Fueron muchísimos los bares que se daban el lujo de no dejar meter ni negros, ni pobres, ni gente que pareciera colombiana. Vendían tragos de 50 mil pesos y las entradas eran superiores a los 150 mil. Incluso uno tenía que ir vestido de determinada forma. Lo que se tenía que aparentar era ser una persona bien, de estrato 25. Eso era lo más importante. Arribismo para empaquetar redes sociales, soñar con ser alguien que uno nunca será.
Ya quisieran estos bares que se guardaban su derecho de admisión por maricas, por negro, por pobre, por no ser todo lo rubio que sueñan sus dueños. Ahora la pandemia ha puesto a cada uno en su lugar. Y ahora se arrastran suplicando ayudas, los mismos que escogían sus clientes, los que maltrataban a sus empleados, los que le pegaban chichiguas, los que querían que la gente pagara 180 mil pesos por dos cocteles hechos con vodka barato.
Nadie los va a ayudar. Si algo nos ha enseñado la pandemia es que no necesitamos los bares, podemos tomar en la casa los tragos más caros, más exclusivos sin ser explotados. Chao bares arribistas, ayudaremos a Doña Ceci, a los bares mas lindos y más humildes, los que nunca pensaron volverse ricos con nuestro arribismo. Al final esos van a sobrevivir, los otros no, que los salve su madre.