Han pasado solo días después de las agitadas elecciones para Senado y Cámara, las cuales no solo sirvieron para elegir a los nuevos ocupantes de las sillas del parlamento de nuestro país, sino que midieron el pulso de las viejas y nuevas fuerzas políticas, haciendo de paso un guiño a lo que serán las presidenciales.
Con la cabeza más fresca y en ánimo más reflexivo ahora se mira hacia atrás con ojos de análisis. Hay bastante que decir y curiosamente hay tanto o más que decir de los que perdieron que de los que ganaron.
En el ambiente se percibe el inusual silencio de la masa cristiana del país, uno de los grandes derrotados, entiéndase en el sentido político, de los pasados comicios. ¿Qué pasó?, ¿dónde quedó la fuerza amenazante que ganó el plebiscito con casi 6 millones y medio de votos y que se llevó a una ministra de paso? Las preguntas no son inquisitivas sino reflexivas.
Políticas no siempre es igual a activismo
La bandera enarbolada por el movimiento cristiano en Colombia estaba a caracterizada por un discurso moral principalmente. Ellos proponen la vindicación de los valores familiares, lo que implica una férrea defensa contra movimientos pro abortistas y pro uniones homosexuales, solo por mencionar algunos. Es un discurso conservador si se prefiere, pero más enérgico, cercano al activismo y en efecto lo es a ratos.
Por medio de videos, cadenas de Whatsapp y plataformas digitales, se destilaba el grito de desesperado como quien quiere prevenir el apocalipsis moral, lo cierto es que al parecer el mensaje no produjo los resultados que se esperaban y la razón es que no se puede confundir el activismo con la política.
Las viejas escuela de la política saben muy bien cuando usarlo y cuál es el momento indicado; pero el activismo cuando no es controlado cansa, se vuelve monótono y arruina el discurso. Las personas esperan que se desarrollen argumentos transversales, sobre cómo los movimientos políticos pueden ser una respuesta al problema social y de corrupción, cómo pueden proponer un sistema de salud ideal y una educación de calidad. La política es, en cierto sentido, la capacidad de interpretar las necesidades del pueblo y usar los elementos del Estado para trabajar en resolverlos y si bien el discurso moral puede hacer parte del paquete, no es el fin en sí mismo.
La política de los movimientos cristianos debe empezar a ser más razonable y consecuente y no reduccionista cómo lo ha sido hasta ahora en el país. Su visión debe ser más amplia y generalizada, ellos sin traicionar sus principios pueden proponer una alternativa respetuosa y consecuente con las cosmovisiones y los valores que exhiben. El activismo esta vez salió caro y ojalá sea una lección aprendida.
División sospechosa
Después de observar los números, hay una conclusión evidente al respecto del movimiento cristiano en Colombia: están divididos.
De todos los candidatos al Senado y Cámara identificados formalmente como cristianos, solamente uno pudo superar el umbral, la señora Claudia Rodríguez de Castellanos, quien después de salir de la sombrilla del Centro Democrático, ahora reposa bajo la sombra de Cambio Radical y fue elegida con poco más de 66.000 votos.
Por otro lado, el naciente partido Colombia Justa Libres que había aspirado con una lista cerrada encabezada por el pastor John Milton Rodríguez, se quedó sin votos y ni qué decir de Oswaldo Ortiz, Marta Arrázola, la hermana del polémico pastor de Cartagena, quienes aspiraron por el partido Centro Democrático y Jefferson Vega, el esposo de Ángela Hernández, quien lo hizo por el partido Conservador.
El Mira por su parte, parece ser un caso aparte, ellos están curtidos en la política y su experiencia hace que su trabajo sea más enfocado, aun cuando sus electores pueden contarse como cristianos, son parte de otra línea, más estructurada y uniforme, el resultado es que obtuvieron 3 curules y siguen conservando una voz importante en el congreso.
Pero esta dispersión deja algunas impresiones. Todo parece indicar que el tema no es tanto de valores o la defensa de la moral, sino de intentar, por los medios que sea, de llegar al poder. Eso explica el hecho de que varios de los aspirantes lo hayan hecho subidos en el barco de partidos más cercanos al Establecimiento y otros no muy untados de buena reputación a juzgar por el número de militantes investigados, como es el caso de Cambio Radical.
La misma Ángela Hernández dejó ver algo de estas diferencias cuando fue preguntada por un usuario de Twitter acerca de por qué no se unían al movimiento Colombia Justa Libres:
Creo que no tienes ni la menor idea de como operan [Colombia Justa Libres]. Algún día se entenderá lo que hoy no se entiende. Abrazos!!!
Creo que no tienes ni la menor idea de como operan. Algún día se entenderá lo que hoy no se entiende. Abrazos!!!
— Angela Hernandez (@AngelaDiputada) March 14, 2018
La gran conclusión es que es más fácil unirse a hacer activismo que hacer política y la razón es obvia, en el activismo por sí mismo no hay poder de por medio, al menos no como algo a lo que se aspire, en la política sí. Entonces el mal no es en las formas, es en el fondo. El voto cristiano en Colombia está fragmentado porque es una carrera individual por llegar al poder y eso termina siendo una carta de descrédito escrita por ellos mismos.
Las elecciones presidenciales serán en mayo, veremos qué tan golpeado quedó el orgullo de los aspirantes y si los resentimientos políticos serán más grandes que la causa que defendían, veremos si esta vez, por lo menos, pueden correr detrás del mismo conejo.