Los colombianos están cansados de los capuchos

Los colombianos están cansados de los capuchos

"Los encapuchados no luchan por los intereses de la población, solo les interesa la violencia por la violencia"

Por: Orlando Solano Bárcenas
marzo 05, 2020
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
Los colombianos están cansados de los capuchos
Manifestaciones estudiantiles. Foto: Leonel Cordero

Una de las primeras ideologías modernas en exaltar la violencia como medio de alcanzar fines mediante la fuerza, es el “sorelianismo”; es decir, el pensamiento de Georges Sorel, cultor del denominado “acto gratuito”, la apología de la violencia, la “acción directa” y el mito de la huelga general. Los actos de violencia de los encapuchados latinoamericanos y colombianos de 2019 y 2020, ¿podrían ser actos de sorelianismo? Tratemos de dilucidar este interrogante confrontando a los actuantes entre estas dos fechas.

El francés Georges Eugène Sorel (1847-1922) fue un filósofo de la política, ingeniero, sociólogo, escritor y sindicalista, teórico del sindicalismo revolucionario, de familia de clase alta venida a menos. En 1893 se declaró públicamente como marxista y socialista. Del marxismo dio el salto al sindicalismo revolucionario y terminó siendo “recuperado” por el fascismo de Benito Mussolini. También ejerció influencia en las teorías de Lenin. Durante los eventos del mayo de 1968 francés los anarcomarxistas retomaron algunas de sus tesis, al lado de las de Auguste Blanqui. Sorel es considerado uno de los teóricos del fascismo porque bajo la influencia de Maurras y de la Acción Francesa elogió a Mussolini; y también del marxismo porque bajo la influencia de Proudhon y Karl Marx elogió a Lenin y la revolución bolchevique. Se opuso a la primera Guerra Mundial. Murió Sorel con una actitud ambivalente hacia el fascismo y el bolcheviquismo.

Filosofía de George Sorel

La filosofía de Sorel es ecléctica y desconcertante, porque une tesis contradictorias y separa tesis concordantes. Unas veces converge y en otras se aleja de diferentes teorías, tanto que su pensamiento le ha servido a la izquierda revolucionaria, como a la derecha reaccionaria. Sin embargo, hay un sustrato que permanece: marxista en lo revolucionario y antiparlamentario (i); revisionista del marxismo de Marx y Engels (ii); cultor de la mística (iv); seguidor del pragmatismo (v); apologista del antidemocratismo (vi); del anticientificismo (vii); del moralismo (viii); y de la violencia de clases (ix).

La moral de lo sublime 

Para Sorel la democracia y su humanitarismo, disuelven las costumbres. El pacifismo que pregona la democracia ablanda las almas y desmoraliza el esfuerzo y la lucha; sobre todo, la lucha de clase de los obreros. Para evitarlo, los obreros deben ejercer violencia moral por medio de la huelga general y practicar el socialismo; doctrina que es, en su opinión, una conducta vital, una manera de reencontrar el sentido del honor, la nobleza del alma, el heroísmo y lo sublime de una vida de lucha que debe procurar más que un fin “político” uno “social”. La reeducación moral del hombre implica una transformación radical de la sociedad que debe lograrse mediante la “catástrofe total”, cataclismo al que se llegará necesariamente por medio de la violencia y la huelga general (Julien Freund. Sorel, Georges. La descomposición del marxismo. - Buenos Aires: E. Godot, 2014. 112 p.).

El mito de la huelga general es la base social que le da autoridad y proporciona coherencia al sindicalismo. Si bien es cierto que Sorel enfoca la violencia revolucionaria y la huelga general como algo planificado, también lo es que esto exige una toma de conciencia (revolucionaria) individual como un acto de adhesión intuitu persona. En los encapuchados de 2019 la toma de conciencia -si existiese y no fuese un acto “interesado” particular y monetizado por grupos al margen de la ley-, parece que estuviese motivada por consideraciones de codicia, teniendo en cuenta que se mencionan fuertes sumas de dinero en pago; entonces, lo que se percibe es la ausencia de un gran plan de conjunto sabiamente combinado, por cuanto lo que parece estar en el fondo es la acción directa, el acto gratuito de la violencia por la violencia y sin el altruismo de construir una sociedad nueva como podría indicarlo las 106 reivindicaciones presentadas sin un mínimo de ordenamiento conceptual o, por lo menos, en calidad de inputs que alimenten la caja negra del poder para el logro de outputs útiles al cambio social pautado. Oyendo las consignas, viendo los carteles y leyendo los grafitis en los muros pintados por los encapuchados, difícilmente puede uno encontrar un hilo conductor ideológico del mensaje ante tanta mezcolanza de propósitos, reivindicaciones, peticiones (¡106!), demandas, eslóganes, coros, canciones y símbolos cruzados. Heterogeneidad o, para ser menos exigente, eclecticismo de contrarios que son la característica del pensamiento de Sorel: propulsor del cambio y de la ...conservación. Esta última acción, la conservación, podría venir como respuesta violenta del sistema a los desmanes de los encapuchados.

