Los caminos del miedo

Los caminos del miedo

Hay miedos personales, heredados o fabricados por la dudosa certeza de que tenemos que seguir caminos ajenos. Nacen en el seno de las familias o en la escuela

Por: Luis Jaime Ariza
enero 27, 2022
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Los caminos del miedo
Foto: Pixabay

Nota previa: escribí alguna vez que albergo dos miedos: el de provocar daño a otros y el de alejar a las personas que amo. Lo que escribo es fruto de mis cavilaciones, de mi escaso conocimiento de la historia, de mi deseo de no darle espacio a mis miedos.

Hay quienes aman el miedo. No lo saben, y no lo quieren saber. El miedo es como el demonio, que nos habita inconscientemente y en ocasiones sale de su escondite para hacernos ver bastante más como somos de lo que creemos.
El miedo se cocina, para nuestra desgracia, al lado de quienes amamos y nos aman, y generalmente por sus influencias, porque suele aparecer bajo la máscara de la protección, o la verdad, o los ideales, o la moral, o la libertad. Los miedos los suelen sembrar los padres, los maestros, los hermanos mayores, los mejores amigos, los curas, los líderes políticos, casi todos ellos seres miedosos.

Y hay mil expresiones del miedo. Las conocemos cada vez que estamos cerca de un logro, cuando estamos en presencia de personas, situaciones u objetos desconocidos (sobre todo cuando no podemos asociar lo desconocido con lo familiar o lo ya experimentado), y muchas veces cuando enfrentamos aquello que nos cuesta trabajo comprender.

Y hay esos otros miedos que se alojan en el inconsciente y sólo emergen cuando secretamente reconocemos señales de peligro (casi siempre distorsiones de imágenes que negamos, que no podemos aceptar, que no se dejan ver con claridad porque nuestra coraza defensiva las reprime).

En Colombia nos quieren asustar con la violencia de los violentos. Y quienes lo intentan son tanto o más violentos que aquellos a quienes acusan. Son miedosos que intuyen que compartiendo sus temores se sentirán seguros, que hallando eco en sus negaciones podrán tranquilizarse.

Quizás son quienes más hablan con enorme afectación y sentimiento de entelequias como la patria, la nación, la democracia, la moral y las buenas costumbres, y tal vez mañana -si nadie ataja su desbordada y paranoica publicidad fundada en sus miedos- promoverán el miedo a la belleza, a la creatividad, al amor sin cortapisas, a la solidaridad...

Un miedo gigantesco alimentó la política exterior de los Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial. Tan grande que acogieron a decenas de oficiales de las SS alemanas como "expertos" en la lucha contra el comunismo y todo lo que se le pareciera: el sindicalismo, las balbucientes expresiones del movimiento ambientalista, los gérmenes de movimientos juveniles que explotarían en Mayo de 1968 en París.

La historia real (la que se sabe a pedazos cada vez que se liberan archivos secretos de los poderosos) dice que personajes como Klaus Barbie trabajaron como asesores de gobiernos impuestos mediante golpes militares en varios países latinoamericanos.

En su caso, el gobierno de René Barrientos, en Bolivia, lo adoptó como asesor para el diseño de políticas de exterminio contra los mineros, los indígenas, los sindicalistas, los académicos y los estudiantes universitarios, todos aquellos que soñaban con un país distinto, democrático y respetuoso del derecho de la mayoría de su población.

El asunto empeoró cuando Ché Guevara decidió que las tierras altas de los Andes podrían ser nuevo escenario de su delirio generoso de liberar la América del Sur de tantos males previstos siglo y medio antes por visionarios como Simón Bolívar ("Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia para sembrar la América de miseria en nombre de la libertad", había dicho el Libertador de cinco naciones).

Paco Ibañez hizo música para un poema de Nicolás Guillén en el que canti-cuenta parte de esta historia...

El rifle del soldadito de Bolivia era un regalo de Mr. Johnson al gorila Barrientos para acallar las voces disidentes. El miedo abundaba, sobre todo desde que Cuba había anunciado que seguiría un camino propio. No hablaré de lo que sucedió después, porque aquí interesa destacar como los miedos ciegan y a veces provocan aquello que se teme.

