No lo digo yo, lo dice el dicho. Y puede que sea cierto, solo en parte. Porque para presumir de hazañas, no hay como ellos. Aun suponiendo que en tan extraño axioma también tuviese razón la sabiduría popular, sería una razón a medias. ¿Frente a qué aconteceres deben borrar casete los caballeros?, ¿quiénes son los caballeros?, ¿los de librea y corbatín que llamaba Pombo?, ¿los que las prefieren rubias, acaso?... En fin. Lo cierto es que en esa encomienda que circula por ahí con la etiqueta “caballeros” no van los expresidentes. Por una razón comprobada: lo mejor para combatir la amnesia —más que el fósforo, el omega 3 y el yoga— es pasar una temporada en la Casa de Nariño. Sin excepción, todos sus inquilinos salen de allí con la cabeza y el corazón llenos de recuerdos a la espera de ser contados. De ahí, la saga de publicaciones a posteriori que nos invade.
En la más reciente es Andrés Pastrana, el memorioso.
A propósito, no sé si el mérito es del expresidente, del periodista Gonzalo Guillén, o si lo es de los dos, pero Memorias Olvidadas, a pesar de las prevenciones que pueda generar, se deja leer de manera fluida; incluso, se deja disfrutar. Me refiero a la forma en que está escrito el libro: párrafos muy afortunados, casi literarios; anécdotas desconocidas de los entresijos del poder y una que otra pincelada de fino humor que adoba la trascendencia de ciertos sucesos que marcaron el devenir nacional.
El fondo es otra cosa. El cristal a través del cual el autor (el escribidor) mira la realidad, por bien intencionada que sea esa mirada, no puede ser transparente ni del todo confiable. Hay que tener en cuenta que la recordación selectiva de los acontecimientos proviene de un político conservador que trae a colación retazos de unas vivencias que a muchos nos tocaron, pero que con el paso del tiempo, el atropellado sartal de noticias que produce el país, la muerte de algunos de los mencionados en las 293 páginas y la manipulación partidista que se acostumbra hacer de lo bueno y de lo malo, se nos han ido enredando.
Y digo lo del mérito, por el subtítulo que trae la portada del libro: “Episodios personales de la Historia de Colombia, relatados a Gonzalo Guillén”. Tal vez fueron muy bien relatados o tal vez fueron muy bien escuchados y plasmados. No sé, repito, en todo caso lo relevante es que es otro de los muchos tomos que en las librerías ocupan los pesados anaqueles destinados a las remembranzas de los altos funcionarios públicos. Ex alto cargo que se respete considera que el periodismo —la historia cotidiana— no ha sido imparcial con el registro de su paso por el poder. Una injusticia con la posteridad —piensan— que tiene derecho a conocer los grandes hitos de la democracia colombiana, resaltados por sus promotores. Cada uno convencido de que su administración ha sido la mejor que ha dado la tierrita; AP no es una excepción. Y mientras los lectores no traguemos entero y las publicaciones no sean pagadas con las alcancías del Estado…, que gocen. (Claro que están los árboles, qué vaina).
Del libro se hubiera hablado mucho más, seguro, si no hubiera coincidido con el mar de leva informativo que inundó los medios de comunicación a finales del año pasado, entre otras cosas por cuenta del estrellón —aún no resuelto— de dos trasatlánticos cargados de soberbia, llamados Ordóñez y Petro. Por eso, a la efervescencia que causó el lanzamiento del mismo —que amenazó con arrastrar a su paso con la cordura de casi todos los exmandatarios colombianos que comenzaron a lanzar espumarajos por la boca, dando al país y al mundo un deplorable espectáculo—, siguió una corta temporada de coletazos en noticieros y columnas de opinión. Y, después, el silencio. Y los villancicos y las vacaciones y el año nuevo. Y, ahora, la campaña electoral, ocupación en la que la llamada clase política colombiana se mueve como pez en el agua los 365 días del año de todos los años.
Memorias olvidadas ya no exhala, pues, el aroma del pan recién salido del horno. Estuvo de malas Andrés Pastrana. Su ventaja es que ahí está el testimonio y resistirá el paso del tiempo porque lo que pasó, pasó, así no haya sido exactamente como él lo recuerda. Y nunca faltarán personas que, por distintos motivos, se interesen en acudir directamente a las fuentes. Aunque sea para rebatirlas.
COPETE DE CREMA: De los nueve capítulos, los de mayor sustancia —a mi juicio— son: “El castigo de los dioses”, en el que Pastrana Arango (o Guillén) cuenta la vivencia de su secuestro, cuando era candidato a la Alcaldía de Bogotá; “La prueba reina”, en el que aparece el eslabón perdido (César Gaviria) del embrollo de los narcocasetes que partió en dos la conciencia colombiana; y “Mandato por la paz”, en el que, gracias a la letra menuda, hace partícipe al lector de los pormenores de su debatido encuentro con el difunto Tirofijo. (Queda chuliado).