Los carroñeros que viven del triunfo de Nairo
Opinión

Los carroñeros que viven del triunfo de Nairo

Nuestros deportistas desde siempre han padecido la orfandad del Estado, así el exministro Gabriel Silva trate de convencernos de que el programa de la primera dama está construyendo la siguiente generación de Nairos

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septiembre 13, 2016
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No había transcurrido un día del victorioso triunfo de Nairo Quintana, cuando los carroñeros que viven de las victorias ajenas entraron en acción.

Los amanuenses y  correveidiles, por encargo o a motu proprio, tienen la manía de capitalizar los logros y esfuerzos ajenos en favor del príncipe de turno. El columnista Gabriel Silva cumple a cabalidad dicho papel en su última columna de El Tiempo. De manera obsecuente, el exministro del  presidente Santos, afirma:

Suena exótico, pero Nairo es hijo de Virgilio Barco. Y de la enorme inversión que ha hecho Colombia en educación –en la que, sin duda, falta mucho–, pero que a pesar de sus deficiencias ha cambiado la vida de nuestros niños. Cuando en el gobierno Barco se decidió lanzar el programa de Madres Comunitarias para hacer universal el cuidado y la alimentación de los niños en edad preescolar, se cambió el país del futuro. El que estamos cosechando hoy.

Ahora el programa de Cero a Siempre, impulsado por la primera dama, María Clemencia de Santos, está construyendo la siguiente generación de Nairos, de Einsteins, de genios, de innovadores. La lección de Nairo, de Chaves, de Atapuma, de James, de la Selección y de todo nuestro equipo olímpico es contundente. Concebir políticas de cambio social consistentes en el largo plazo y sostener esa disciplina estratégica hacen toda la diferencia. Eso es válido para todos los frentes de la acción del Estado, pero particularmente en los temas sociales.

No solo suena exótico, es mendaz y oportunista. La pobreza de Nairo y su familia, la misma que ha padecido la inmensa mayoría de nuestro grandes glorias del deporte, es la demostración de la ineficacia y la precariedad de los programas sociales del Estado, tanto los del presidente Barco como los actuales, en especial el programa  de Cero a Siempre, que aún no ha podido explicarle al país  porque se siguen muriendo de hambre  y desnutrición miles de niños en La Guajira y porque nos hemos resignado a tener un política de ingreso a la universidad solo para los más pilos, mientras los demás, millones de jóvenes, quedan condenados  a perpetuar  el círculo de la pobreza.

 

Los gobiernos por lo general llegan,
con su casita y su medallita de Boyacá debajo del brazo,
cuando los triunfos ya se han logrado

 

Los triunfos alcanzados por nuestros deportistas son el fruto de su esfuerzo personal por derrotar la pobreza en que han crecido. Por superar el abandono y la falta de oportunidades en que trascurrió su infancia  y su juventud. Por intentar “rebuscarse” otra vida montados en una bicicleta o pateando un balón en las polvorientas calles y canchas de Pescaito. Los gobiernos por lo general llegan, con su casita y su medallita de Boyacá debajo del brazo,  cuando los triunfos ya se han logrado. Como ningún otro saben que la “victoria tiene muchos amigos y muy pocos amigos la derrota”.

El único respaldo cierto y verdadero ha sido el brindado por sus sacrificadas familias. Para ser un deportista exitoso en Colombia solo se requiere tres cosas: ser pobre, tener talento y no abrigar esperanza alguna en que el Estado lo va a ayudar

La infancia y la niñez de Nairo, que narra Ivan Gallo en Las 2 Orillas, así como la pobreza de su familia contrastan con las cuentas de la lecherita del señor exministro:

Nairo de  niño sufrió la enfermedad del difunto y casi muere arrollado por un taxi. Para estudiar tuvo que montarse en una bicicleta de la que nunca se bajó.

Tenía dos años y decían que se iba a morir. A Eloísa Rojas, su mamá, un hombre que acababa de maquillar a un muerto le tocó la panza cuando él, Nairo Alexander, estaba adentro de ella. Nació seco, con la piel forrada a los huesos, los ojitos negros como dos huecos, la muerte en el hombro. La diarrea lo consumió durante un año. La tolerancia con la que soporta el dolor de subir las más escarpadas montañas la aprendió en sus primeras horas de estar vivo. Nairo resistió y a los dos años, después de someterse a licuados de hierbas sanadoras y rezos incesantes, logró curarse.

Lo que no mejoraba era la economía familiar. Luis, su padre, había sido atropellado cuando tenía 8 años. Del accidente le quedó una cojera que catorce operaciones no pudieron remediar y unos dolores imposible de calmar. Aun así, con la valentía que caracteriza a los Quintana, levantó con sus manos una casa en la vereda La Concepción para que su familia viviera allí. Doña Eloísa hacía los caldos de papa más ricos de Cómbita y con su sazón ayudó a mantener los cuatro hijos que tuvo”.

De niño, Nairo no montaba en bicicleta. Lo de él era ayudar a Don Luis a cultivar la papa, a cuidar los pocos animales que tenían en la finca, a recoger las verduras que el suelo les daba. La bicicleta la vino a conocer cuando cumplió 12 años y sus papás se dieron cuenta que ya no podían darle los 800 pesos que costaba el transporte en bus hasta Arcabuco, el municipio a 12 km de distancia en donde terminaba la primaria.

Dice la máxima que la victoria tiene cien padres y la derrota es huérfana. La victoria de los Nairos, Cháves, James, Pibes, Ibargüen, Figueroa, pertenece única y exclusivamente a ellos y a sus familias. Los otros noventa y nueva padres solo los mueve el afán palaciego de cosechar indulgencias con avemarías ajenas. Nuestros deportistas desde siempre han padecido la orfandad del Estado, así el exministro Gabriel Silva se empecine en convencernos de que “el programa de Cero a Siempre, impulsado por la primera dama, María Clemencia de Santos, está construyendo la siguiente generación de Nairos”.

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