Hoy no puedo evitar reconocer la lástima que me causa la ceguera de mi país y la mía propia, no puedo evitar pasar por las redes sociales y sentir desazón al descubrir que igual que hace varias décadas son hoy los ciudadanos que en su encarnizada egolatría insultamos al otro, por creer tener la razón; razón en que un sujeto, ¡un solo sujeto! va a cambiar la realidad de un país de un siglo de conflictos, en sólo cuatro años.
Y me pregunto si no estamos en los días en que los conservadores mataban liberales, y los liberales mataban conservadores por pensar en una paz distinta, donde se odiaba por el color de un partido; eso sí, se odiaron los de abajo, porque quienes estaban en el poder no sintieron el dolor de un muerto. Pues se sentaban en la misma mesa y comían del mismo plato. Porque la guerra la sufrimos los de abajo por muy de derecha o muy de izquierda, por muy uribista o muy santista que se sea, los muertos no se reparten democráticamente. Luego y como si fuera un ritual, aquellos por los que se peleó, se luchó y se sudo, se sientan en la mesa a comerse el país, mientras nosotros los de abajo nos comemos las migajas, si es que quedan.
Yo no peleo por Santos ni por Zuluaga, los dos son de la derecha extrema, de esa derecha a la que le debemos un ciclo interminable de muertos, desplazados, miedos, dolores, traumas, rabias y sobretodo el mal de destruirnos nosotros mismos. De esa derecha que tira la piedra y esconde la mano, de esa que representa nuestra oligarquía salvaje y mezquina.
Y por eso hoy no puedo evitar recordar a Gabriel García Márquez, cuando dijo que “Esta encrucijada de destinos ha forjado una patria densa e indescifrable donde lo inverosímil es la única medida de la realidad. Nuestra insignia es la desmesura. En todo: en lo bueno y en lo malo, en el amor y en el odio, en el júbilo de un triunfo y en la amargura de una derrota. Destruirnos a los ídolos con la misma pasión con que los creamos. Somos intuitivos, autodidactas espontáneos y rápidos, y trabajadores encarnizados, pero nos enloquece la sola idea del dinero fácil. Tenemos en el mismo corazón la misma cantidad de rencor político y de olvido histórico.”
No puedo evitar pensar que de a poco y entre todos nos matamos las ilusiones y las ganas de “un país al alcance de los niños”, por esto a lo que algunos llaman democracia.