El descenso al rio Barbas es un desafío para las rodillas, salvo que haya muchas paradas para ver y escuchar la diversidad. Es un río encañonado. Desde uno de sus costados, se ve la vertiente opuesta como una pared tapizada de bosque con algunos brochazos plateados. Son los yarumos, cuyas hojas y frutas son amadas por los monos, los tucanes y los marsupiales.
De un árbol cuelga una enredadera. Luis Miguel Renjifo, el biólogo y ornitólogo que nos acompaña, toma una de sus fibras y describe cómo se tejen con éstas adornos para canasto de bambú, que servían para recoger el café y que ahora son apetecidas artesanías de la región. Gracias a un trabajo de las corporaciones regionales y el Instituto Humboldt, la gente aprendió a usar las raíces sin destruir el árbol y así el uso se volvió sostenible.
El cañón del Río Barbas queda entre Pereira y Filandia. Es un bosque protegido por su topografía. A nadie se le ocurre poner ahí una vaca o sembrar café. Por eso nunca fue talado. Es uno de los pocos bosques que conforman el 10% de bosques subandinos que le quedan a Colombia. Y como está a una altura intermedia, tiene especies de tierra caliente y de tierra más fría.
Unos monos aulladores desafían la gravedad entre liana y liana y no les preocupa la presencia humana. Antes los cazaban, pero ahora su presencia es un orgullo para la gente de la región. ¿Escuchan eso?, pregunta Luis Miguel. Hay mucha actividad hoy, todo el mundo está cantando. Por ahí hay un tipo de lorito con cabeza azul. Luego pareciera que gruñera un marrano, pero es un gallito de roca. En una rama aparece una tíngara multicolor. Muchos ornitólogos, incluso de otros países, pagan por venir acá solo para verla. Un tesoro en biodiversidad que no se puede dejar acabar.
Muy cerca queda otro bosque también conservado. Se llama Bremen. Allá no hay monos. Y los de Barbas no se atreven a atravesar los potreros para llegar allá. Como ellos, muchas otros animales no se arriesgan a espacios abiertos y por eso se quedan encerradas en su terruñito. El problema es que a largo plazo, sus poblaciones comienzan a disminuir, hasta que desaparecen. Luis Miguel encontró en su tesis doctoral, que el 30% de las especies de aves de la región se había extinto en menos de un siglo por fragmentación de los bosques.
Es natural que una especie se extinga en un lugar, pero cuando hay conexión con otro donde está presente, los animales y las plantas pueden recolonizar los espacios perdidos. Y ese fue el propósito del ambicioso proyecto de corredores que el Instituto von Humboldt comenzó hace diez años: lograr conectar el Barbas y Bremen y así prevenir su extinción por estar aisladas.
En el Instituto trabajaban entonces Luis Miguel y la ahora directora, Brigitte Baptiste. Consiguieron una financiación de 30 millones de dólares del Banco Mundial y la Embajada de Holanda, y armaron un buen equipo de profesionales y colaboradores. Aun así, todo eran desafíos cuando llegaron al eje cafetero. Los predios entre los bosques son privados. Además, la idea era crear corredores con las mismas condiciones de los bosques, donde las especies de fauna y flora se sintieran como en casa. No solo conectarlos con cualquier planta, sino con la inmensa diversidad de árboles y arbustos nativos.
Entonces comenzó la labor. La economista Ana María Vargas calculó cuánto le costaría al municipio perdonarle a los propietarios parte del impuesto predial por permitir que los corredores pasaran por sus tierras. Y encontró que el costo financiero era mucho más bajo que el significativo impacto en la conservación de la biodiversidad. El alcalde de Filandia apoyó la iniciativa y el concejo le dio vía libre.
Aun cuando los propietarios tuvieran el estímulo de pagar menos predial, dejar pasar un bosque por sus fincas significaba destinar menos terreno para actividades económicamente rentables. Una cosa es cuando tu corazón está con la biodiversidad, otra cuando está tu bolsillo, comentó Luis Miguel. Uno de los dueños era Bosques del Quindío S.A. que puso una condición casi imposible para ceder los terrenos. El bosque nativo de los correderos tendría que existir en tres años. De lo contrario, sembrarían palma. El reto fue enorme, recuerda Renjifo. Los corredores debían formarse con especies nativas, escasas en los viveros, así que había que encontrarlas. La gente de Filandia colaboró en la recolección de semillas, con métodos tan ingeniosos como seguirle la pista a los lugares donde los murciélagos las dejan tras comerse sus frutos.
