En Venezuela hay mucha ciudadanía colombiana que no solo no quiere irse del país, sino que es chavista, y avala la legitimidad del gobierno de Nicolás Maduro; y, más allá, quiere que en las próximas elecciones en Colombia gane la presidencia Gustavo Petro, del que se espera que restablezca las relaciones binacionales, embarque a su país en un proceso de transición hacia la inclusión social, la democracia participativa y protagónica, la paz estable y duradera.
Y es que en la Venezuela chavista se gestó un verdadero proceso de transformaciones que permitió a millones de migrantes vivir la experiencia de escuchar, aprender y aportar con su trabajo en política.
De otro lado, les permitió acceder a bienes y servicios que en la vida hubiesen soñado tener en su país de origen. La izquierda corroboró que por vía electoral es posible acceder al poder y propiciar cambios que beneficien a las mayorías y que de espalda a ellas no es posible nada.
Con Chávez, los sectores más excluidos de dichas migraciones junto a los y las venezolanas recuperaron la autoestima, al darse cuenta que un pobre, un negro, un pueblerino, un chofer, no solo puede ser presidente de la República, sino ser gente leal y consecuente; con el chavismo se descubrió que no todos y todas las pobres son traidores como Páez; en el reposicionamiento de Bolívar se supo que no todos los ricos se movilizan por intereses inhumanos y egoístas.
Ningún proceso que se jacte de verdaderamente democrático en nuestra América puede soslayar la experiencia de Venezuela con la Revolución Bolivariana en la que hay importantes aportes, como: la doctrina cívico-militar, la praxis del poder comunal, la reforma policial, la visión de un mundo multipolar, el papel de las mujeres adultas mayores en la conexión entre pueblo y dirección política, la construcción de poder popular, la comprensión y el relato de la historia desde abajo.
Ahora bien, sobre Gustavo Petro hay que decir que constituye la mayor esperanza de recuperar el país, después de doscientos años de secuestro por parte esa élite granadina: oligárquica, mezquina, violenta, mafiosa, miope, anacrónica, incapaz de sobreponer los intereses democráticos a los propios, por tanto, incapaz de gobernar.
Una élite que traicionó las promesas de igualdad, independencia y libertad que colocaron a hombres y mujeres de las pobrerías en el Ejército Libertador.
Como líder de una coalición que ya no solo recoge a la izquierda sino sectores de la derecha progre y de centro, Gustavo Petro es el resultado de un largo proceso de lucha sin tregua de una izquierda diversa que ofrendó la vida de millares de militantes.
En su figura va confluyendo la conciencia nacional generada por un momento de inflexión social y política derivado del Acuerdo de Paz de La Habana, la decadencia del modelo oligárquico y el hastío general frente a la corrupción, el hambre y la guerra.
La colombianidad que reside en Venezuela ama a este país y quiere que las cosas cambien en Colombia, espera que, con Gustavo Petro en cabeza del Ejecutivo Nacional, las relaciones se restablezcan; que la frontera transite hacia su paulatina disolución, para que las familias y amistades profundas se reencuentren y no se distorsione más una identidad conjunta; para que se respete la soberanía de la patria bolivariana y los valientes sacrificios de los hijos e hijas de La Pola.