Antiparlamentarismo

En su obra Reflexiones sobre la Violencia, Sorel ridiculiza el socialismo parlamentario, se burla de la clase media de burócratas e intelectuales de periódicos que no entienden las ciencias sociales, la economía o el buen gobierno. También se mofa de la élite liberal y capitalista, por primarios. De la clase media critica haber creado una élite política estúpida e incompetente. Los trabajadores deben destruirlos a todos ellos mediante la huelga y la violencia como principal herramienta política. Se trata de debilitar la peligrosa y mediocre clase media. Sorel igualmente rechaza el elitismo político de esta clase por estar integrado por clubes de caballeros que solo hablan de teoría y escriben banalidades periodísticas. Pese a estas advertencias a los trabajadores les recomienda mantenerse alejados de los partidos socialistas y usar la huelga y la violencia como armas primarias contra las clases medias y altas incrustadas en el parlamento. En las marchas colombianas de 2019 y 2020 ha sido tema recurrente la descalificación de los partidos y del Congreso, y en general de todos los cuerpos colegiados; por su lado, los encapuchados han pasado a las vías de hecho contra las edificaciones “símbolo” del poder y, peor, contra los medios de transporte de las clases populares que, como es sabido, no pueden hacerlo en carros particulares…

El antidemocratismo

Sorel abandona la tesis marxista de la “dictadura del proletariado”. A esto lo lleva el liberalismo anarquista que profesa, y la concepción pluralista del mundo de la que hace gala. No la acepta porque teme que los nuevos dictadores terminen siendo amos de los proletarios. Tampoco confía en la democracia sindical porque ella puede terminar siendo excesivamente adicta al estatismo y exigente de más intervencionismo de Estado. Es por esta razón que los antidemócratas de derecha e izquierda le impresionan favorablemente. Sorel no cree ni en el capitalismo ni en el proletariado universales por ser productos históricos, luego cambiantes y perecederos y ser puras especulaciones abstractas de intelectuales que no forman clase y no producen. El socialismo nació, sentencia, porque nació el capitalismo y socialismo sin capitalismo es solo utopía. A su turno, el sindicato es organización capitalista y socialista, luego solo importa lo que el sindicalismo pueda ofrecerle a la clase obrera, y no la democracia, porque ella mezcla las clases. La democratización debilita la lucha de clases, y le hace perder al obrero el sentido de su oficio y de su estatus de productor y creador. El socialismo corre peligro si intenta “imitar a la democracia” y el sindicalismo se debilita si copia la democracia burguesa. Critica a las doctrinas autoritarias terminar en una oligarquía de cuadros del partido.

Se ha criticado, no a los protestantes pacíficos de las marchas de este 2020, sino a los encapuchados de 2019 y de 2020, despreciar la democracia por adoptar posiciones anti-libertarias que los alejan cada vez más de un sindicalismo que es creador de las reivindicaciones más solicitadas dentro de los principios del Estado de derecho. Surge de esto el mismo desencuentro entre estudiantes (“ustedes no son clase, vienen de una”) y obreros (“ustedes son clase, sin conciencia de clase”) que se vivió en las revueltas del mayo francés de 1968. Ahora bien, como quiera que para lograr el cambio social Sorel pareciera clamar por la llegada del “hombre fuerte” que conduzca la sociedad férreamente (un Napoleón, un Lenin o un Mussolini) da la impresión de que los encapuchados de 2019-20 también se identificaran con el anhelo de ver la llegada de ese líder, igualmente sin importarles que se trate de un Benito o de un Stalin. Solo parece interesarles que sea un “caudillo” duro, puro, violento y castigador, ese que es desconocido por la historia de Colombia.

