De solo imaginar que, en Tornillo, el campo de concentración para infantes que el presidente Trump tiene en la frontera con México, en cercanías de El Paso, Texas, hay detenidos y separados de sus padres 3800 niños, rompo a llorar.
Sí, a llorar, de solo pensar que uno de aquellos niños apartados brutalmente de sus padres, de su familia, es uno de mis cuatro nietos, sometido a la tortura emocional y física del despojo violento de su entorno humano, social y del territorio, sin el más instintivo sentimiento de clemencia y solidaridad por su condición de desvalido y de víctima de la intolerancia irracional de alguien que, revestido del poder más grande que hay sobre la tierra, llegó de inmigrante a los Estados Unidos de América.
Sí, a llorar, de solo imaginar que uno de aquellos infantes nómadas, es tu nieto abuelo lector, compartiendo con el mío, con Juan Diego, de solo cuatro años, las noches eternas de la tortura sin fin de los nuevos campos de concentración de Hitler en la Norteamérica del siglo XXI, la misma Norteamérica solidaria y compasiva, quien lo creyera, que redimió en Auschwitz la ignominia del exterminio nazi en la segunda guerra mundial.
Trece mil niños migrantes, 13 000, ostentan la mácula de refugiados en los campos nazis de concentración de los Estados Unidos de Trump, que no ya de América, como reza en su escudo; de infantes privados de su condición de humanos, violentados en todos los aspectos de su desarrollo psicosocial, biológico y humano; arrancados a la fuerza de su territorio por el huracán de la intolerancia en su embate de barbarie y de quebrantamiento de la vida en su brote.
Si aún no son lo que son, los campos de concentración de Trump, como se apresuran a desmentir sus voceros, a la vez que a ratificar que solo son “una estrategia para aterrorizar a los padres inmigrantes que consideran cruzar la frontera de México y Estados Unidos”, lo cierto es que los métodos y prácticas que se aplican contra los niños enjaulados en ellos, son la versión Trump de los levantados por Hitler en la Alemania nazi por las mismos motivos de raza, etnia, religión, políticos y culturales.
Por algo se empieza para llegar al exterminio,
dirá quien ha concebido tan atroz e inmoral método de enjaular niños
para disuadir a sus padres de raza inferior
Por algo se empieza para llegar al exterminio, dirá quien ha concebido tan atroz e inmoral método de enjaular niños para disuadir a sus padres de raza inferior, mexicanos, hondureños, guatemaltecos, negros, indígenas, latinoamericanos en general, de desafiar su despótica e imperial orden de “cero tolerancia” impartida a los inmigrantes provenientes de estos “países de mierda”, que para Trump somos sus congéneres de esta orilla.
Llegar el gobierno, el presidente de la nación más desarrollada de la tierra, al extremo de confinar a miles de niños a cientos y miles de kilómetros de sus padres y someterlos a situaciones extremas de indefensión y vulnerabilidad emocional y física en razón de su edad, es conducta que no se compadece con la especie y transgrede el más laxo código moral, ético, político y de respeto a la especie humana en cualquier universo constituido en sociedad.
Del mismo modo que la vergonzante, cómplice e inmoral pasividad del pueblo americano, de su Congreso, ante el monstruoso quebrantamiento del derecho de gentes y la aniquilación de niños que promueve su presidente Trump.
Poeta
@CristoGarciaTap