El colmo. Ahora las emisoras llaman a los obispos, esos árbitros de la doble moral, para hablar de cómo seguir educando a los niños. Ellos son los responsables de haber convertido al colombiano promedio en ese ser despreciable, asesino y prejuicioso que sale a marchar en contra de la paz y en contra de las políticas de inclusión sexual. Rezanderos, todavía creen que son esos señores de toga tienen el criterio intelectual y espiritual para dictar línea.
No le creemos nada a la iglesia. Si queremos despertar como país tendremos que volver a ese precepto de los anarquistas en la Guerra Civil Española que decía que la única iglesia que ilumina es la que arde. Somos un estado laico y tenemos que defendernos del verdadero peligro que no son los gays, sino los sacerdotes que se hacen pasar por santos para pervertir a los niños con lo que realmente hace daño: creer que Dios es blanco y ojiazul, que el Diablo es negro, que el sexo es una perversión y la mujer la culpable de habernos expulsado del paraíso. La religión fomenta el racismo, el odio, la exclusión.
Desde Monseñor Builes, cuando en el púlpito de Santa Rosa de Osos escupía que no era pecado matar liberales, la iglesia le debe una disculpa a este país. Desde los seminarios, infestados de muchachos confundidos, atormentados porque desean a su compañero de celda, la piel fresca de un monaguillo, es donde se gesta la verdadera amenaza para nuestros hijos. Los padres de familia, por siempre ignorantes, crédulos, como se forman los hombres en un país religioso como este, le entregan a sus hijos a los padres para que los hagan hombres de bien, temerosos de Dios.
Son ellos, los curas, los que han empobrecido las mentes de este país. Ellos son los verdaderos corruptores de menores, no solo porque los violen o los acosen sino porque los condicionan. Entonces viene la culpa, la misericordia, toda esa porquería judeo-cristiana que nos han inoculado como si fuera un Sida y que nadie nos va a poder sacar.
Van a salir a marchar estos descarados, y los papitos de Colombia van a estar detrás, entregados y lobotomizados, elevando una oración al cielo, pidiéndole a Dios que por favor les quite esas ganas terribles que tienen de acostarse con un niño porque sí, entre más fuerte y brutal sea la homofobia más gay es el individuo que lo porta.
En ese sentido, la marcha del jueves será una marcha gay.