La madre Laura Montoya, única Santa en un país con 45 millones de católicos, fue beatificada en 2004, Benedicto XVI dejó lista su canonización y hace una década, el papa Francisco la elevó a los altares del catolicismo.
El país celebró el gran acontecimiento el 11 de febrero del 2013, con el mismo orgullo con el que se abrazó la noticia del Nobel para el escritor Gabriel García Márquez y el Vaticano reconoció en la religiosa una vida entregada a evangelizar comunidades indígenas en Antioquia y Chocó.
El municipio de Jericó, en el suroeste antioqueño, tierra natal de la Santa colombiana, se transformó en un lugar de peregrinaje para el catolicismo mundial, pero ya hay otros 13 colombianos, 2 mujeres y 11 hombres que hacen fila para seguir los pasos de la Madre Laura en este largo camino a la santidad.
Los que están en la hilera son el sacerdote Pedro María Ramos; el Obispo Jesús Emilio Jaramillo; el sacerdote Jesús Antonio Gómez Gómez; los religiosos Juan Bautista Velásquez; Eugenio Ramírez Salazar; Arturo Ayala Niño; Fray Melquíades Ramírez; Esteban Maya Gutiérrez; Gaspar Páez y Rubén de Jesús López; el padre Mariano de Jesús Euse Hoyos y las religiosas Gabriela de San Martín y María Berenice Duque.
Siete años después de la canonización de la Madre Laura, en septiembre de 2017, cuando el Papa Francisco visitó a Colombia, respaldó el proceso de paz con las Farc durante el gobierno de Juan Manuel Santos, visitó Villavicencio y mencionó a algunos de los mártires de la violencia.
Uno fue el padre Pedro María Ramos, nacido en La Plata Huila, linchado por una turba de liberales enfurecidos tras el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán. Lo mataron en su parroquia de Armero. Muchos, incluso, atribuyen a este episodio el desastre de Armero, en el que 22 mil personas murieron por una avalancha tras la erupción del volcán nevado del Ruiz. El otro mártir de la violencia fue el obispo Jesús Emilio Jaramillo, asesinado por la guerrilla del ELN el 2 de octubre de 1989. Los milagros de ambos han sido cobijados por cientos de personas que dan sus testimonios.
El 8 de agosto de 2022, el Papa Francisco exaltó las virtudes heroicas de Jesús Antonio Gómez Gómez, un sacerdote nacido en Santuario, oriente antioqueño. El Sumo Pontífice aprobó el inicio de la canonización de este sacerdote que dio su vida por los pobres. El proceso empezó en 1998, pero hasta ahora está viendo sus frutos.
En estos procesos, hubo un personaje muy importante para que los nombres de los mártires colombianos empezaran a pesar. Es el teólogo, sociólogo y diplomático Guillermo León Escobar, embajador en el Vaticano, nombrado por el gobierno de Andrés Pastrana, cargo que desempeñó hasta su muerte en 2017.
Nació en Armenia, fue Ph. D. en Filosofía y Letras de la Universidad de Bonn y teólogo de la Universidad Pontificia de Medellín. Era un curtido diplomático, conservador, conocedor de los intríngulis de la Santa sede, representó a Colombia en el Vaticano durante los gobiernos de Andrés Pastrana y Álvaro Uribe, periodo durante el cual, y gracias quizás a la cercanía con Juan Pablo II, le imprimió ritmo a la canonización de la madre Laura Montoya y la de los otros doce colombianos que junto a Builes hacen cola en el Vaticano.
Se trata de siete sacerdotes colombianos beatificados por Juan Pablo II el 25 de octubre de 1992 junto a otros 71 mártires de la Orden de los Hermanos Hospitalarios, quienes fueron algunos de los 4.100 sacerdotes seculares, 2.300 religiosos y 283 religiosas asesinados durante los tres años que duró la Guerra Civil Española.
Los colombianos eran Juan Bautista Velásquez, nacido en Jardín (Antioquia) en 1909; Eugenio Ramírez Salazar, de la Ceja, Antioquia (1913); Arturo Ayala Niño de Paipa, Boyacá (1909); Fray Melquíades Ramírez, de Sonsón, Antioquia (1909); Esteban Maya Gutiérrez, de Pácora, Caldas (1907); Gaspar Páez, nacido en La Unión, Huila en 1913 y Rubén de Jesús López, oriundo de Concepción, Antioquia (1908).
Los religiosos llegaron en 1935 a trabajar en un manicomio en Ciempozuelos, una localidad a treinta kilómetros de Madrid (España). Un año después, cuando estalló la guerra civil, un escuadrón comunista los detuvo y los encarcelaron.
Las gestiones del Embajador de Colombia permitieron sacar de la cárcel a los siete religiosos y enviarlos en tren a Barcelona para que tomaran un barco de regreso al país con tan mala suerte que, en la mitad del trayecto, agentes de la FAI (Federación Anarquista Española) los detuvieron y sin juicio previo, los fusilaron en 1936.
La religiosa Gabriela de San Martín, nacida en Firavitoba, Boyacá, busca alcanzar el segundo paso hacia la canonización. La religiosa perteneció a la orden de las Hermanas Dominicas de Santa Catalina de Siena, dedicó su vida a la educación y a trabajar por el noviciado para enriquecer la orden en Colombia. Las hermanas de la comunidad están empeñadas en que el proceso avance y en abril pasado, la hermana Sor Clara Emilia Vásquez Pinzón viajó a Roma para entregar los documentos que sustentan tres de los milagros que se le atribuyen Gabriela de San Martin con la esperanza de que pasen la prueba en el Vaticano.
Otra religiosa, María Berenice, fundadora de la Congregación Hermanitas de la Anunciación, ha comenzado a recorrer el camino a la santidad. Buena parte de su vida la pasó en Salamina, Caldas, donde su papá era un poderoso terrateniente, pero concluyó su trabajo humanitario en Medellín donde murió en 1993.
Pero sin duda, el más opcionado en este competido camino hacia la canonización en la Iglesia católica es el Beato Mariano de Jesús Euse Hoyos, nacido en Angostura, norte de Antioquia. El 3 de marzo de 1990, Juan Pablo II lo nombró patrono de la paz para Colombia. Sin embargo, desde la muerte de León Escobar, el proceso parece un poco estancado. La esperanza es que, con la visita de los cardenales a mediados de marzo a una audiencia privada con el Papa Francisco, el semáforo se ponga en verde para la larga lista de aspirantes a ser canonizados.
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