Los Caparrapos, la herencia maldita de Cuco Vanoy

Los Caparrapos, la herencia maldita de Cuco Vanoy

Es el más violento de los grupos armados que azotan Antioquia, Sus integrantes aprendieron a ser sanguinarios al lado del paramilitar que purga 25 años de cárcel en EEUU

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junio 11, 2019
Los Caparrapos, la herencia maldita de Cuco Vanoy

Era voraz y le gustaba la rumba. A veces, después de horas intensas descabezando gente, se iba para la zona del Guaimaro en Tarazá, Bajo Cauca Antioqueño, el territorio del que fue amo y señor, y se encerraba en el Bar Cortina Roja a celebrar con sus hombres de confianza. Lo que se vio ahí resumió el horror paramilitar que azotó los campos de Colombia entre 1997 y 2005.  Allí, por lo general, llevaban a un puñado de mujeres acusadas de auspiciar a las guerrillas de las Farc y ELN que azotaban la zona. Antes de pegarles un tiro en la cabeza Ramiro Vanoy se divertía cortandoles los pezones, pasándoles electricidad en sus muslos, ordenar a sus hombres del Bloque Mineros a que las violaran en masa y salvajemente y las que resistían o las agarraban a planazos o les introducían cocaína en la vagina para soportar a más de veinte hombres en todo un día. Sus víctimas favoritas eran las quinceañeras. Los niños varones tampoco estaban eximidos de las fiestas.

Pocos conocen la estela de horror que dejó en las catorce mil kilómetros cuadrados que él dominó: Tarazá, Cáceres, el Bagre, Nechí y Zaragoza. Mientras una parte de sus 2.500 hombres que componían el Bloque Mineros torturaban, violaban, saqueaban, quemaban, la otra hacía obra sociales: parques infantiles, carreteras, escuelas, regalaban mercados, cirugías.  Ramiro Vanoy, como buen cundinamarqués, era de tres misas diarias y sabía de las ventajas que trae la culpa, el que peca y reza empata.

Nació el 31 de marzo de 1948 en el municipio de Yacopí. A los 10 era jornalero y hasta apostaba a los gallos. A los 15 lo encontramos trabajando en Muzo, Boyacá, al lado de Vicente Carranza y Gilberto Molina y los esmeralderos más duros. De ellos aprendió la estrategia para poder expandir su territorio de influencia y se dice que hasta ayudó con consejos tácticos a las Farc.  A los 30 ya trabajaba con Pablo Escobar. Se conocieron porque Vanoy tenía una compraventa de carros la 30 y una empresa de ganadería. Pura fachada. Ya manejaba una poderosa red de sicarios. En 1983 Escobar se lo lleva para el Magdalena Medio. La fiebre del MAS (Muerte a Secuestradores) el brazo armado que creó el Cartel de Medellín en venganza por el secuestro de Martha Nieves Ochoa, estaba en su furor. Ya empezaban a practicar, este embrión de los paramilitares de la década del noventa, su táctica de violar, quemar, arrasar para amedrentar a todo aquel que quisiera simpatizar con la guerrilla. Allí entrenó hombres que luego fortalecerían la temible  Asociación de Campesinos y Ganaderos del Magdalena Medio y conoció a Henry Pérez, el hombre que seis años después asesinaría en la Plaza de Soacha a Luis Carlos Galán Sarmiento.

Vanoy se le volteó a Escobar y estableció una alianza con los Castaño. Después de la muerte del Capo máximo del Cartel de Medellín, Vanoy, en asocio con el narco mexicano Alejandro Bernal Madrigal, transportó toneladas de cocaína a México y los Estados Unidos. Lo único que tenía que hacer era prestar la pista de aterrizaje que tenía un su finca en Tarazá. Cada vez que una avioneta cargada de coca despegaba Vanoy ganaba 30 millones de pesos.

Como quería ser el capo más duro creo una fuerza de guerreros que él mismo formaba. En solo cinco años, de 1993 a 1998, su ejército aumentó de 80 a 2.800 hombres amparado en el impulso que le dio como gobernador de Antioquia Alvaro Uribe Vélez a sus Convivir. Su rastro de sangre se vio en masacres tan recordadas como La Granja y el Aro.

Las armas  le garantizaban una salida directa al golfo de Morrosquillo, la vía que lo conducía sin retenes a las costas de México. Tenía de socio a alias Macaco. Sus hombres, mezclados, después de su desmovilización en el 2006 en el marco de Justicia y Paz, constituyen buena parte de los que hoy conformen el grupo de los Caparros que sigue llevando el terror al Bajo Cauca.

A mediados de la década pasada no se movía la hoja de un árbol en el Bajo Cauca. Todas las noches aparecían los muchachos degollados, con un tiro en la frente. A los otros se los comió el río y nunca nadie los volvió a ver. Tuvieron que pasar años para que se supiera la magnitud del horror que esparció en esa zona: las niñas y los niños violados, las vírgenes como trofeo de guerra.

En enero del 2006 , cansado de tanta muerte,  se entregó. Lo mandaron a la cárcel de Itagui lugar donde estuvo hasta el 13 de mayo del 2008 cuando fue extraditado a los Estados Unidos. De nada sirvió lo que él estaba dispuesto a declarar. La Corte Federal del Sur de la Florida lo condenó a 24 años de cárcel por los delitos de droga y lavado de activos.

Los rumores que llegan desde Estados Unidos dicen que volverá. Aún tiene muchas propiedades en Colombia y son cientos sus víctimas que esperan ser reparadas. Su legado de maldad está intacto en cada uno de los desmanes que siguen cometiendo sus caparros.

 

 

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