Los chusmeros

Los chusmeros

En un país en el que abunda la tragedia, algo de esperanza mantiene a los ciudadanos en pie. Una reflexión sobre los marginados y su resistencia en la historia

Por: EDISON PERALTA GONZÁLEZ
agosto 04, 2022
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Los chusmeros
Imagen: Archivo Las2Orillas / Canva

El terrorismo nace del odio, se basa en el desprecio de la vida del hombre y es un auténtico crimen contra la humanidad.

Juan Pablo II

“Porque así lo han decidido para mantener el control, lamentablemente la muerte nos es cotidiana, así como la guerra, la sangre nos ha hecho saber de sus dolores más desgarradores, es nuestra íntima conocida. La guerra nos encontró y luego le llamaron conquista. La guerra nos educó y luego le llamaron patria. La guerra nos mató y le llamaron lucha contra el comunismo. No tememos, pues a lo que la guerra encierra, tememos a lo que la guerra no deja ver. ¿Qué está detrás del vergonzoso aprovechamiento de la muerte? lo sabremos pronto, seguro es mucho más que la compra de aviones y equipo para el ejército” Danilo Santos Salazar.

Con este epíteto despectivo, las clases privilegiadas se referían a mediados del siglo pasado a los liberales gaitanistas, comunistas y campesinos que se enmontaron y fundaron guerrillas para defender la vida y sus pequeños fundos en las estribaciones de las cordilleras y pequeñas poblaciones de este país de atolondrados, malandrines, hacendatarios y verdugos.

La chusma de hoy son otros: la Colombia pobre, clase media baja, desempleados de la ciudad y el campo, indígenas, campesinos y tele incautos, sin techo, sin tierra, rebuscadores de calles, tugurios, veredas y avenidas, estudiantes pobres, pensionados de estratos bajos, profesionales sin trabajo digno, obreros, trabajadores de la intelectualidad, maestros y albañiles, exsoldados, expolicías hijos de pobres, reinsertados e ignaros arañando la miseria en los lodazales de la muerte. Es decir “gente basta, clase baja y despreciable”, según el diccionario de la lengua española.

Es la misma chusma, cuesta abajo, que hoy deambula sin sur ni norte por los caminos de esta Colombia amarga en busca de dignidad, paz y patria y un pedazo de pan que mengüe las exigencias de su estómago vacío. Es la misma que se atrevió el 21 de noviembre a desafiar las élites y los sátrapas de las clases dominantes y marchar por millones en avenidas de grandes ciudades, para decir ¡Basta Ya! No más criminalidad, no más saqueo, corrupción, no más falacias.

Noam Chomsky nos indica que los dioses de la riqueza se apresuran en esta época del neoliberalismo salvaje a “mantener la chusma a raya”, esto es, no permitirles pensar, solo creer, tenerlos ocupados disfrutando sus miserias, viendo televisión, programas basura de los medios que se han metido en las casas y mentes de los ciudadanos, y otras lacras gozando los goles del Real Madrid o la Liga Águila ocupándose, dándose golpes de pecho en los rituales de pastores pederastas o esperando las migajas humillantes que cada mes a cambio de votos le ofrecen los sayones.

Un contraste, al decir del maestro Renán Vega Cantor, con los esbeltos cuerpos de los hijos mofletudos y regordetes de las élites, que no pueden ni andar de tanto ingerir licor y comida chatarra mientras millones de colombianos soportan la desnutrición o mueren de hambre en las covachas de pueblos y veredas. Basta, de seguir globalizando la pobreza.

Aún es tiempo de derrotar ese opresor que todos llevamos dentro y descolonizar nuestra conciencia para que un día podamos quitarnos los grilletes que laceran el cuerpo y el alma de los desheredados de este país invadido por colonialistas, criminales y ladrones. Algunos han tratado de contarla a medias a través de la academia y otros, apoyados en testimonios de quienes vivieron los horrores de la guerra y los desplazamientos.

Jacques Aprile, un catedrático francés sustenta en sus crónicas el dolor de los huyentes y la sapiencia de contarle a Colombia y al mundo el holocausto de una pequeña población campesina enredada en las estribaciones de la cordillera del Sumapaz y las laderas de Altamizal, Montoso, Galilea y El Duda. Ignoraron la historia y su obra. ¡Qué indolencia!

Pareciera que el sacrificio, el dolor y tortura de una generación de campesinos humildes estuviera destinada a silenciarse para siempre. La vergüenza de quienes aplaudieron la tragedia no ha permitido escudriñar la historia. La verdad de los campesinos no es la verdad de sus verdugos y la Alcaldía carece de recursos para contar verdades. La clase política local hoy enquistada en fantasías neoliberales y troleras poco o nada se interesa por la historia de los campesinos y sus héroes.

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