Los aviones de guerra nos enseñan a otro Petro
Opinión

Los aviones de guerra nos enseñan a otro Petro

Debemos demostrarle al resto del mundo que estamos en condiciones de hacer la guerra contra quien ose irrespetarnos

Por:
diciembre 23, 2022
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No quiero pensar que es cierto aquello de que una cosa es la campaña y otra el gobierno. De manera repetida se afirma que una cosa es ser oposición y otra ser gobierno, que hay que aprender a pensar como gobierno, que no podemos seguir pensando y hablando como oposición. Sin embargo, se mueve, dicen que afirmó Galileo cuando fue obligado a retractarse de sus teorías astronómicas que desafiaban textos sagrados indiscutibles.

El gobierno nacional anuncia la negociación para la adquisición de una flotilla de aviones de guerra, dieciséis para ser exactos, que se irán comprando por lotes en el término de varios años. Inicialmente se adquirirán tres o cinco, afirman. Y la suma de la que se habla es de 21 billones de pesos. La explicación que se da es que la flotilla de aviones Kfir de la Fuerza Aérea Colombiana termina su vida útil con la llegada del fin de este año, por lo que debe ser reemplazada.

Si no se reemplaza tal flota, va a tener que pagarse un precio más alto que el que se paga hoy por su mantenimiento. Como quien dice, aviones viejos requieren más asistencia técnica y mecánica, por lo que resulta mejor comprar unos nuevos. Ya se habla incluso de una preselección, aviones de guerra franceses. Y se nos dice que se trata de un asunto de soberanía y defensa nacional. Tenemos que responder a las violaciones de nuestro espacio aéreo.

E incluso estar preparados para un conflicto bélico de carácter internacional. Tenemos más de un millón de kilómetros cuadrados de tierra para salvaguardar y otro tanto de aguas marinas, además de una población de 50 millones de personas. Se apela a la necesidad de proteger el espacio aéreo y quién lo creyera, hasta el ciberespacio. Después de todo tenemos vecinos hostiles, como Venezuela y otros que disputan nuestro mar, como Nicaragua.

Debemos demostrarles a ellos y al resto del mundo, que estamos en condiciones de responder con fuerza ante cualquier agresión. Palabras más, palabras menos, que estamos en capacidad de hacer la guerra contra quien ose irrespetarnos. Yo no sé si seré muy ingenuo, pero en mi modesto parecer, un partido, un movimiento que mueve una nación a las urnas con las banderas de la vida, la paz, la reconciliación y el perdón, no puede ahora salirnos con ese tipo de argumentos.

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En mi modesto parecer, un partido, un movimiento que mueve una nación a las urnas con las banderas de la vida, la paz, la reconciliación y el perdón, no puede ahora salirnos con ese tipo de argumentos

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Escuchamos al presidente Petro aseverar repetidamente que condena cualquier invasión y que las soluciones diplomáticas, dialogadas, pacíficas son las mejores. Y lo asegura cada vez que le preguntan su opinión sobre la guerra en Ucrania, la que describe a su vez como una disputa irracional por recursos energéticos entre grandes poderes. Se entiende que, por vocación y principios, el primer mandatario colombiano está contra la guerra.

De hecho, su principal consigna se denomina la paz total, poner fin a todo tipo de violencia, política o criminal, al interior de nuestras fronteras, para ser una nación civilizada y en armonía. Asimismo, su política en materia de relaciones internacionales es la de la paz, las relaciones de respeto y cooperación con todos los demás países del mundo. Y eso incluye a Venezuela y Nicaragua, estados con los que se buscan aproximaciones o se litiga en cortes internacionales.

Si hablamos de cambiar paradigmas, energéticos y de tratamiento ambiental, si hablamos de transiciones que chocan con intereses de grandes capitales, si estamos pensando de veras en un mundo diferente al que nos proponemos avanzar por encima de la lluvia de críticas, no veo por qué la necesidad de caer en el discurso amenazante del poder militar armado, dilapidando a su vez billones de pesos que podían ser empleados en carencias urgentes del país.

El pensamiento progresista y de avanzada no puedo conciliar con la barbarie de las guerras fratricidas entre naciones hermanas. La política de estado de Colombia tiene que ser la paz por encima de todo. Desde niño he escuchado el cuento de la posible guerra con Venezuela, una invención con la que durante varias generaciones se ha manipulado a los colombianos para que avalen los negocios inspirados por los fabricantes de armas.

Hasta la inútil guerra contra las drogas es objeto de crítica abierta y se plantean caminos distintos. También debieran considerarse en cuestiones de seguridad y defensa. Con los 21 billones se compran un millón de hectáreas cuando menos, para los campesinos sin tierra. Eso sí que sería comenzar a implementar el Acuerdo Final de Paz sin tanto anuncio. Si de veras soñamos con la paz total, trabajemos también en el frente exterior, sin necesidad de exhibir armas.

Que, además, si lo pensamos con sensatez, no servirían para nada. La aviación de guerra sólo se ha usado, hasta hoy, para bombardear otros colombianos. Y el gobierno, entiendo, se opone a tales bombardeos. La contradicción es entonces con su propio discurso.

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