Sin que lo supiera el Alcalde Petro al repudiar las corridas españolas el 12 de enero de 2012 la historia de Bogotá se cobijaba en sus palabras. No era la primera vez que autoridades, público o personajes se opusieran o enfrentaran a espectáculos ligados a prácticas crueles contra los animales. El mismo cronista de la cultura de Bogotá J. M Cordovez Moure lo había escrito claramente en su archiconocidas Reminiscencias de Santafé de Bogotá en 1905: «desearíamos que en ningún caso se permitieran las suertes de los picadores que presentan los indefensos caballos para que los bichos (toros) les saquen los intestinos o hagan presencia en el público escenas de la laya, no menos repugnantes que crueles» escribió.
Y ocho años antes lo había lamentado uno de los más grandes pensadores que ha dado Bogotá, orgullo de su inteligencia, como fue Salvador Camacho Roldán: «Estas diversiones, sencillas, amables, han sido reemplazadas de diez años a esta parte por las abominables, brutales y sangrientas corridas de toros a la española» (Citado por Khon Olaya, pp. 26, Cap X de Memorias)
Las corridas al estilo español se habían venido imponiendo desde que compañías de espectáculos taurinos modificaran esas celebraciones en el año 1890, cuando el primer torero español Tomás Parrondo “El Manchao” entró a la capital. Y aún en ese año y por lo menso 16 años después, el espectáculo no pudo tener la crudeza típica del español por oposición del público y manifiesta prohibición en la ciudad. El mismo programa del Circo, como se llamaba en 1890, indica “No se matará al caballo” y la suerte de la espada, no se ejecutaba en todos los toros y solo simbólicamente en la mayoría, señalando apenas el lugar de la muerte con una banderilla.
En los siguientes años aparecen nuevas cuadrillas pero persistiría la prohibición sobre la muerte del toro y del caballo. Así lo consigna El CRITERIO eL24 de mayo de 1892 cuando anuncian la cuadrilla de toreros presidida por Cacheta, Aransei Sanchez, Fortes, Bonito y Antón, que está en Barranquilla desde el 17 de mayo.
Un mes después, el 5 de junio en EL CRITERIO, el cronista taurino apodado Descabello describe la faena de Cacheta: “coge los trastos, pero el público y el Presidente hacen que se retire el bicho (toro)”. O sea, no permiten la muerte del toro, En Agosto de 1894 la columna Revista de Toro, narra que se lidia sin pica ni muerte. Dice que han disminuido el público por malos toros. Firma Chopp.
Para septiembre 11 de 1894 se anuncia la penúltima corrida. Noche del domingo. Tarro, Galindo, Teverín, Mazatinito, Chato torean. Describe faena y… “al chiquero”. O sea, no matan al toro, ni hay mención de pica. Firma Moña.
El 12 de Septiembre 12 de 1894 El CORREO NACIONAL, describe la corrida para el Lazareto. Acá aparece la estrategia de congraciarse con los bogotanos a través de la caridad.
Los empresarios supieron desarrollar un discurso para inventar e implantar una nueva Tradición. A través de folletos y la prensa desplegaron un discurso muy ligado a la ideología prohispánica que orientaba el conservatismo de don Miquel Antonio Caro en pleno auge del período político de la Regeneración. Usaron el artificio de la Singularización (expresión de lo español y su legado); Nobilización (Origen noble del toreo, y vistieron de ese ropaje hasta la figura plebeya de “El Manchao” primer torero matador que llegó). Usaron una Artificación (dando la imagen de arte sublime a la lidia incluida la de la pica, publicitaron poemas de Caro, Virgilio, etc ); Semantización (entronizaron el lenguaje taurino); Virilización (expresión de hombría, macho, honor ante la muerte); Mitificación (Minotauro, Mito Bestia vs Razón y el Coro).
Sin embargo, la prohibición del picador, del caballo desprotegido y la muerte del toro se prolongó hasta 1906, cuando comienza a aparecer en la ciudad la faena de rejoneo. Los cronistas taurinos registran esa oposición llamando a los proteccionistas como “sensiblistas, neuróticos” y más adelante consignan: “nuestro espectáculo viene siendo objeto de las mayores impugnaciones y censuras pero en ningún instante de aquel periodo se levantó contra él, una cruzada semejante a la que hoy, con semejante bullicio, pretende nada menos que la suspensión de esta fiesta que califican como impropia de una nación civilizada” (Ver El Tendido, Bogotá, julio de 1906)
Y si hurgamos más atrás podríamos encontrar múltiples formas de resistencia de la cultura del toro ya enraizada en Bogotá contra la amarga práctica taurina española, antes de estas manifestaciones de repudio. Rafael Pombo por ejemplo la enfrenta con gracia y burla: “Con trabajo pasé por entre gente y mesas de rueda de la fortuna, cachimona y blancas y coloradas, bisbis, etc., llegué a la puerta tricolor y desde allí contemplé unos doscientos palcos con unas dos mil personas, damas sensibilísimas la mayor parte, que iban ansiosas a ver matar y estropear a sus hermanos, y con el único, unánime deseo, de que fueran bastantes los muertos y bastantes los estropeados; he aquí la raza humana, me dije, he aquí su sola y exclusiva misión, la misión de destruir, explicada sin disfraz de civilización. (Toros en la calle y en la plaza)
En 1858 apareció un panfleto directo y lúcido, 13 páginas, que incluso denuncia la posibilidad de enfrentar la corrida española, quizá apercibido de lo que había pasado en esos años en Madrid donde ya se exigían en el Reglamento de esa plaza más de 30 caballos pues en una sola tarde podrían ser sacrificados ese número de animales. Su título lo indica abiertamente: Las fiestas y la civilización bogotana.
