Son recurrentes y a la vez asimilables. Son los golpes que da la política. Todo se diluye y se disipa con la complicidad del tiempo. La memoria colectiva olvida fácil y los hechos no se referencian a la historia vivida; si lo anterior se hiciera otras serían las interpretaciones.
En Colombia lo fáctico es especialmente dinámico y a ello contribuye contar con los abyectos medios que son caja de resonancia orientada a conveniencia, más no a la objetividad inherente a un buen periodismo.
Los escándalos se cocinan de manera selectiva y se excluye lo que políticamente conviene o no conviene.
Quienes no perdonan son las redes sociales, que, sin profundizar en nada, sacrifican en su altar sin ninguna compasión y decoro. Hoy un escándalo grave es opacado por otro que reviste mayor gravedad y así no la pasamos: de escándalo en escándalo.
La semana que paso me impactaron cuatro noticias donde no me atrevo a endilgar culpabilidades, pero si sus efectos al enardecido y nublado ambiente electoral que vivimos.
La primera es la soledad en que queda Humberto de la Calle Lombana, después de la calculada y proterva actuación de Ingrid Betancourt todo acabo.
Se trató de una demolición controlada, cuyo objetivo era lograr una implosión con artefactos explosivos, colocados de manera estratégica, para derrumbar la estructura que sostenía el espectro político llamado Centro. Se logró el objetivo.
El edificio quedó en ruinas, un Humberto de la calle mirando hacia un ya inexistente techo y una nube de polvo que no deja ver nada. De la Calle quedó adecuadamente en la calle, en un limbo, dependiendo del partido Oxigeno de Ingrid, so pena incurrir en una doble militancia.
Si hay algún político serio incontaminado y honesto ese es de la Calle, un liberal íntegro, que en el momento histórico que vivimos en el año 2018, era la persona más idónea para llevar a buen puerto, lo más importante conseguido en años en Colombia: el proceso de paz. ¡Lástima grande!
Piedad Córdoba Ruiz quiso volver a la política y lo hace de la mano del Pacto Histórico. Al partido no llega con las manos vacías, su movimiento "Marcha Patriótica" de militancia netamente campesina aporta mínimo 80.000 votos.
Era previsible que este regreso había que dinamitarlo como fuera. Aunque las investigaciones que soportan el caso de su hermano se realizan aquí en Colombia, difícil defender el caso como montaje, con un pedido de extradición a bordo.
Igual sucede con el periodista Gonzalo Guillén, la persecución se hará cada vez más visible. El hermano de Piedad hará su defensa a la que legalmente tiene derecho, y en un año o dos demostrará su inocencia o los estrados judiciales norteamericanos determinen su culpa, pero el daño ya está hecho y aunque no existen delitos de sangre, Piedad sale afectada por esta "tragedia familiar".
Para nadie es un secreto que la política para la casa Char es un negocio más dentro de su inmenso portafolio de negocios. Nadie está en contra de sus negocios y sus normales iniciativas privadas, pero cuando estas pisan el terreno de lo público, se exponen al escrutinio social.
La política aquí en Colombia la han convertido en una actividad costosa, pero cuando prima el negocio sobre las propuestas y las ideas, la compra del voto se convierte en un necesario medio para llegar. Allí nace el escándalo que hoy ventila Aida Merlano.
Si se mira la política como la caja registradora de un supermercado, la compra de conciencias es un producto más que abastece la cadena de negocios. Fútbol, tiendas, emisoras, medios y poder político es una mezcla peligrosa que distorsiona cualquier ideario...si es que lo tienen.
Aparte de la visita papal, la otra noticia es el esperpento llamado "cláusula Petro" y que pretende ser un golpe contra el susodicho. La veleidad consiste en introducir a los contratos una cláusula a partir del momento que se firme y de allí en adelante, dar por terminado el contrato, si el candidato Petro gana las elecciones. Lo anterior se encuentra en el terreno de no aceptar las decisiones democráticas y un claro constreñimiento al elector.
No voy a entrar a discutir si esto es legal o ilegal, un contratista privado, en una relación contractual con el Estado, puede proponer introducir una cláusula dentro del proceso de legalización de su contrato. Es poder discrecional de las partes rechazarla o aceptarla. ¿A quién pretenden asustar con eso? Contratistas buenos o inversionistas deseosos de trabajar, invertir y contratar honestamente sobran.
Con ese cuentico lo único que se percibe es debilidad. "¡A otro perro con ese hueso!" decía mi abuela, Misia Petrona, cuando alguien la pretendía engañar con infantilismo.