Los columnistas están sometidos a la simpatía, identidad o animadversión de los lectores.
No es fácil la coincidencia o coexistencia pacífica con los leyentes de sus opiniones.
Salir al aire, a las páginas a o la imagen es tener la certeza que vivimos en una sociedad donde las ideas, las nociones y categorías pensantes no son exentas de contradicciones.
El marco cognitivo de quienes abordan las columnas de su predilección hace parte de los paradigmas con los que se mira el mundo.
Es evidente que no estamos frente a una sola construcción mental; en una sociedad fragmentada como la nuestra no existe una visión homogénea, y, los horizontes epistémicos de las creencias sociales y políticas son diversos y pluriculturales.
Cada lector tiene una torre intelectual desde la cual asoma sus posiciones sobre las propuestas, teorías, enfoques o apreciaciones.
En la onda del pensamiento complejo, que rompe sonoramente las trivialidades, nos satisface que Edgar Morin se haya hecho cargo de las epistemologías pasadas y presentes, derribando los criterios eternos, como también lo plantea el pensamiento dialéctico, y nos asigna una agenda creadora donde no tiene cabida el dogmatismo.
Pensar la sociedad, pensar el mundo, pensar los conflictos, pensar las grandes ideologías, pensar el desencanto político y las calamidades humanas exige una continua reformulación de criterios y sobrevivir a todos los discursos.
¿Desde dónde escribes? Me preguntó una amiga de inquietudes intelectuales.
Mi modesta respuesta no se hizo esperar: Escribo desde una lógica liberadora, no lo hago desde la lógica de las relaciones sociales dominante y disfruto la fortuna de hacerlo desde una perspectiva que no ha sido aplastada por el imperio de los valores de cambio. Tengo, además, por el lector, un supremo respeto ético y moral que enriquece mi manera de pensar.
Comprendo muy bien que existen enormes tramas de poder en escena, que todavía la razón está centrada en epistemes de épocas que no cuestionaron la realidad, que se limitaron a narrar acontecimientos, como si con aguas estancadas se pretendiera apagar la sed del conocimiento.
En teoría, pareciera que el columnista debe marcar el rumbo de la sociedad, nada más equivocado, en un medio donde la conciencia crítica, estética y política posee distintas miradas, una columna no alcanza a ser vanguardia, excepto como lo hacen, con bien ganada originalidad, William Ospina, Coronel, Molano, Juan Esteban Constain, Jimena Dusan, Juan Cárdenas, Ramiro Bejarano, Daniel Samper Pizano, Orlando Melo Antonio Caballero y otros nombres que se me escapan.
Se escribe desde una estrategia pedagógica, desde una cierta formalidad que señala la lógica de sentido, que revela lo bueno, lo malo, lo pulcro, lo grotesco, lo verdadero y lo falso del paisaje conviviente, sin la pretensión de agradar a toda la tribu.
Por eso mismo, el dogma no tiene cabida en la efímera vida de una columna, que funciona como una fotografía de lo ético, estético, social y político.
En una era donde la modernidad se ha desvanecido, no es extraño encontrar en la jungla de las columnas al hombre del cromañón, al hombre helénico, al hombre de Heidegger, al hombre positivista, al hombre kantiano, al hombre hegeliano, al hombre dialéctico, al hombre libertario, así como la candidez e ingenuidad del hombre neutro.
Alguna vez pregunté a los filósofo Enrique Dussel y Marta Harnecker lo que pensaban de las páginas editoriales de los grandes diario del mundo, como El País de España y el Huffington Post, y coincidieron en afirmar que en ellas se apreciaba una pensamiento neobarroco, saturado de prejuicios y enfoques baladíes.
Las coincidentes respuestas me condujeron a pensar que buena parte de los escritores permanecen atrincherados en creencias preestablecidas, que no permiten respetuosa divergencia.
Algunos, como Mario Vargas Llosa, son formidables escritores, pero han sido reclutados dócilmente por la fe en la mercancía, de cuyo fetichismo idolátrico no pueden desembarazarse.
Así mismo, ciertos discursos, en el debate político colombiano, se han convertido en ametrallamientos belicosos, coincidentes con la Doctrina Trump, quien postula que los disparos mortales deben ser “tiro a tiro” y no subautomáticos.
Somos viajeros que asistimos a la deriva de la modernidad, donde la igualdad social incomoda y la igualdad jurídica es puntillosa.
En tiempos en que sube la temperatura de lo político en las columnas optamos por concluir con una frase que nos dejara el Nobel Harold Pinter:
“…la mayoría de los políticos no están interesados en la verdad sino en el poder, y mantenerlo. Para mantener el poder es esencial que le gente permanezca ignorante, que viva ignorando la verdad, incluso la verdad de sus propias vidas.
Lo que nos rodea, por tanto, es una inmenso tapiz tejido de mentiras de las que nos alimentamos…es necesaria una determinación intelectual firme, inquebrantable. Definir la auténtica verdad de nuestras vidas y nuestras sociedades es una obligación crucial para todos”.
Hasta pronto.