Los cinco campeones colombianos que tenían casi que asegurada su medalla olímpica

Los cinco campeones colombianos que tenían casi que asegurada su medalla olímpica

Se habían preparado para hacer historia en el deporte mundial en Tokio 2020, sin embargo un año puede resultar definiitivo y fatal para lograr su propósito. .

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marzo 24, 2020
Los cinco campeones colombianos que tenían casi que asegurada su medalla olímpica

La delegación colombiana estaba preparada para hacer historia en Tokio 2020. Habían algunas medallas fijas. En estas justas Catherine Ibarguen, tal vez la más grande de nuestras deportistas en la historia, se iba a despedir de las Olimpiadas. Pero a los 37 años, edad con la que arrancaría las olimpiadas del 2021, su sueño olímpico se esfuma. No es la única

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Yuri Alvear, la vendedora de empanadas que se bañó de gloria: Los primeros combates que tuvo Yuri Alvear en su vida fue contra su hermano Harby en la mitad del patio central de la escuela Rosalía Mafla en Jamundí cuando apenas tenía 10 años. El motivo de las encarnizadas disputas era por la mesada que les daba a los dos Arnoby Alvear, su padre, un maestro de construcción. El botín casi siempre se lo quedaba Yuri después de dejar al pobre muchacho, dos años mayor que ella, botado en el suelo. Su profesor de educación física, Ruberto Guaúña, quien casi siempre los separaba, en vez de regañarla, se quedaba asombrado ante la fuerza inusitada de la niña quien, por esa época, quería ser jugadora de baloncesto.

Ruberto fue quien la convenció de empezar a ir a entrenar judo al coliseo de Jamundí, a media hora de camino de su casa. Al principio, desalentada por no tener los nueve mil pesos que costaba la mensualidad y los novecientos para el bus, Yuri prefería quedarse en su casa viendo novelas y fritando empanadas de yuca. Poco a poco la pasión por el judo ocupó toda su vida. El propio Ruperto le daba la plata para el bus.

Al principio fue duro, durísimo. Para conseguir los veinte mil pesos que costó su primer uniforme hizo la rifa de un pollo. La primera vez que intentó ir a un torneo a la Argentina le tocó vender empanadas puerta a puerta por todo el pueblo, hacer bingos bailables que le organizaba Luz Adiela Álvarez, su mejor amiga, y así intentar conseguir lo que valía el pasaje. Al final no le alcanzó y, en el regazo de Miriam Orejuela, su madre, descargó el llanto, la rabia. Durante dos meses pensó que no volvería a entrenar judo.

Pero pudieron más las ganas, la obsesión. Los resultados no tardarían en llegar: Campeona nacional, Campeona bolivariana en el 2005, logro por el que el gobierno de Álvaro Uribe le concedió una casa, campeona panamericana, séptima en Beijing 2008, campeona del mundo. Yuri contrarrestaba la precariedad con la que trabajaba en su coliseo con disciplina e imaginación: amante de la salsa incorporó el baile a su propio entrenamiento. A diferencia de sus rivales más enconadas de Japón y Francia que cuentan con toda la infraestructura y recursos y además entrenadores particulares, a Alvear se le ocurrió pelear con hombres para así ganar fuerza. Hace cuatro años era la gran favorita para llevarse el oro olímpico. Un descuido contra su rival francesa la obligó a resignarse al bronce.

Cuando llegó a Jamundí Yuri no podía entender la felicidad del municipio de 120 mil habitantes, el carro de bomberos esperándola para llevarla en su espalda, la alegría estallada de su padre. No lo entendía porque para ella había fracasado. Su ambición no tiene techo. Al otro día de llegar se hincó ante la réplica del Señor Caído de Buga que está en Jamundí y le preguntó en que había fallado. Para no cometer errores se fue a Japón a trabajar con su entrenador Noriyuki Ayakawa. En el 2016, en Rio, consiguió la plata Olímpica. En Tokio 2020 esperaba conseguir el oro pero se atravesó el Coronavirus y los juegos fueron pospuestos. A los 35 años todo será más difícil

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Ingrit Valencia. La boxeadora que se enfrentó al ESMAD

Cuando murió su abuela Aurora Valencia, Ingrid no tuvo otra opción que irse a la casa de su mamá Rubiela y sus dos hermanos menores en Cali. Tenía 13 años y el cambio le dio duro. Se asentaron en el barrio Jarillón a orillas del río Cauca y allí aprendió a boxear defendiéndose de los hombres que siempre la querían robar, que siempre la querían tocar.

Ingrit Lorena lo soportó todo: un embarazo a los 17 años, un bachillerato inconcluso, la pobreza y los golpes de sus rivales. Su entrenador Raúl Ortiz terminó de forjar un carácter de acero. Afuera de su rancho en el Jarillón “La Zarca” como le decían, ponía el saco de arena y allí perfeccionaba sus ganchos, sus rectos, su terrible mano izquierda. En un palo de acero endurecía sus brazos, su pecho.

En el barrio de 12 mil habitantes vivió en la estrechez absoluta pero alcanzó a ser feliz. Hasta que en a finales del 2011 llegaron los hombres del Escuadrón Móvil Antidisturbios de la Policía, Esmad, y los sacaron a empujones del lugar. La ola invernal arreciaba y el alcalde de Cali Jorge Iván Ospina quería construir en la ribera del río. Aseguraba que tenía 10 millones de dólares para adelantar un barrio con casas de interés social.

Había familias que llevaban en el lugar 40 años y ante la arremetida de la policía resistieron los gases lacrimógenos, las palizas a bolillo, los ranchos resquebrajados. Ingrit y su esposo Raúl, con la esperanza envuelta en una media, tuvieron que salir para la tierra de él, el Tolima, departamento al que luego representó como pugilista en los campeonatos nacionales. Todo lo que tenían había quedado en ese rancho. Empezaron de cero, otra vez con todo en contra. “Ingrit, salió adelante con todo en contra, salió adelante a empujones”, dice su madre Rubiela quien recuerda también que la boxeadora cumplía su rol de madre en el día y las noches las dedicaba a entrenar al máximo.

A punta de puños logró la plata en Rio de Janeiro y quería ir por el oro en Tokio pero todo quedó truncado. A los 33 años será muy cuesta arriba

Catherine Ibarguen: se quería despedir como una grande pero en Tokio tendrá 37 años. La Diosa de ébano ya vio como la venezolana Yulimar Rojas la ha desplazado. Su despedida gloriosa difícilmente se llevará a cabo.

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Yuberjen una medalla olímpica forjada a punta de recoger plátanos: SI bien la medalla de plata en Rio se mostró conforme con la medida de aplazar los Olimpicos del próximo año, si le preocupa perder el ritmo de competencia con el que venía listo. Levantarlo, para un boxeador, siempre será complicado así tenga 28 años.

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Leydy Solis: La tulueña venia embalada: había ganado tres oros en los juegos nacionales y el Grand Prix de Lima. Ella ya sabe lo que es colgarse una medalla olímpica como sucedió en Pekin 2008. Pero ahora, esperar más de un año, podría ser muy tarde.

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