Párate en una esquina, enciende un cigarrillo y espera a que la gente pase por el lado tuyo para que sientas el rechazo, te miran horrible, eres un paria. El escritor japonés YasutakaTsutsui lo había escrito décadas atrás en su cuento El último fumador pero no le prestamos atención porque creíamos que no era más que una fantasía perteneciente a la ciencia ficción, olvidando que precisamente lo que han hecho estos escritores es prefigurar, como profetas que son, el futuro.
Cada vez existe menos espacio para los fumadores. Proliferan en las ciudades los lugares desprovistos de humo, mientras nosotros, los que aún exhalamos como viejos dragones humo por la boca nos vamos quedando solos, conversando únicamente con el infaltable y fiel cigarro, escondidos en algún parque, pendientes de que no vayamos a contaminar con nuestra radioactividad a los chicos que acaban de salir de un gimnasio.
En las cajas de los cigarrillos vienen fotos que nos advierten de nuestro inevitable destino. Cáncer de garganta, de pulmón, impotencia y toda la ira de Dios caerá sobre nosotros por contaminar nuestro cuerpo y el planeta por culpa de un placer que no podemos suprimir.
Para muchos conversadores no existe mayor felicidad que una buena charla acompañada de café y cigarrillos. Le debo los mejores momentos de mi vida a la mezcla entre café y cigarrillos, así muchas veces haya sentido la puntada traicionera de un cólico. Pero un fumador con experiencia sabe cómo dominar su cuerpo. Cuando el tema se está agotando sabes que si todavía queda tabaco en la cajetilla la charla no morirá. Encendiendo un cigarrillo se prende además el interés por el otro.
O estando solo, acorralado por el frío de una ciudad que no es la tuya, agazapado en las ruinas de una buhardilla sabes que si tienes todavía un poco de Nescafé y un cigarro aún hay esperanza. El humo adentro de tu cuerpo te llevará de vuelta a los lugares donde fuiste feliz. A falta de una máquina del tiempo para combatir la nostalgia están los cigarrillos. Enciende uno y se prenderá la imaginación. No estarás nunca más solo.
Si no fumas lo más seguro es que morirás sano. La muerte es inevitable así nuestras buenas costumbres hayan elevado considerablemente nuestra expectativa de vida. Lamentablemente por más sanos que estemos no seremos eternos. Sumada a todas las desgracias que ha traído esta era postapocalíptica tenemos que ver cómo nos suprimen todos los placeres. A la lucha contra el tabaco se suma la lucha por el consumo de carne, del alcohol, de las drogas sicoactivas que alguna vez casi llevan a la imaginación al poder.
Viendo esta cruzada mundial contra el tabaquismo, el colesterol, el alcoholismo y la drogadicción podemos ver que los preceptos nazis lejos de haber sido extirpados están allí, peligrosamente vivos. Una de las primeras preocupaciones del Doctor Goebbles era el consumo masivo de café y cigarrillos. La nicotina no sólo impregnaba de brea los pulmones del fumador y la cafeína alteraba el sistema nervioso sino que esta combinación hacía que la gente se juntara a hablar, a pensar a planear. No hay nada peor para un régimen totalitario que dos personas felices, disertando sobre sus vidas. Allí es dónde nace la inconformidad, en esos pequeños encuentros es donde se gestan las revoluciones. Por eso este filósofo poliomelítico lo primero que hizo fue suprimir estos estimulantes. Todos tenían que tener el cuerpo sano, un cuerpo preparado para la guerra que inevitablemente se cernía sobre Alemania. Además tenían que seguir el ejemplo del Fŭhrer.
Y es que Hitler como tantos otros dictadores despreciaba el cigarrillo, el café y la carne. El odio que sentía por la humanidad lo compensaba amando a sus perritos, como muchos años después en una banana republic un aspirante a tirano proclamaba que él era mejor que todos solo porque era abstemio, porque no fumaba y sobre todo porque trabajaba, trabajaba y trabajaba. De tanto trabajar ni siquiera comía, calmaba el hambre con unas extrañas gotas que lo ponían hiperactivo pero que exacerbaba y de qué manera su perenne mal genio. Su despotismo se acababa cuando veía un caballo de paso fino. Entonces dejaba de ser un energúmeno para convertirse en un tiranuelo a caballo.
Decía Buñuel que él desconfiaba de la gente que no bebía ni fumaba. Por lo general la amistad y el amor fluyen gracias a esos estimulantes. Por eso debe ser que ya nadie se enamora, por eso debe ser que no he vuelto a hacer amigos. Acorralados por la tiranía invisible de los sanos estamos los fumadores, cada vez más enfermos, más amarillentos, más desvelados pero a la vez más inconformes, más rebeldes. El humo del cigarrillo es la barrera que nos impide ver como los jóvenes son cada vez más delgados, más hermosos y más silenciosos. Ya nada les sorprende, nada los conmueve, son máquinas conectadas a sus iphones. Su única preocupación es mantener el peso y la forma adecuada. Sería una tragedia dejar de parecerse a los demás.