Los colombianos no hemos disfrutado en dos siglos de vida republicana de algo que pueda denominarse una verdadera democracia. Por el contrario, nos impusieron un ciclo interminable de injusticias, masacres, violación de los derechos humanos, genocidios, barbarie, corrupción, etcétera. En Colombia es tan monstruosa la situación que bombardean a niños como sucede en Siria, y frente a este triste escenario los que nos gobiernan sacan pecho para decirle al mundo que somos un modelo de democracia. Cínicos.
Por otra parte, al colombiano promedio lo domesticaron para ser flagelado, humillado, explotado y cosas por el estilo. En las antípodas existen personas valientes que denuncian estas atrocidades, y por eso son marcadas con un INRI, porque aquí al que levanta la voz para pedir justicia lo matan o lo destierran. Sin embargo, apreciados y muy sufridos compatriotas, no perdamos la esperanza. Es posible elegir a otra clase de gobernantes. Por ejemplo, los que hemos vivido en otros países o hemos tenido la oportunidad de viajar por otras latitudes conocemos y sabemos por comparación que lo que sucede en Colombia es totalmente depravado.
Lamentablemente, el masoquismo parece un tumor enquistado en el cerebro de muchos compatriotas. En este sentido, idolatran a los tiranos, besan las cadenas que los oprimen, y hasta colaboran con el régimen del terror impuesto por el tirano de turno. Quién lo creyera, pero hay quienes adoran y degustan la mierda; gente ignorante y enferma que ama el dolor; personas que besan las cadenas de la esclavitud, hasta el punto de lamer las botas que los patean y los látigos que los flagelan.
Tengan un poquito de dignidad y despierten de ese masoquismo idiota. Es la hora de sentirse merecedores de un país que respete la diferencia, de una patria donde se respeten los mínimos derechos humanos, de una Colombia donde todos tengamos oportunidades: hombres y mujeres, niños y viejos. Para este fin es necesario remover los cimientos de un Estado permeado y vulnerado por el narcotráfico, la corrupción, el crimen organizado y por todos esos antivalores que nos vienen perturbando desde hace décadas, y que por razones de una u otra índole han encontrado una magnífica oportunidad en el uribismo.
No obstante, es posible transformar la mentalidad, es posible a la vez propiciar un entorno de unidad que nos conduzca al cambio. Soñemos y hagamos realidad una verdadera democracia, donde impere la razón, la tolerancia, el respeto, la decencia, la ética. Sería el fin de este circo dantesco; es decir, de este infierno donde pululan siniestros payasos. Podría ser también el final de este círculo vicioso de incertidumbre y violencia en que nos encontramos. El primer paso es aceptar los vientos de cambio, y estar convencidos de que lo que viene será mucho mejor, dejando atrás esa mentalidad masoquista. En esencia, construyamos el cambio. Es lo que nos merecemos.