En nuestra historia republicana tan promisorio advenimiento alcanzó hasta el último tercio del siglo XX, aproximadamente, cuando el colombiano que aspiraba a ser presidente de la República debía, muy a contrapelo de nacer predestinados algunos para tan alto encargo por su condición de clase, étnica y política, someterse a un largo aprendizaje y pasantías por todas las ciencias, artes, funciones y cargos públicos que le posibilitaran el conocimiento, destrezas y competencias para, a la edad de merecer, ostentar títulos saneados para ejercer el más importante y honroso empleo de la nación.
Largo, ponderado e ilustrativo ciclo de aprendizajes, funciones y relaciones con lo público, más ético que de obligado cumplimiento, tanto de lo nacional como de cuanto pudiese involucrar con otros de la geografía universal el país a regir y con los cuales hubiese ya o pretendiese establecer vínculos diplomáticos, comerciales, económicos y culturales, en pro de un mayor y más efectivo y productivo acercamiento e intercambio en tan significativos espacios y escenarios de la convivencia y coexistencia democrática.
Algunos de quienes por aquellos periodos de nuestra historia fueron investidos con la banda presidencial, ni siquiera hacían gala de alamar académico alguno y menos falseado como suele acontecer con tantos de quienes hoy siguen a los presidentes en el orden descendente de la nomenklatura del poder ejecutivo, gobernadores y alcaldes, de una nación aun horra de identidad y de norte.
En tanto unos a lo sumo ostentaron el de periodista, escritor, poeta o novelista, y, aunque no hubiesen conocido el mar y de ello se regocijasen, tenían los saberes suficientes en el arte de la marinería de lo público, administrativo, económico, hacendístico, político, filosófico y doctrinario, entre tantos saberes requeridos, para singlar la nave del Estado por la mar procelosa del gobierno, estos de nuevo cuño gobernantes alardean de títulos, grados y doctorados que, en cuanto se nombran, se desvanecen por apócrifos y mal habidos.
Antes, quienes iban ser presidentes, se preparaban con suficiente tiempo, viajaban para ilustrarse y tener una percepción directa de otras realidades, mundos, sistemas, gobiernos, allende la propia; leían y escribían para adquirir e intercambiar saberes y para comunicar y debatir acerca de las cuestiones doctrinarias, ideológicas, filosóficas, económicas, humanísticas, prevalecientes en el momento histórico que les correspondía.
Y en lo local ejercían cargos en las diferentes instancias de la administración, toda vez que estaban preparados para ese múltiple ejercicio de conocimiento y praxis de todo cuanto más tarde les correspondería dirigir y poner en funcionamiento como supremos rectores del gobierno y la administración pública.
De esos aquellos de antes, quizá sea Rafael Núñez, poeta, escritor, periodista, filósofo, hacendista, abogado y economista, de Cartagena de Indias, el que más títulos saneados acumuló a lo largo de su ejercicio preparatorio para ser, en cuatro períodos y sin necesidad de alterar “parrafito” alguno de la Constitución Nacional, Presidente de los Estados Unidos de Colombia, entre 1880 y 1882; así mismo entre 1884 – 1886, cuando se promulgo la Constitución Política de 1886, “que estructuró en forma definitiva la República de Colombia en torno a una centralización política y una descentralización administrativa”.
La inversión en obras públicas para estimular la demanda
y la “mano de obra”, (el empleo), entre otros problemas, para los cuales y similares a los de Núñez, el ministro Carrasquilla dice no tener “ni idea como corregirlos”
Tanto en los precedentes como en los subsiguientes periodos, 1886 – 1892, y 1892 – 1894, los desvelos y responsabilidades de estadista y gobernante encontraron en Rafael Núñez, en sus sólidos y probados conocimientos de economía y hacienda pública, las luces, dirección y solución que demandaban la solución de problemas como el déficit fiscal, la balanza comercial desfavorable, la consolidación de la paz, la protección a la producción interna y el estímulo a la sustitución de importaciones (hoy que todo se importa), la inversión en obras públicas para estimular la demanda y la “mano de obra”, (el empleo), entre otros, para los cuales y similares a los de Núñez, el ministro Carrasquilla dice no tener “ni idea como corregirlos”.
Claro, Núñez se había preparado para manejar la hacienda pública, orientar y dirigir la economía y la política fiscal y tributaria de su país con competencia, ética y decoro, no para inventar “bonos de agua” para inundar, hasta desbordar, sus caudales.
Poeta
@CristoGarciaTap