cierta frecuencia titulares que registran la captura de una red de trata de personas que enviaba mujeres a China o Japón para prostituirlas y que sean escasos los judicializados por este delito. En la mayoría de los casos las jóvenes son engañadas y una vez logran llevarlas a Asia o Europa, son retenidas hasta que paguen unas deudas que llegan a veces hasta los 15.000 dólares, que deben entregar en abonos de 600 dólares diarios producto de servicios sexuales.
Son muchachas bonitas en condición de vulnerabilidad de departamentos como Santander, Antioquia, Valle y del eje cafetero, a las que ofrecen trabajos como modelos en España o Italia y luego con engaños trasladan principalmente a Asia. El método más usado hoy son las redes sociales ya que las chicas animadas por un futuro económico promisorio y con falsas promesas laborales caen en las redes sexuales sin derecho a retorno. Muchas logran escapar y refugiarse en los consulados colombianos pero las denuncias tampoco son la constante porque la vergüenza les impide buscar el castigo de sus captores. Situación que en Colombia se ha agravado por la migración venezolana y que se agudizó durante la pandemia donde literalmente hubo muchas jóvenes que se quedaron sin con qué comer.
Por esta razón en los últimos años se contabiliza un promedio de 200 casos anuales reportados de trata de personas, principalmente mujeres, que ya incluyen un 25 % de inmigrantes del vecino país. Desde el 2013 hasta julio de 2020, de acuerdo con cifras del Ministerio del Interior, en Colombia se habían registrado 686 casos de trata de personas, de los cuales el 82% correspondían a mujeres y el 18% a hombres. Además, el promedio de edad de las víctimas oscila entre los 18 y 30 años (55%), seguido de personas entre los 31 y 50 años (22%) y, por último, se presentan los niños, niñas y adolescentes (12%).
Es un asunto al que el embajador de Colombia en Venezuela, Armando Benedetti tendrá que prestarle seriamente atención y apoyar a quienes desde varios organismos como la OIM y la fundación “ObservaLaTrata” libran una batalla frontal contra este delito y principalmente contra la cultura machista y feudal que lo arropa. Basta mirar cifras. Las mujeres más afectadas con la trata son las que están entre 15 y 24 años. De acuerdo con el Ministerio del Interior, la explotación sexual era la finalidad del 74% de los casos de trata de personas con migrantes venezolanos en 2019 y de ese total, el 87% eran mujeres. Pero es una pelea que será en vano mientras la cultura de complacencia con los machos alfa no haga un quiebre y peor si son los demócratas o quienes hablan de derechos son quienes los violan a toleran con indiferencia. Ojalá estos izquierdistas sigan más el ejemplo de Gandhi que el de Daniel Ortega, a quien hoy defiende nuestro gobierno.