Los colombianos nos acostumbramos a decir que la guerra, la violencia y el conflicto que hemos vivido, son fruto de la pobreza y el narcotráfico; y para sacudirnos de la desesperanza aplicamos la fórmula de echarle la culpa de todo lo que nos pasa, al Estado. Los alcaldes del país rural, generalmente le achacan los males de sus regiones, olvidando que ellos hacen parte constitutiva de ese Estado, con la población y el territorio que administran.
Lo cierto es que el conflicto en Colombia existía antes que Tirofijo decidiera conformar su banda. Mi padre me contó sobre la disputa violenta entre liberales y conservadores: el “partidismo”.
Por supuesto que la pobreza, el partidismo, el narcotráfico, la débil presencia institucional, se asocian al conflicto que hemos vivido, pero no son su principal causa.
La causa más recurrente aún prevalece en algunos niveles del espectro político y sectores de la sociedad, que al ver amenazados sus intereses vitales, reaccionan para pasar por encima de quien sea, sin importar poner en riesgo o acabar con la vida del otro: “como yo necesité, hago cualquier cosa por alcanzar mi objetivo...todo vale”.
En medio de estas trampas en la que hemos caído los colombianos a lo largo de la historia, todos terminamos siendo víctimas después de habernos humillado, mordido y apuñaleado por detrás y esa es la energía negativa que aviva y alimenta nuestro conflicto.
Hay que sanar el pasado si se quiere resolver el verdadero problema y dejar de usar a las Farc, como justificación para seguir en guerra. ¡Las guerrillas, el narcotráfico y la pobreza, no son el problema mayor de los colombianos!
En varias regiones del país, se encuentra la causa que más problemas le produce a la vida nacional: son los cuervos que sacan los ojos al erario público; los cuervos que mantienen el statu quo de las regiones, donde los ciudadanos apenas pueden sacar la cabeza para comer, sin mejorar su bienestar o desarrollo humano.
Acceder a la gobernación de Sucre cuesta en promedio $15.000 millones; para ser alcalde del Carmen de Bolívar se necesita gastar en la campaña $800 millones, San Jacinto apenas cuesta $400 millones, Ovejas $500 millones y San Onofre por tener recursos de regalías cuesta un poco más: $2.000 millones. Quien acepta este apoyo, durante su gestión de gobierno, permanecerá secuestrado por su pecado y asediado por quien aportó para que ganara la elección.
Es apenas un ejemplo del precio que ponen los cuervos que alimentan el verdadero conflicto en el país rural; no lo son tanto las Farc, el narcotráfico y los paras; es el sistema político implantado desde hace varias generaciones atrás. Desde que se metía el dedo para untarlo en el tintero color púrpura, se hizo costumbre traer a las mesas de votación buses, jeeps, camiones y lanchas en los ríos, repletos de gente para votar; los recogían por orden de los gamonales y jeques políticos en las veredas y los traían al municipio, donde se disponía de todo un equipo para facilitar la seguridad de su voto, que cambiaban por tamales, sancochos, tejas, billetes, verbenas o cemento.
Ahora con el tarjetón, las cosas han evolucionado y hay más discreción e ingenio para asegurar el triunfo que se paga con los contratos, los puestos, las IPS, y las corbatas de la burocracia.
La política no tiene corazón, lo ha dicho el General Álvaro Valencia Tovar en su columna Clepsidra, yo le agregaría otras cosas: en principio la política es sublime porque busca el bien común, existen muy buenos políticos en el país que luchan por sus gentes, por sus necesidades, que algunos ceden porque tiene que lograr márgenes de maniobra y recursos para sus regiones, que otros ingresan a la política impolutos como cuando el recolector de miel se pone su traje y su malla para que no lo piquen las abejas: luego que sale, sale untado de miel.
¿Cómo hacemos para quitar del panorama de la política regional las malas costumbres implantadas por la caterva de los García Romero, los De la Espriella, los Zuccardi, los Imbeth, los Cáceres, los Arana, los Benito Rebollo, los Guerra, los Gatos, los Merlano, los Escrucería, los Luna, los Vives, los Pinedo y las Pineda, los Acuña, los Kiko, entre otros? Es el gran reto de una sociedad que debe reaccionar y educar mejor a sus ciudadanos.
Vale la pena identificar en cada región a los cuervos apetitosos de poder y reconocimiento, que con artificiosa conciencia moral las circundan, y afianzar en los colombianos una renovada cultura política, que asegure el rumbo de su desarrollo humano y su bienestar colectivo.