"Los españoles entre las malas cosas que nos dejaron no nos legaron la herencia de una plaza de toros, que si existía en Méjico i en Lima. Pero el mal que no nos hicieron nuestros opresores, nos los quieren hacer otros que fueron víctimas de ellos. Esperamos que la indiferencia de la población castigue en adelante a los que así intentan retrogradar en la carrera de la civilización"
De las corridas dice: "El espectáculo tiene lugar un día de tiempo en tiempo, no se ofrece en permanencia por semanas. Sin embargo, es ingrata a los ojos sensible, la vista de dos o tres docenas de caballos de los picadores muertos en la arena y la despiadada estocada con que se pone término la vida del bruto" Firma como Philanthropus, Detrás pocos bogotanos se denota en su cultura, quizá mascara de José María Samper o Salvador Camacho Roldán.
Camilo Pardo Umaña, el mayor historiador taurino de la ciudad advierte en 1946 que lo mismo sucedió en 1920, cuando se interrumpieron las corridas: “un pacheco de la política quiso hacer aprobar una ordenanza que prohibía la muerte del toro, acto gubernamental que correspondía a 1920… La batalla fue larga y tendida y la prohibición toricida fue tumbada” (Los toros en Bogotá, p. 56). Igual lucha se continuaba contra la crueldad ejecutada contra los caballos. Esta era una vieja reclamación que venía de la propia España y que tenía sangrientos antecedentes. En las corridas madrileñas del año 1851 se habían estoqueado 165 toros que habían matado 173 caballos, o sea morían más caballos que toros en las corridas. Hubo cornúpedos que mataban hasta 7 toros, y corridas donde murieron más de 30 caballos en un día. (Ver: 1851: Historia de una temporada). La matazón era tan común que en los reglamentos taurinos de la época se llegó a exigir un avío de 40 caballos para cada corrida, por si acaso.
El malestar siguió en Bogotá expresándose en las fiestas del barrio Las Cruces que siguió haciendo toradas parecidas a las corralejas que todavía permanecen en la Costa colombiana con ese nombre. Pero el 26 de julio de 1920 la muerte de una mujer junto con su niño y cinco heridos más, creó tal repudio que esa tradición fue eliminada del imaginario bogotano, probando con esto que las tradiciones, como todo, pueden terminar.
El año 1948 fue de agudas polémicas en la capital. Y esa vez alzó la voz Rodolfo Kohn Olaya, desde la perspectiva religiosa y humanista y recordó parte de este itinerario de críticas y resistencias contra la imposición de este discurso ennoblecedor de la crueldad.
Kohn informa que Mariano Ospina como presidente dejó de asistirá a la Corridas, incluso a la que se dio en su honor. Al igual el designado presidencial Roberto Urdaneta A y de Laureano dice que era “desafecto por completo a la sevicia del desenfreno circense”, en lo que no parece ser contundente.
Hoy, la lucha por la cancelación de la Plaza Santamaría como espacio de muerte, debe entenderse como culminación de una vieja aspiración de los bogotanos, de la misma manera como se prohibieron para siempre las capeas o corralejas que se efectuaron en Las Cruces hasta la tragedia de julio de 1920 o la horripilante muerte y descuartizamiento de cerdos vivos que se práctico en Bogotá, para escarnio de su memoria y que también narró la pluma del cronista de Bogotá Cordovez Moure:
“Había otro juego cuyo recuerdo nos horripila: se llevaba a la plaza un cerdo bien embadurnado con manteca y jabón, ofrecido en propiedad a quien lo tomara por la diminuta cola. No bien se soltaba el arisco animal, le caía encima la oleada humana ansiosa de poseer la codiciada presa: ésta se defendía a dentelladas, pero pronto quedaba agobiada por el número; y como cada uno de los pretendientes se creía con derecho al animal, partían la diferencia descuartizándolo vivo. Cada cual cortaba el miembro que estaba a su alcance, en medio de los alaridos de la infeliz víctima y de las estentóreas carcajadas de los actores de aquel drama digno de salvajes: y para no ser inferiores en nada a éstos, se untaban unos a otros con la sangre de los miembros aún palpitantes que habían cortado! “
Bogotá pudo superar este escarnio y lo superó.
Tiempos pasados, viejos tiempos de los que hay que aprender sin olvidar.
Edgardo Támara Gómez C.C 10. 522.532