La primera vuelta en Argentina marcó un relevo en el poder, lo cual se esperaba ante la decepción que Mauricio Macri representó para los argentinos. Ahora le corresponde al electo Alberto Fernández resolver los traumatismos causados por una política neoliberal que le ocasionó al pueblo un retroceso inaceptable en su calidad de vida.
En Uruguay, por el contrario, las urnas no fueron suficientemente generosas con el gobernante Frente Amplio, coalición de centro izquierda que tendrá que superar una segunda vuelta para poder garantizarse su continuidad en el poder, sin que sea seguro que pueda hacerlo, dada la decisión de las fuerzas de derecha de coaligarse para impedirlo.
Igual es el signo de preocupación que nos asiste por la suerte que habrá de correr Bolivia ante el golpe de Estado fraguado por el gobierno de Estados Unidos con la complicidad oligárquica local y el personal interés del derrotado aspirante presidencial Carlos Mesa, a quien se le ha encargado de presionar la salida de Evo Morales, en lo que sería una reedición de la fracasada estrategia golpista urdida contra Nicolás Maduro. Por fortuna, el pueblo boliviano sabrá defender la continuidad de un gobierno que ha logrado conciliar el crecimiento económico con el desarrollo humano, como lo demuestran sus tasas de crecimiento del PIB y de reducción de la pobreza de los últimos 13 años, las cuales están entre las mejores del continente.
Por supuesto que no se trata de una preocupación fatalista. Ya hemos visto cómo está reaccionando el pueblo ecuatoriano ante las medidas antipopulares de Lenín Moreno, el traidor, a quien ya se le están comenzando a ver arrebatos para una nueva traición, y también cuál ha sido la actitud de los chilenos ante medidas de igual corte del señor Sebastián Piñera. En ambos casos, estos mandatarios no solo han tenido que recular, sino que incluso se han visto obligados a pedir perdón.
Lo de Chile es supremamente significativo. El pueblo no ha tenido suficiente con que el Presidente recule. Ha permanecido en las calles con la convicción de poder ir más allá de la derogatoria de las medidas rechazadas, pese a no contar con estructuras organizativas sólidas, de amplia cobertura, ni con partidos políticos de verdadera izquierda suficientemente fuertes, que le ayuden a avanzar hacia la construcción de un régimen que le haga honor a ese pasado imborrable que vivió con Allende.
Estos son claroscuros indicativos de que la historia no tiene caminos marcados. Esperemos.