Crearon un vivero de especies nativas, en donde lograron la proeza de hacer crecer tres millones de árboles para asegurar que cuando fueran trasplantados, con 70 u 80 centímetros, pudieran defenderse solos. La gente de Filandia los sembró, de manera que los corredores son suyos. Hay más de 500 especies distintas, probablemente más de lo que hay en toda Europa, dice Luis Miguel. Trajeron las especies amenazadas, como el magnolio molinillo, llamado científicamente Talauma hernandezii en homenaje al mono Hernández, apasionado biólogo y visionario de toda la institucionalidad ambiental, quien murió en 2001. Y también sembraron las especies de árboles que atraen a las aves, a los murciélagos y a los mamíferos.
No solo lograron cumplir con la difícil condición de Bosques del Quindío S.A., sino que consiguieron crear bosques que de forma natural hubiera demorado siglos en crecer. Un esfuerzo que lo convirtió en un proyecto pionero en América Latina , cuya experiencia transfiere y enriquece ahora la organización llamada “Corporación Paisajes Rurales” en otros lugares de Colombia. Y hay evidencia de que la fauna los aprovecha, que los animales pasan de un lado a otro.
Corredor las Pavas, el mismo lugar en 2003 y en 2009
Los corredores son una labor inconclusa, dice Luis Miguel y señala la carretera que los atraviesa e interrumpe. Algunas aves la sobrevuelan, pero hay animales que no la cruzan o si lo hacen, corren el riesgo de morir atropelladas. Por eso el próximo paso es hacer unos puentes para el paso de la fauna, que han demostrado ser efectivo en otros países.
Las amenazas están presentes. La Empresa de Energía de Bogotá tiene permiso de la Autoridad Nacional de Licencias Ambientales para construir 83 torres por donde pasaría un trazado eléctrico que afectaría 165 propiedades, cinco ríos, 18 quebradas y que implicaría la tala de la vegetación de más de tres metros de alto. Un proyecto lleno de detractores que ha sido rechazado hasta por las autoridades locales, el concejo de Santa Rosa de Cabal, la gobernadora del Quindío y la Corporación regional de ese departamento que le pidió a la Autoridad Nacional de Licencias Ambientales reconsiderar el tendido eléctrico en esa zona.
Treinta organizaciones ciudadanas, comunitarias, campesinas, ambientalistas, sindicales y otras, conformaron el Comité de Defensa del Territorio, el Agua, la Vida y el Paisaje Cultural Cafetero para cuidar sus bosques y oponerse al proyecto de electrificación que avanza a espaldas de la gente de la región que ha demostrado su ejemplar cuidado de los bosques y de la biodiversidad. Sospechan además que los beneficiarios finales del proyecto de la EEB no serán los habitantes, que cuentan con el abastecimiento necesario, sino los proyectos mineros, entre ellos La Colosa de la Anglo Gold Ashanti que cuenta con 16 títulos de los cuales once están en el Quindío.
Hay un gran sentido de pertenencia local frente a los corredores, reafirma Luis Miguel. La gente resiente que las decisiones sobre el futuro de los bosques se tome sin tenerla en cuenta. La EEB se comprometió con la gobernadora del Quindío a no proseguir hasta no llegar a consensos con la comunidad. Pero luego aseguró en un comunicado que no modificará nada de lo que le permite la licencia de la ANLA. El fin de semana pasado, un grupo de personas acampó en los bosques como acto simbólico de defensa de su territorio.
El trazado eléctrico es un riesgo grande. Como implica la tala de árboles altos por donde pasarían los cables, podrían volverse a fragmentar los bosques y eso implica en el largo plazo pérdida de biodiversidad. Y la pendiente tan grande amenaza la caída en dominó de muchos árboles y el arrastre y erosión del suelo.
Desde el margen del corredor se asoma el bosque de Bremen. Hay una parte que desde la lejanía se ve más oscura. Nunca ha sido talada. Por ahí viven osos, tigrillos y pumas.