Otra constante en la obra de Sorel es el anticientificismo. La ciencia no regenerará a la humanidad resolviendo los problemas de la paz, la justicia o la libertad, o de la felicidad. Estos problemas solo tienen sentido en la “acción práctica” y cotidiana, al precio de luchas y conflictos y no solo de utopías o de elucubraciones de teóricos; según Sorel, los resuelve la “acción”, siempre de manera provisional, y no una ciencia que no hace progresar a la humanidad. A Marx y Engels les critica el socialismo científico del materialismo histórico y el economicismo; la ciencia jamás podrá reemplazar a la metafísica. Por esta misma razón rechaza el positivismo sociológico de Durkheim, copiado del modelo de las ciencias naturales. En los violentos encapuchados de 2019-20 no se nota ni siquiera amago de teoría de cualquier tipo, solo las de la violencia gratuita, el golpe por el golpe, la piedra por la piedra y la agresión desproporcionada frente a los recientes cambios de poderes y gobernanzas en alcaldías y gobernaciones, como lo aseveran los actos de vandalismo contra la nueva alcaldesa de Bogotá y el nuevo alcalde de Medellín apenas recién posesionados. Los encapuchados -sobre todo los de 2019- si fuesen conscientes de acoger las doctrinas de Sorel deberían saber que ellas son un revólver que puede servir para defender la vida o suprimirla; los encapuchados de 2019, sobre todo los chilenos, al parecer han escogido el segundo uso.

Anti-Racionalista

Sorel es ferviente adversario del intelectualismo, al que considera una forma más derivada del cientificismo. Critica a los intelectuales solo construir utopías, representaciones artificiales. Lo que sí cambia el mundo, sentencia Sorel, es el mito, por ser revolucionario e incitar a la violencia. Afirma que los mitos sociales no son descripciones de las cosas, sino "expresiones de una determinación para actuar". El hombre no es solo razón, está igualmente animado por fuerzas irracionales, o al menos no racionales, y es preciso hacerles un lugar en la vida como al heroísmo, lo sublime, la gloria, la abnegación, el espíritu de sacrificio, nociones sin las cuales la moral no es más que palabrería. El árbol del conocimiento ha matado el árbol de la vida, la vida humana se ha reducido a reglas que parecen estar basadas en verdades objetivas.

Sorel es también antirrealista. Actos de violencia indiscriminada y brutal de los encapuchados contra lo que sea, contra lo que esté por delante y por este solo hecho, demuestran que detrás de este tipo de violencia no hay asomo alguno de racionalidad pensante, de valoración de medios y fines. Los fines, se aseveran ausentes. Los medios, son violentamente irracionales. Puros asaltos a la razón, diría Gyorgy Lukács. No obstante, podría caber otra interpretación: que en un análisis ligero la violencia desatada por los encapuchados podría parecer irracional, pero que llevado el estudio más allá de lo inmediato podría ser todo lo contrario, calculadamente racional, si se tiene en cuenta que cada vez se desvelan intereses pleonéxicos, los de la codicia de grupos al margen de la ley que los financian, unos de corte “político” y otros del corte “clánico” de los que sabemos navegan por procelosas aguas.

La Violencia

Sorel no cree en el odio creador. La violencia que pregona no es la violencia desnuda e irreflexiva, ni el sabotaje realizado por el obrero, ni sobre todo el terror. Lo suyo es una violencia ética, una moralidad de la violencia o una moral de los proletarios buenos, virtuosos, enérgicos, heroicos y consagrados productores que necesitan del mito para cambiar la sociedad, porque la utopía no es revolucionaria, no engendra el heroísmo indispensable para ello.

La violencia sí es revolucionaria, pero no la violencia indiscriminada y brutal sino una violencia "iluminada por la idea de la huelga general” y como medio de realizar una guerra de clases que la vuelva fina y heroica, al servicio del "interés inmemorial de la civilización". El socialismo es el medio para la transformación revolucionaria de la sociedad por medio de la “catástrofe” que vuelva a reunir las energías dormidas o perdidas gracias a la decadencia, al desorden general de las costumbres, a la pereza, a la abulia y la mediocridad de la sociedad.

La violencia es la instancia caótica y ética que permite al hombre enderezarse y le da al socialismo “un valor moral tan alto y una fidelidad tan grande”. Violencia no es brutalidad bestial, ni rabia destructiva u odio ciego: es la expresión de una voluntad consciente de los proletarios que traducen sus ideas en actos belicosos de masas obreras en trance de huelga general y no de socialismo de diplomáticos llenos de artilugios, sino uno de guerreros audaces y dispuestos a sacrificarse al servicio de la colectividad y de su transformación ética.

