En un territorio donde gracias a Osorio Buriticá y otra inmensa caterva de malos gobernantes el 41% de los armenios no quiere ir a las urnas —según la comentada encuesta promovida por CM&—, los candidatos del cura en el poder presuntamente ya tienen asegurados más del 90 por ciento de los votos de funcionarios y contratistas de la administración seccional.
El departamento del Quindío vive una profusa crisis institucional y política, una turbia corriente de indignación con la clase dirigente arrasó con la poca confianza que quedaba en la dirigencia local. Ese Quindío joven rico y poderoso que apostilló el patricio liberal Ancízar López López, hoy es una cantera de presidiarios de cuello blanco y cínicos con sotana.
Dicha indignación en las calles de Armenia y redes sociales fue reemplazada por un sentimiento de repulsión e impotencia contra la clase política tradicional, mientras tanto los liderazgos emergentes se expresan tímidamente y no se perciben con claridad.
Algunos… novedosos, distintos, pero que como agua vienen, como agua se irán.
El Quindío aún tiene cura pero para ello necesita un buen gobernador, un defensor de la comunidad, alguien que en vez de salir abrazar riqueza, trabaje por los menos favorecidos, un líder apolítico pero con experiencia política. En general, se requiere un perfil lejos de la demagogia, de la academia fría e impoluta, de los empresarios camuflados de altruistas y mucho más lejos también de los filósofos alcaldes que nos han querido gobernar.
El sonado caso de la valorización en la capital y las ordenanzas en la asamblea son algunos inris que marcaron el supuesto declive de las fuerzas electorales del momento, la luzpista y la sandrapaolista.
Ahora se les ve como dos trágicas sombras que se apostan sobre algunos de los candidatos del momento. A pesar del desgano del electorado, seguramente podrían ser decisivas en la elección de los quindianos, ya que su maquinaria aún mueve engranajes que con buenas aceitadas podrían definir los nombres al poder. Pues en política y en politiquería nadie está muerto, ni siquiera estando enterrado y mucho menos tras los barrotes.
En un territorio sitiado por el desempleo, el mayor empleador es el aparataje gubernamental, por lo que surge como principal mecanismo de seducción política la burocracia y la contratación. De esta manera son ganadoras las campañas que más le duelen y le cuestan a la ciudadanía.
Así el Quindío —o mejor, la administración del padre Carlos Eduardo Osorio Buriticá— tiene representante a la Cámara y ahora al parecer pretende extender su poder desde el púlpito público, apostándole a la alcaldía de Armenia con el prolífico empresario de la construcción César Augusto Mejía Urrea, esperando los buenos oficios de su socio eterno y expresidente Andrés Pastrana.
Sabe desde épocas sísmicas que con este candidato cualquier cosa se puede construir, que tiemble el verde que le queda a Armenia, por ello desde ya le apuntan al mismo exitoso rifirrafe mediático de un aval entre el conservatismo y el Centro Democrático, de la misma manera con que hace 4 años el hombre de la sotana mantuvo por un buen tiempo su nombre como bocado de cardenal en los mentideros políticos.
Camu haría llave con el plan B a la gobernación de los curas, el histórico exsenador liberal, Javier Ramírez Mejía, defensor de los banqueros, promotor del impuesto del 4 x mil, tristemente recordado en la universidad del Quindío por ser quien demandó hasta desaparecer el plan de estímulos económicos para los funcionarios del alma mater: la prima de quinquenio y de antigüedad que aliviaba las economías de cientos de familias, eliminando también la bonificación especial de directores y decanos, en su época de alto asesor del gobernador del chance, Julio César López Espinosa.
Ramírez, luego de su discretísima vinculación con Cambio Radical para ser el delegado de la casa Quindío en Bogotá durante la administración de Sandra Paola Hurtado Palacio, buscaría inscribirse por el conservatismo.
Para ello posiblemente se destinará un importante relicto de ese conductual voto cautivo del rebaño de los burós del edificio de la gobernación: funcionarios y contratistas listos con las listas de votos, a cambio del privilegio de continuar empleados en la capital del desempleo.
La apuesta principal está depositada en el educador Álvaro Arias Velásquez, quien recoge firmas “por todos” los rincones del departamento, ayudado al parecer con disimuladas hordas de funcionarios que ya recibieron las órdenes del falso mesías en el poder —de a quien llevarle las oraciones, las colaboraciones y los votos—.
El educador ha construido una no despreciable fortuna y su plataforma política gracias a más de dos décadas dedicadas al magisterio, la educación y a algunos de los negocios que de allí se desprenden, siempre con el respaldo del mayor de los caciques políticos: don Emilio Valencia.
Despierta cierta zozobra y curiosidad el acto de fe del padre Osorio por pretender entronar un pedagogo y no un político, posiblemente con el reto de encubrir y enfilar fechorías, sobre todo con el antecedente del filósofo encarcelado, quien agobiado por las exigentes demandas y compromisos de sus padrinos prefirió los pesados barrotes de una cárcel a los finos hilos de donde pendía su cargo.