Uno de los grandes males del activismo digital es que se queda en eso: es muy fácil expresarse con un teclado desde la comodidad de la casa. Cuando llega una prueba que pide más que el activismo de teclado, entonces esas multitudes virtuales desaparecen tan rápido como se crearon.
A las 4:30 p.m. del 27 de febrero estaba convocado un mitin en la Plaza de Bolívar para protestar contra el Alcalde Enrique Peñalosa. La fecha parecía escogida al azar, pero los organizadores tenían claro que correspondía con la tarde en que el Consejo Nacional Electoral votaría una ponencia que en la práctica podría enterrar la revocatoria.
Era vendido como un evento “espontáneo” de la ciudadanía, pero estaba organizado por la red de castropetristas que uno suele identificar en Twitter después de pasar demasiado tiempo en la red social: algunos ya tienen la calidad de celebridad.
Llegó la esperada tarde del 27 y desde las 2:00 p.m. se escuchó el rumor que la revocatoria quedaba aplazada indefinidamente: esa noticia la esperaban los organizadores, quienes imaginaron una escena muy al estilo 9 de abril, donde los bogotanos se tomasen el centro de la ciudad ante la noticia de “mataron la revocatoria”, pero la imaginación superó con mucho la realidad.
Obviamente llegaron los invitados de rigor: politiqueros en campaña como Sergio Fernández, sindicalistas, excontratistas de la administración anterior, estudiantes de la Nacional y los desocupados que se encontraron con el evento por casualidad. Claro no podían faltar esos combitos que bajo la apariencia del bien general impulsan un bien muy particular: los vecinos de la Séptima (quienes fueron claves para elegir a Peñalosa, pero votaron por él sin haber leído su propuesta), los de la Van der Hammen y sobre todo los castropetristas de Twitter.
Los que no llegaron fueron los anónimos de la bodega de Petro. Mientras las redes sociales ebullían de actividad (con el hashtag #NosRobaronLaRevocatoria) en la plaza se sentía una gran soledad. Claro, existen los datos del celular, pero las imágenes subidas por ese medio acusaron la diferencia entre esa pequeña multitud real versus la virtual: los de #labodegadePetro evidentemente estaban en su casa haciendo activismo de teclado.
La verdad esa situación no es anormal: una de las ventajas de las tecnologías modernas es la facilidad. Por desgracia eso ayuda a mimetizar el desocupe y las ganas de molestar con el apoyo real: es muy fácil darle like y retuitear, pero es más difícil sacar el tiempo para ir a presentarse a un lugar.