La violencia ética o con ética que propone Sorel no es la de los encapuchados 2019-20 quienes la practican como actos de terror encaminados a producir no una catástrofe destructora por “gratuita”, sino una violencia en cierta forma creadora; fueron los camisas negras del fascismo y los soviets desaforados del estalinismo los que llevaron la violencia soreliana al terrorismo por el terrorismo, “modelo” adoptado sin duda alguna por la mayoría de los encapuchados 2019-2020, como lo demuestra la violencia y el terror desatados por los enmascarados chilenos en este período; y, algo execrable, escudados detrás de niños igualmente encapuchados.

La violencia soreliana no está encaminada al acto terrorista anónimo sino a una violencia en cierta forma creadora de nuevas realidades y nuevas oportunidades de mejorar o aumentar la civilización y disminuir la barbarie, en lo que se diferencia de la violencia encubierta de encapuchados que no conduce a una nueva moral, ni a una renovación social sino a la destrucción de la moral a secas. ¿Es esta violencia un distractor de la vigilancia del Estado a fin de que no mire o indague sobre los posibles promotores o financiadores que ocultan sus verdaderos intereses para así poder ejercer libremente sus actividades ilícitas? Es el tipo de violencia que no glorifica en manera alguna el avance social-

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De marchas y revueltas sociales

La violencia terrorista o próxima al terrorismo practicada por los encapuchados 2019 no ha respondido, en términos de Sorel, a la “demanda colectiva” como lo ha ido demostrando la disminución de su intensidad en 2020, lo que expresa que no ha habido “sacralización” de ella sino todo lo contrario extrañamiento por parte de la colectividad, hastiada y molesta con los actos de violencia terrorista; ergo, en lugar de favorecer el ejercicio del derecho fundamental a protestar y manifestarse lo que ha conseguido es el efecto contrario de suscitar rechazo de la colectividad. Algo parecido al post Mayo/68 francés, luego del inmediato fortalecimiento del general Charles de Gaulle. Cabría una pregunta: ¿han avanzado cuantitativamente los movimientos sociales violentos en estas jornadas de marchas, protestas, plantones y cacerolazos? Al parecer han avanzado mucho más con las marchas pacíficas de la Colombia de inicios del 2020, quedando en la imagen del gran público una sensación de miedo, hastío y rabia con los desmanes de los encapuchados de 2019. Sin embargo, estos desmanes están reapareciendo en Bogotá, Medellín y Bucaramanga.

Sorel afirma que los mitos sociales no son descripciones de las cosas, sino "expresiones de una determinación para actuar". Los mitos encierran todas las inclinaciones más fuertes de un pueblo, de un partido o de una clase, y la huelga general es "el mito del que el socialismo está totalmente compuesto”. ¿Ha habido creación o expresión de mitos fundantes o movilizantes en las marchas de 2019? No al parecer, si se tiene en cuenta que, con 106 reivindicaciones, más el accionar violento de los encapuchados se hace imposible crear o estimular la fijación de ideas-fuerza que se graben en la mente de la población-objeto; en otras palabras, tanta disparidad, contradicción e irrealidad hacen casi que imposible comunicar un “programa” mínimo de acción para superar por lo menos la lúdica de una soirée, de un happening frente al Parque Nacional. En 1945 París fue una fiesta al momento de la Liberación, en 1968 también lo fue porque había claridad en los objetivos de reivindicación y en los medios de expresión más por la cultura que por la violencia gratuita. La huelga cuasi permanente de los encapuchados 2019-2020 no es sino “política” porque restablece el estado de cosas, obligando posiblemente a fuertes reformas, pero únicamente sustituyendo unos privilegiados por otros, un derecho por otro; es decir, no es una huelga “revolucionaria” que termine con el régimen y no vuelva a crear nuevos privilegiados, el ideal de la revolución social. Sorel declara el acto revolucionario como refundacional (no a la manera de cierto paraje cordobés), milenario, tanto mítico como violento.

 Al contrario de la violencia soreliana tendiente a destruir la institucionalidad, la de los encapuchados está encaminada en gran parte al vandalismo, al robo, al saqueo y al perjuicio de los ciudadanos que no participan físicamente de ella, pero que terminan condenándola al ver interrumpidos los servicios públicos logrados con el esfuerzo de varias generaciones, bastando citar la destrucción de más de 65 estaciones del muy útil Metro de Santiago de Chile o el servicio de transporte de Bogotá o de Cali.

