Con la salida de la presencia militar en Afganistán se desató una ola de desesperación. Los afganos, siempre sufridos, buscaron de cualquier modo, por peligroso que fuera, huir del régimen Talibán que inicia en el país. En este sentido, tomó mayor relevancia el cambio de vida que tendrían las mujeres bajo el mandato de un grupo radical; se les vienen prohibiciones, castigos y hasta ejecuciones si no obedecen las estrictas normas de convivencia que las pone en un ridículo lugar de servidumbre y ostracismo.
Y es que la anterior situación ha servido para analizar el lugar de la mujer no solo en Afganistán. A pesar de que las mujeres han obtenido valiosos logros en materia de equidad de género, hay muchas deudas pendientes en los países occidentales o llamados civilizados, en los que ellas deben respetar implícitos códigos de ética o podrían enfrentarse a ejecuciones morales de fanáticos religiosos o machistas de turno.
No solo las sanciones son sociales. Se estima que actualmente, cerca de 4,2 millones de víctimas del conflicto armado son mujeres en Colombia, un asunto que preocupa porque han sido carne de cañón en la guerra, vulnerables ante los depredadores con fusil, sometidas a vejámenes por los grupos armados en nuestro país y asesinadas cuando quisieron ser lideresas sociales, dejando al descubierto el desolador rastro de la violencia de género en escenarios de conflicto armado.
Cabe recordar que ni siquiera en sus hogares están tranquilas. Durante el presente año han aumentado los feminicidios en el país, lo que tiene estrecha relación con la falta de educación y cultura de una nación que se resiste a salir del fanatismo, de la doble moral y de la hipocresía. Esto, sin duda, nos deja en serios aprietos cuando de avanzar como sociedad se trata, pues la idea no es cuestionar al país islámico por el trato hacia las mujeres cuando bajo la mesa y en nuestro país estamos juzgando y condenando su libre proceder.