Desde hace tres años el conflicto en el norte de Malí es un rompecabezas complicado de descifrar por la diversidad de grupos islamistas y árabes con intereses económicos, políticos, tribales, religiosos y estratégicos diversos. Un conflicto que tiene raíces milenarias y que ha evolucionado con las expansiones de las prácticas e interpretaciones del islam y con las apariciones de nuevos actores en los conflictos en el Sahel.
El fundamentalismo islámico en el norte de Malí no es un asunto nuevo. La islamización de sus etnias es un fenómeno que data desde hace varios siglos, como también las luchas y las rivalidades étnicas por el dominio de las rutas comerciales; el contrabando, el tráfico de armas, las disputas por los recursos naturales y los repartos del poder. Malí fue cuna de tres grandes imperios, punto de confluencia de pueblos y culturas que configuraron un legado histórico de riqueza, esplendor comercial, religioso y cultural. Además fue uno de los centros de poder y de conflictos más grande de África.
En Malí cada etnia ha ejercido el poder sobre otras dependiendo de la época; se han entremezclados, desde hace varios siglos, y enfrentado entre sí; han formado alianzas, se han esclavizado entre ellas y, a la vez, se han unidos en la yihad en diferentes períodos históricos.
Estos son fenómenos claves para comprender las causas del actual conflicto y sus repercusiones en el mundo islámico, sobre todo en el Sahel, porque lo que pasa en Malí tiene profundas incidencias en el Sahel. Es una de las regiones más ricas, estratégicas y conflictivas de África, pero a la vez una de las más deprimidas, diezmadas por las sequías, el hambre y con uno de los índices de pobreza más altos del mundo.
Es una franja de más de tres mil kilómetros cuadrados, de áridas sabanas y abrumadoras estepas que va del Atlántico hasta el Índico, y que comprende territorios de 12 países: Malí, Mauritania, Senegal, Gambia, Burkina Faso, Níger, Nigeria, Chad, Sudán, Etiopía, Eritrea y Somalia. Es un territorio preponderante por la importancia geopolítica y geoestratégica que tienen sus rutas entre el África norte y la Subsahariana, entre el golfo de Guinea y el Norte; entre el Mediterráneo y el África Subsahariana y entre el Atlántico y el Índico, al igual que por sus enormes riquezas mineras y energéticas.
Riquezas que no han servido para mejorar los niveles de desarrollo locales, sino para generar más pobreza y violencia por las concesiones de explotaciones de los recursos naturales leoninas para los intereses locales y con grandes beneficios económicos para reducidos círculos de las élites locales y las empresas extranjeras, especialmente de propiedad de expoliadores del neocolonialismo francés.
Este es uno de los aspectos más polémicos que se tratan de ocultar tras las cortinas de las luchas contra el terrorismo. En una zona mayoritariamente musulmana que hace parte del Arco del Islam y estratégica desde la perspectiva económica, política y militar para grupos islamistas y árabes. Por eso se ha convertido en uno de los santuarios de los grupos islamistas radicales con identidades ideológicas con el Estado Islámico y que se han convertido en sus pares en África.
Para Francia los conflictos en el Sahel son un problema de seguridad nacional, dado a que importa de Níger más del 40 % del uranio que emplea su industria nuclear. Su producción energética depende en gran medida que lo que pase con las concesiones de uranio que tiene la multinacional Areva en el Sahel.
En el norte de Malí existen reservas probadas de uranio, petróleo, gas y oro, al igual que en otros países del Sahel y que Francia tienes sus intereses estratégicos. Areva es la joya de la corona de la economía francesa, líder mundial en la producción de energía nuclear y parte esencial de su política exterior. Un conglomerado con presencia en 40 países y con millonarios contratos de construcción de 480 nuevas centrales nucleares alrededor del mundo.
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