“El arte siempre ha estado presente en la lucha revolucionaria” dice Yuheni mientras mira sus pinturas favoritas exhibidas en la pared de un pequeño y humilde apartamento ubicado en algún rincón del distrito de Aguablanca en Cali, a donde llegó hace poco más de un año cuando dejo los fusiles y la zona veredal de La Elvira en el Cauca.
Comparte los días con Azael, compañero de muchas lides y con quien le han dado vida al colectivo Resistencia Rural, que reúne excombatientes de las Farc alrededor del arte. Buscan con pinturas, lienzos y artesanías romper barreras para comunicarse de otra manera e intentar derrotar con este lenguaje universal la discriminación y el rechazo social que no faltan en Colombia.
Llevan más de un año en el barrio y aún evitan hablarles a los vecinos. La soledad les resulta extraña porque la vida en la selva era en comunidad, como una gran familia. Hoy sobreviven con los $650 mil pesos que les gira el gobierno como parte del Acuerdo de paz. Es poco el apoyo que reciben de las instituciones culturales o sociales y hasta hoy siguen esperando el servicio de salud que les prometieron. Pero todas sus limitaciones no son nada frente al hecho de poder crear y hacer arte sin el ruido de las balas a su alrededor.
A sus 40 años, Yuheni sabe de los rigores de la guerra. Empezó militando en el Movimiento 19 de abril –M19 y tendría unos 17 años cuando se firmó la paz entre esta guerrilla y el gobierno de Virgilio Barco. Pero ella decidió seguir alzada en armas. Su vida revolucionaria apenas estaba empezando.
Ingreso entonces a las Farc en el departamento del Tolima. Eran los años 90. Hacía de todo: inteligencia, seguimiento, guardia, retenedor, etc. Se ganó rápidamente un reconocimiento que luego la convirtió en objetivo militar del batallón Rooke de Ibague. La detuvieron en Cajamarca en el 93. La torturaron de mil maneras hasta dejarla inconsciente y terminar en un calabozo. Un juez sin rostro la sentenció a 15 años de cárcel sin derecho a defensa por el delito de secuestro extorsivo.
Recuerda los levantamientos en protesta que causó para el mejoramiento de las condiciones de los reos o las huelgas de hambre para presionar la destitución de funcionarios corruptos de las cárceles y la organización que lograron las mujeres guerrilleras detenidas. Con el arte siempre presente: pintó murales, dio talleres, creó, construyó, coloreó, todo. Salió de la cárcel en el 2006 y se fue directo para a la selva nuevamente. Esta vez llegó siendo más fuerte, más rebelde y más artista.
La negociación de paz resultó una liberación y Yuheni pudo, desde 2016, dedicarse a lo suyo: la lucha por medio del arte. Entonces regreso a la ciudad, a Cali a reiniciar la vida sin pensar en las barras agrias que tendría que enfrentar. Y es que aún no lo entiende. “Se negoció para el pueblo y el pueblo no reaccionó”, dice con dolor al tiempo que recuerda el 2 de octubre del 2016.
Resistencia Cultural trabaja día a día para mostrarle a la gente, a través del arte, la realidad los excombatientes de las Farc que cada día le siguen apostando a la paz.