No salieron de sus casas el presidente de Colombia y su colega de Fenalco, pero sí se felicitaron desde sus blindados aislamientos el grandioso éxito de la campaña que hicieron conjuntamente del ya internacionalmente famoso viernes negro sin IVA.
La relación costo-beneficio fue en todo caso positiva para Fenalco, pero para el bolsillo de todos los colombianos fue abiertamente negativa. El gobierno decidió que no importan los billonarios costos adicionales en tratamientos de salud que indudablemente se derivarán de la exitosa campaña que dio impulsó a las grandes aglomeraciones. Los compradores se ahorran $200.000 en un televisor, pero su tratamiento en una UCI nos va costar a todos los ciudadanos alrededor de $1.000.000 de pesos diarios. Y como es normal que los pacientes pasen un mes hospitalizados, pues el chistecito nos sale a $30.000.000 al mes por cada comprador de televisor que resulte infectado.
Me dirán que no haga tantas cuentas, que lo importante son las vidas y que el dinero no importa. Después del viernes negro sin IVA, esa idea popular de que lo primero es la salud y no el dinero parece quedar fuertemente resquebrajada a luz de las realidades. Los ciudadanos, contrariamente a la racionalidad, salieron temerariamente a jugarse la vida por ahorrarse unos pesos y no propiamente para comprar comida o elementos de primera necesidad.
Viendo este equivocado comportamiento de dirigentes y consumidores, comencé a recordar los famosos conceptos merecedores de dos Premios Nobel de Economía sobre la economía del comportamiento. Al contrario de comportamientos y de la toma de decisiones racional que se presumen de los seres humanos en la teoría económica clásica, la economía del comportamiento afirma que la racionalidad de los seres humanos es limitada y a menudo sus actuaciones son contrarias a lo que les conviene. Se ponen muchos ejemplos como el caso de la compra y consumo de comida insana pero sabrosa, la compra de un carro para que se desvalorice guardado el 90% del tiempo en el garaje y el otro 10% parado en un trancón, o que se gasten verdaderas fortunas y se busquen palancas para que el hijo entre aun colegio caro con la esperanza de que le toque pupitre con un futuro presidente, en vez de matricularlo en la Sergio Arboleda (donde es más barato y eso si pasa).
Pues bien, la economía del comportamiento dice que en la vida real no es extraño que las personas tomen decisiones que no les benefician, inclusive algunos autores afirman que la gente no se porta racionalmente en las decisiones como la haría el Sr. Spock, sino que más bien lo hace como es característico de Homero Simpson.
De los diferentes sesgos conductuales a que hace referencia la economía del comportamiento se pueden destacar en este caso el “sesgo del optimismo”, que es la tendencia a subestimar la probabilidad que ocurran eventos negativos y sobrestimar la probabilidad de los positivos. Indudablemente, entre los compradores y entre los dirigentes que los estimularon para que salieran a comprar, este sesgo tuvo un marcado peso en la dedición de salir el viernes negro del IVA. Sigue el "sesgo de confianza”, que es la tendencia a sobrestimar nuestra capacidad. A mí no me pasa nada, eso será a los demás.
También en este comportamiento autodestructivo estuvo presente el “encuadre marco”, que es la tendencia de tomar decisiones según se nos presente la información. En este caso, los promotores tuvieron especial cuidado en presentar de manera relevante los aspectos económicos positivos, sin mencionar o dejando en muy bajo perfil y a cargo de otros la información sobre los riesgos de vida o muerte que se corrían.
Son muchos los sesgos implícitos que estuvieron presentes en la decisión de salir a comprar el viernes negro sin IVA, pero debo terminar mencionando uno muy importante, el sesgo de la “inconsistencia temporal”, que es la tendencia a la impaciencia puesto en nuestra toma decisiones, preferimos algo menos bueno hoy que algo bueno en el futuro. En este caso, preferimos ahorrarnos hoy $200.0000, que tener una vida larga y saludable en el futuro.