Los cuentos de Andrés Caicedo

Los cuentos de Andrés Caicedo

"La vida de todo hombre es vulgar, incluso la de personas como Andrés, que por unos cuantos idolatras se ha convertido en el afiche de una mezquina y torpe generación"

Por: richard galvis
febrero 04, 2020
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Los cuentos de Andrés Caicedo

Si alguien sabe de Andrés Caicedo, sin miedo a equivocarme, puedo decir que ese no soy yo. Andrés vivió los 70´s, por ende, es redundante y estúpido decir que metió drogas y que tuvo el pelo largo. Eso es prescindible, la vida de todo hombre es vulgar, incluso la de aquellos como Andrés, que por unos cuantos idolatras se ha convertido en el afiche (repito de nuevo la palabra “vulgar”) de una pobre y mezquina y torpe generación, que, desafortunadamente, de lo insustancial hace la sustancia de sus pobres almas. Eso no es malo, pero no imagino, ni lo quiero imaginar, una iglesia Caicediana, cosa que ya pasó con Maradona.

Los ídolos, las estrellas de Rock, las estrellas literarias, son hombres comunes, que no se diferencian del resto de la humanidad. Por lo tanto, no hablaré como un discípulo de Caicedo, no lo conocí y tampoco me importaría haberlo conocido, aunque de antemano ya estoy mintiendo, puesto que a Caicedo lo conocí a los 17 años cuando llego a mis manos limpias un limpio ejemplar de cuentos: “Cuentos completos” de editorial Alfaguara. Recuerdo que apenas abrí el libro me encontré con un prólogo, procuro no leer prólogos y menos cuando estos están escritos por escritores de famosos “Juan Gabriel Vázquez”, de un manotazo pasé a las otras páginas, y leí el primer cuento, un relato corto que más bien es un alegato a la hipocresía de todo ideal y que sabiamente un Caicedo de 13 años tituló “El ideal”. Es un crimen decir que no me emocioné, aunque es un doble crimen decir que me conmovió hasta las lágrimas, pero también es un crimen decir que no me sorprendí. Me dije mientras lo leía con 17 años “¿cómo diablos un tipo de 13 años puede escribir algo así?” seguí leyendo, y según pasaba las páginas, un leve calor me punzaba las manos (¿un coito juvenil? Es probable). Me tope con calibanismo.

“CALIBANISMO” no entiendo todavía la propensión del trópico a producir escritores apasionados por hacer juegos de palabras. Ya Cabrera, el Cabrera de Tres tristes tigres, hacía lo propio en su novela. No lo entiendo, y lo digo, porque el calor no me ha arrebatado el lenguaje, soy de clima templado, y para los del Quindío, de donde soy, parece un crimen escribir una obra con retazos de palabras. De algún modo extraño, a los del valle los rige el demonio Dioniso, a nosotros el austero padre de familia Apolo. Aunque Apolo es borracho, es responsable y evita reír, es vulgar pero deplora el humor negro. El humor negro de “Calibanismo”, la tomadera de pelo, el cuento que es toda una mentira construida en los parámetros de la verdad. Cuando termine el cuento sufrí un ataque de ira, no entendí que un cuento tan bueno, terminara con un final tan “pobre”. No lo comprendí, ya que como hombre respetable solía respetar con exagerado rigor la verdad del relato.

El cuento es una mentira, todo el tiempo nos enreda con un el truco de hacernos creer que está en manos de un asesino que es caníbal, y que ha tenido a la voz que narra que suponemos cuerpo, maniatado en un sótano pronto a ser devorado con la técnica de devorar el mango viche. Todo es creíble, aunque absurdo, hasta que una Antígona caleña muerda cuerpos como un valluno muerde mangos mientras el sol implacable deja caer una luvia de oro sobre su cara mientras la sombra se hace más gigante que la persona que la proyecta. Pero el final, el final del cuento es una toma de posición respecto a la literatura. Al fina el verbo hecho carne dice que todo lo dicho ha sido una mentira. Me dejo pasmado con mis 17 años a cuestas, casi lo escupo, y donde hubiera tenido el escritor al lado lo hubiera derribado de un puño en la cara. Me encolerice. Insulte la arrogancia de un hombre que me estuvo contando una mentira, una mentira que parecía una verdad.

Luego, pasados años, volví a leer… El cuento me pareció, después de haber leído Sin remedio de Antonio Caballero, un canto a lo que es la literatura: algo prescindible y falso, algo basado en la mentira, algo que se hace para crear sensaciones con artificios: las palabras. Me di cuenta que el final venía a confirmar lo que la gente sabe desde un principio: la literatura no sirve para nada, incluso, es mentirosa. ¿Es mentirosa? Si, lo es, pero es necesaria, como el cine o el sexo o el amor o el crimen o la muerte. El final del cuento es una risa untada de gusanos. Una risa que más parece una afirmación de principios para un escritor: no creo en lo que escribo. Pero siguió escribiendo, aunque ya muy joven sabía de los riegos de creer en falsedades, siguió como una tromba, un toro, una piara revolcada en el pantano, siguió.

Y escribió, el que para mí es uno de los cuentos más bellos de la literatura colombiana “En las garras del crimen”, ya estoy exagerando, puesto que no leo casi literatura, he leído algo, pero no muchos cuentos… el caso es que es un estudiante recién recibido de Filosofía y Letras de la U. del Valle, es un loco que decide poner un consultorio en su recién adquirido apartamento para mecanografiar cartas y demás artilugios: novelas, cuentos, poemas, tratados de filosofía. Todo lo anterior con un precio asequible para la clase obrera. Llega una mujer de una belleza diabólica, y le pide que le escriba una novela para su hermana menor convaleciente. La mujer quiere hacer feliz a la niña, ya que la ha querido y se ha compadecido, como buena cristiana. En fin, o al final, todo termina como un thriller de Polanski, la razón se invierte, y lo que parecía amor y compasión termina en venganza y crimen, la mujer si tiene una hermana, pero dicha hermana de precaria edad se confabula con la mayor para enloquecer al desorbitado escritor. Todo termina en locura. El escritor enloquece y deambula como un fantasma gritando incoherencia por entre los dientes oropel, la ropa que fue pulcra, es ahora desgarrada, y las garras del crimen, lo han cogido por los huevos, y el crimen, para terminar, no es para Caicedo la muerte, sino la locura.

Tal vez Caicedo temió a la locura y por eso decidió la muerte. No sé, pero especular sobre las razones de su muerte es una sin razón. Cada quien se mata por inescrutables razones, ni siquiera el suicida sabe porque lo hace, simplemente lo hace y ya. El suicidio es un punto final al absurdo libro de la existencia. Caicedo, puso el punto final a los 25 años. Muchos creen que la razón para adorarlo es su existencia. Absurdo, salido de tono, los únicos que pueden lamentar su muerte o adorarlo son sus allegados, los demás hemos de conformarnos con la obra. Leer a Caicedo es necesario, es uno de los grandes de las pequeñas letras de Colombia. Su obra es grande, su existencia no tiene importancia, es su obra por lo que será recordado, no por su cabello, ni porque se limpiaba el culo con la mano derecha o izquierda después de cagar, o porque se drogaba. Esas son cosas que hacemos todos. Lo que no hacemos todos es escribir una obra con una fuerza de otro mundo, con una sonoridad terrible, con un humor terrible. Aunque todo lo anterior es mentira: solo son palabras.

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