 ¿Son “revolucionarios” los encapuchados?  No. Los encapuchados ni siquiera son sorelianos, solo son encapuchados violentos. Los encapuchados, con su culto a la violencia por la violencia, a la acción directa sin propósito de legítima reclamación social, no son conscientes -ni mucho que lo pudiesen-, solo realizan algunas pocas de las ideas de Georges Sorel, el ideólogo de la violencia, la huelga general y la “acción directa”. Seguramente creerán que están situados en las tesis marxistas cuando en realidad se encuentran navegando -mala y erróneamente-, en solo algunas pocas de las teorías heterogéneas de Sorel. Más en la vertiente de “derecha” que de izquierda, dado el desprecio que muestran hacia la democracia no solo la liberal sino también a la Democracia tout court, tal como ocurrió en Mayo/68 cuando la Renault se alejó de Nanterre-Sorbonne. Podría ocurrir que los obreros se alejen de los estudiantes.

Los miembros del sindicalismo o los trabajadores no afiliados -urgidos por la necesidad del sustento propio y el familiar- de los estudiantes, que no son clase. El resto de la población también podría percibir que esas conductas suicidas frente a la democracia los pueden llevar más pronto que temprano al “caudillo” que se presente como un “mesías” de nuevas redenciones, a la manera de un Benito Mussolini, un Vladimir Ilich Lenin o un Joseph Stalin. Situación que es de violencia irracional porque no valora los fines, ni mide el alcance de los medios. Puros asaltos a la razón (Lukács).

Aseverándose de mayores riesgos para Chile, por ejemplo, país todavía no salido del pinochetismo constitucional; y seguramente menores para Colombia, nación que ha contado con una democracia de mayor aliento y tradición, como lo demuestra un solo -y corto- golpe de estado en todo el siglo XX. Sin embargo, se impone una precisión: mientras la violencia a la manera de Sorel desarrolla una ética, creadora por lo demás y no simplemente destructora y del terror, la violencia de los encapuchados de 2019 (la de 2020 falta todavía por verla por el no paso del tiempo) se asemeja mucho más a la de exaltados camisas negras tomándose no a Roma, sino Santiago o el bogotano sistema de transporte.

La catástrofe deseada por los encapuchados de aquí y acullá no mide las consecuencias para los trabajadores de pasar de un cómodo vagón de Metro a peligrosa banqueta de un camión de improvisado transportista. Tampoco se conmisera con la noble señora Anita, caminando de la calle 170 con Autopista a un barrio X del municipio de Soacha. Perversa destrucción. Bárbara y salvaje destrucción. Involución en el avance social. Terrorismo de minorías que ahuyenta a las masas que no ven en él una “demanda colectiva” que los beneficie sino, por el contrario, un terror que quema, que incinera años del esfuerzo social-colectivo-generacional y que privará a los que habrán de llegar de los beneficios del progreso. Los trabajadores seguramente  tomarán conciencia del legado truncado que no podrán dejarles a sus hijos y reaccionarán -en involución- como poujadistas o chalecos amarillos de derecha radical, o como ciudadanos que pidan a gritos un “mesías”

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Poujadismos de patriotas

Que nadie se equivoque. Estas líneas van con verticalidad y devoción democrática en defensa del conjunto sistémico de garantías fundamentales establecidas en la armónica estructuración del preámbulo (marco democrático) de la Constitución Política de Colombia y sus artículos 13 (igualdad de derechos, libertades y  oportunidades), 20 (libertad de expresión, difusión del pensamiento y opinión), 56 (derecho de huelga, salvo en los servicios públicos), 85 (derechos de aplicación inmediata), 93 (prevalencia del sistema de derechos humanos), 94 ( valoración total de la persona humana), 107 (derecho a manifestarse y participar en eventos políticos), 212, 213 y 214 (bajo los estados de excepción no podrán suspenderse los derechos humanos ni las libertades fundamentales), 223 (monopolio de las armas en manos del Estado), 377 (protección especial de los derechos fundamentales por vía referendo).

Lugar especial debe dársele al artículo 37 de la Constitución que consagra como derecho fundamental la facultad que tiene el pueblo de reunirse y manifestarse pública y pacíficamente, solo pudiéndose limitar su ejercicio mediante ley expresa. Es decir, sin violencias sorelianas y mucho menos con acciones terroristas de encapuchados a sueldo que lesionan gravemente el derecho humano fundamental de expresar una inconformidad o de presentar masiva y pacíficamente una reivindicación porque, como lo expresara de manera clara y democrática don Benito Juárez, “El respeto al derecho ajeno es la paz”.

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