Entre el 2012 y el 2016 nos llegamos a ilusionar. Pensamos que Colombia por fin cambiaría. Después de una ofensiva militar que arrancó con la Seguridad Democrática, el gobierno Santos había encontrado a las Farc lo suficientemente debilitadas como para sentarlos a negociar y bajarles la caña cada vez que la guerrilla pedía, como condición para entregar las armas, un ministerio. En cuatro años –un tiempo récord- crearon las condiciones para desmantelar al grupo insurgente más viejo del continente. Las masacres se bajaron a mínimos históricos. Se abrieron corredores ecológicos que habían estado vedados por las Farc durante décadas. En el 2015 el desempleo llegó a tener en Colombia su tasa más baja en el siglo: 8,9. Internacionalmente se hablaba del milagro colombiano. Esa buena salud social, económica se reflejó en la cultura, en el deporte.
Las hazañas se sucedían como si estuviéramos en un sueño. 2012: Falcao explotaba como el mejor goleador del mundo después de Ronaldo, la delegación colombiana en los Olímpicos conseguía una cosecha única hasta ese momento de 8 medallas. 2013. subcampeonato de Rigoberto Urán en el Giro, Nairo ocupaba el segundo lugar en el podio en el Tour, la Selección clasificaba a un Mundial después de 16 años. 2014: James goleador en Brasil, Colombia quedaba quinta en un Mundial, Nairo campeón del Giro. 2015: por un minuto no le ganamos el Tour a Froome, por primera vez una película nuestra, El Abrazo de la Serpiente, conseguía ser nominada entre las cinco mejores del mundo en los Oscar. 2016: se conseguía, muy a pesar del pueblo colombiano, un histórico acuerdo de paz con las Farc, los organismos internacionales celebraban el fin de las masacres en el país, Nairo ganaba, después de 29 años, la Vuelta a España para el país. Luego despertamos y Uribe estaba ahí.
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El 2 de octubre del 2016, el uribismo consiguió su triunfo más mezquino, el de sabotear a punta de mentiras el Proceso de Paz con las Farc
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El 2 de octubre del 2016, después de que el uribismo consiguiera su triunfo más mezquino, el de sabotear a punta de mentiras el Proceso de Paz con las Farc, la implementación no resultó tan feliz como se esperaba. Cientos de guerrilleros, desilusionados por lo que ellos consideraron una nueva traición de la oligarquía colombiana, se devolvieron a la guerra y ahí están desperdigados por el sur del país, convertidos en una hidra de mil cabezas. Se volvieron a cerrar los santuarios naturales, se le puso precio a la cabeza de los líderes sociales que se oponían a la explotación minera, las masacres se cuentan por decenas, regresó el uribismo al poder y nos impone, también a punta de mentiras, como siempre, al peor presidente, al más incompetente desde el poeta Guillermo León Valencia y justo con él tenemos que pasar la selva más espesa, más pantanosa, la de la pandemia del coronavirus y entonces soportamos personajes nefastos como Hassan Nassar quien nos restregó en su momento la llegada de 25.000 miserables vacunas de Pfizer pero que no dice nada ante la lentitud paquidérmica e irresponsable con la que este gobierno ha avanzado en la vacunación. Nos golea Uruguay en el Metropolitano, Ecuador en Quito y Egan se hunde por un dolor de espalda en la etapa reina del Tour de Francia. El país, en el 2021, parece una olla exprés a punto de explotar. La delincuencia se desborda y ciudades como Cúcuta se ahogan en una interminable crisis económica y social. Claro que se acabaron los años maravillosos.
Si el uribismo no consigue modificar la historia como pretende, en los colegios se tratará este cuatrienio como los años en los que creímos que todo podría ser posible. También ubicará a Uribe y sus esbirros como los políticos que nos quitaron la ilusión y nos volvieron a sumir en una guerra porque el odio y la violencia son los motores con los que se mueve el Centro Democrático. Las próxima elecciones, las del 2022, son de una importancia suprema: tendremos la oportunidad de borrar, para siempre, al gran instigador de violencia que ha tenido el país en lo que va del siglo XXI.