Una de las cosas más desagradables de trabajar en medios de comunicación es la obligación de estar informado. No tengo problemas en madrugar, uno llega ya a cierta edad en donde el desvelo es más fiel que el mal aliento, pero quisiera poner a las cinco de la mañana alguno de los viejos discos que me acompañan desde mi primera juventud y no una emisora de noticias, fuente inagotable de depresión en un país del tercer mundo saqueado por sus políticos. Entre todas las opciones siempre escojo a la W. No me importa la posición política de María Isabel Rueda, no me importa incluso el excesivo protagonismo que han ganado periodistas que no me gustan como Johana Fuentes, Julio siempre nos salva con un bossa nova, con una canción de Pink Floyd, con algún recuerdo de la vieja radio. Además, pues es que sus rivales sí dejan mucho que desear.
Cuando se fue Darío Arizmendi estuve dispuesto a darle la oportunidad a Gustavo Gómez Córdoba. En La luciérnaga, así coqueteara mucho con la ligereza, la frivolidad, pudo mantener a flote los niveles de audiencia que dejó el gran Hernán Peláez. Creía que esa frescura podría beneficiar una franja que se secaba como un cactus en el ártico por lo anacrónico que era el formato de Arizmendi. Bastó solo un día para regresar, como un heroinómano a su inyección a la W Radio.
Sandra Borda, Daniel Pacheco, Yohir Akerman y Gustavo Duncan eran razones de peso para darle la oportunidad a Gómez Córdoba. Son columnistas que siempre leo, escritores brillantes que, para mí, solo tenían un problema: la columna, como era presentada, grababa y leída perdía punch. Un director como Julio Sánchez entiende claramente que no hay nada más cansón que un escrito leído durante dos minutos en radio. Es algo tan pesado como escuchar a un poeta borracho leer sus versos en el parque. Al Comité Editorial de Caracol le molestaban los columnistas, pero por otra razón: se sentían incómodos con sus posturas políticas, demasiado de izquierda para sus directivos. El resultado es que dos meses después los columnistas fueron echados del programa. Les molestó profundamente la torpeza y el sesgo de Gómez Córdoba: las cargas siempre hay que repartirlas, por eso Julio dosifica las cargas poniendo a un lado a Yamit Palacio y al otro a María Isabel.
Gómez Córdoba está resultando demasiado frívolo
para un programa que debería encabezar la franja de la mañana
La preocupación adentro de Caracol es total. Gómez Córdoba está resultando demasiado frívolo para un programa que debería encabezar la franja de la mañana. Desde adentro los comentarios son terribles: se están viendo afectados por índices de audiencia flojos y una probable baja en la pauta publicitaria. 6AM no es el único programa en donde los cambios de Reglero, el español que manda en el Grupo Prisa, no han funcionado. El regreso de Gabriel de las Casas a La Luciernaga ha banalizado el programa hasta el punto de que parece más el show de Don Jediondo que el espacio donde hace unos años el maestro Gustavo Álvarez Gardeazabal ponía agenda nacional.
Para completar el Pulso del Fútbol, desde que se fue Iván Mejía, tampoco arranca. César Augusto Londoño ha tratado de modernizar el programa haciendo concursos, encuestas ridículas y trayendo de reemplazo a esa leyenda que es Mejía a un señor desactualizado, desinformado, que no escucha, que no ve fútbol europeo, que solo lee los correos que le envían de Cali, que hace chistes malísimos como es Oscar Rentería. Con los tres programas insignias de Caracol sin poder asentarse a los cambios la emisora podría estar al borde de la peor crisis de su historia. Los rumores se incrementan en redes y los oyentes nos estamos yendo sin importar los años de fidelidad que tenemos con la cadena.