Cientos son los videos que circulan en la red en los que se muestran a presuntos ladrones que se atrapan en flagrancia y que terminan seriamente golpeados por citadinos furiosos e indignados. Y es que no es para menos, si es que los hurtos están pasando en cada rincón de la ciudad y a cualquier hora.
Los hechos se presentan en las estaciones y vagones de transmilenio; en las busetas; en el famoso Sistema Integrado de Transporte Público de Bogotá (SITP); en las peligrosas calles; en los puentes peatonales; e incluso entrando a las casas.
Pero quizá lo más preocupante son las nuevas modalidades, hurtos masivos en los que en cuestión de minutos desalojan a las personas de todas sus pertenencias, a quienes con cuchillos en el cuello no les queda más remedio que resignarse a perderlo todo.
Y es que la ciudad está mal, muy mal. Cientos de personas abarrotadas son intimidadas por unos pocos que con armas están dispuestos a robar o matar, a la final, ellos ya no tienen nada que perder. Como bien lo dicen los mismos ladrones: pueden salir libres al poco tiempo y volverán a delinquir.
Sin temor alguno me atrevo a afirmar que esas víctimas son personas humildes que trabajan arduamente para tener un techo sobre sus cabezas y un plato de comida en sus mesas. Los rufianes, aparentemente, no saben lo que es trabajar nueve horas y luego pasar tres más en el sistema público de transporte.
Hemos llegado a un nivel tan alto de sadismo y crueldad, que hasta festejamos cada que vemos un nuevo video en el que se muestra cómo varias personas golpean hasta ver sangrar al presunto ladrón. Sonreímos cuando entre insultos torturan a otro ser humano ¿Nos deshumanizamos cuando somos las víctimas de este tipo de hechos? Lo más triste y alarmante, es que las personas que capturan suelen ser menores de edad o adultos que ya han sido castigadas por éste delito.
No todas las víctimas denuncian y una de las razones es porque el procedimiento es exageradamente largo. Deben pasar muchas horas al frente del delincuente esperando a que pase por el psicólogo y toda una serie de pases que demuestran que la ley no trata como “víctima”, a quien en efecto lo es, para luego terminar fuera de una estación sin el objeto o el dinero robado. La segunda, que precisamente tiene que ver con la primera, es el miedo a las represalias, ya que sin duda alguna el ladrón se “ofenderá” con que lo denuncies y puede buscarte luego. La tercera, quizá la más triste de todas, es que no pasará nada. Esa personasaldrá libre y volverá a delinquir ¿Para qué tomarse la molestaia, entonces, de pasar horas frente a un abusar que estará en las calles de nuevo?.
Y no es que esté bien, ciertamente no lo está, para eso existen la Policía y nuestro sistema judicial, pero parecen ausentes e indolentes con la actual situación. La solidaridad, la rabia y la impunidad forzan a los ciudadanos a unirse y atacar, a actuar con violencia como reacción natural de supervivencia ¿Qué pasará el día en que un ciudadano mate a un delincuente? La justicia es coja, blanda con los criminales, la justicia en Colombia es sencillamente injusta.