Los archivos desclasificados permiten explicar la cacería de brujas en el mismo territorio de los Estados Unidos, impulsada por Joseph McCarthy, para quien toda voz contraria a su estrecha visión del mundo (artística, literaria, política, democrática...) debía suprimirse, y promovió la delación entre amigos, la fabricación de listas negras en todas las empresas, entidades e instituciones...

Entre sus más ciertos seguidores estaría el futuro presidente Nixon, cuya historia conocemos a medias pero es suficiente para incluirlo en la lista de miedosos altamente nocivos.

Nuestra Colombia ha producido miedosos desde el momento mismo en que se promulgó la independencia de España: muchos "criollos" se hicieron al control de los partidos que hoy llamamos "tradicionales" para conjurar sus miedos lanzando a cientos de personas del pueblo a decenas de guerras "civiles", una tras otra, las mismas que no han terminado y que hoy no quieren que terminen los hijos de los hijos de aquellos.

Los miedos de la vida en sociedad.

Hay miedos personales, inmovilizadores, heredados o fabricados por la dudosa certeza de que tenemos que seguir caminos ajenos. Nacen en el seno de las familias o en la escuela, porque un padre se cree orientador infalible o porque un profesor se asume como depositario de verdades. Hacen daño, a veces irreparable.

Pienso en los niños que dejan de cantar, de bailar, de dibujar y de jugar. Alguien les dice que cada una de estas actividades tiene unos modos "apropiados" para realizarse, que no son los que dictan la intuición y la más elemental expresión de la vida.

Hay que "aprender" de otros para poder hacer en estos dominios. Y los niños creen , porque quieren a quienes les hablan, porque les dicen que deben respetarlos y aceptar sus indicaciones. Y entonces tenemos niños y adolescentes y jóvenes que se hacen ovejas del rebaño, que renuncian a sus ganas y a sus inclinaciones naturales para hacerse adultos civilizados y decentes.

La tragedia de las "buenas costumbres" es que la costumbre no es más que un resultado de la estadística, como hubiera dicho el buen Borges (aunque bien conservador fue el maestro). Mi querido Julio Cortázar habría usado "fofos" y "fasos" para incendiar cartillas y manuales, esos objetos aborrecibles de la cultura moderna que han modelado el carácter de tanta gente.

Para que no se piense que hablo prejuiciosamente, un botón del Norte:

Los jóvenes tienen miedo de ser productivos, creativos, innovadores. Parece que la enseña de la educación es promover la repetición de tanto equívoco que la ha hecho posible.

Los miedos de uno mismo.

Hay miedos en la amistad y en el amor. Si no transforma, la amistad es una especie de baba pegajosa y tibia que se disfruta por su facilidad y su confort. Si no conmueve, el amor es apenas una formalidad social que se agota en periódicos encuentros, fortuitos o programados, con alguien que agrada y complace. Una amistad y un amor que estremezcan no son populares pero qué bien caerían.

En Colombia hay los miedosos de la libertad ajena: la de expresión, la sexual, la ideológica, la cultural...

Gritan y alertan, claman por la restitución de fórmulas y formas caducas; se escandalizan por las novedades (se puede ser crítico de cada nueva expresión, pero qué bueno ser capaces de mirar qué hay detrás de todo intento por re-novar o re-crear o in-novar o crear).

He llegado a creer que muchos tienen miedo por llegar a ser aquello que odian. Y pienso que los homofóbicos son homosexuales en potencia, y que los curas que declaran que es pecado casar parejas del mismo sexo tienen el más tremendo miedo de encontrarse con una persona a la que podrían amar (no hablo de sexo, sólo de capacidad de encontrarse y de ser con otro humano). Y, sin embargo, hay un gran número de curas pederastas, y de monjas como las del Castillo de Loudon (recomendado, búsquenlo), que escandalizarían hasta al más inocente seguidor de los Mandamientos de toda Iglesia.

Miedo a la comprensión, al afecto, a la felicidad....

La verdad, mis amigos, es que quería volver (un poco para conjurar mis propios miedos, aquellos que hablan de los alejamientos y la incertidumbre en los abrazos). Yo ando dando bandazos y preguntándome por qué diablos me tengo que hacer tantas preguntas. Sé que tiene que ver con quienes leen mis notas. Y los abrazo porque me justifican (al menos hoy, y si son indulgentes).
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