Esto viví el 28 de diciembre.
De un vistazo recupero el tránsito de lo normal. Compré el tiquete Medellín - Bahía Solano, con retorno Bahía Solano – Cali, por la ruta de Quibdó, en Cali. Viajé a Medellín en bus el 27 por la noche para lograr la conexión. Cundo solicité el servicio ADA diciembre estaba avanzado y vendido a retazos pero logré ubicar y confirmar telefónicamente mis cupos.
En el Olaya Herrera no registré maleta como equipaje. Decidí llevarla conmigo por liviana: era un morral. Desayuné dos veces pues no probaba bocado desde la tarde anterior. Leí en los carteles qué es prohibido como equipaje. Tomé la decisión de volver al despacho de ADA y preguntar a la dependiente “¿será permitido llevar en el equipaje de mano estos medicamentos para el asma?” pues tales drogas vienen empacadas como gas comprimido. “No hay ningún problema” me dijo. Vi por primera vez en la cola al personaje de las maletas y la cosa enmallada con geometría de tronco de cono. No estaba cómodo.
Así el de lo anormal. Pasamos a la sala de espera. Estuvimos en ella por unos cuarenta minutos. Bebí agua aromática con doble bolsa de manzanilla cargada de azúcar pues hacía frío. Ingresó gente común que pronto identifiqué como compañeros de viaje. Nada sospechoso. Recordé que en el despacho un pasajero joven algo preocupado con el sobrepeso de su equipaje con la despachadora del vuelo traba de conciliar el tema de sobrepeso. Dos maletas medianas un morral y una cosa forrada con una malla tupida negra con forma alta voz que insistía llevar en sus manos acusando que trataba de algo muy delicado. Lo logró sin mucho ruego. Entre los de la sala sentados todos aparte no sentí nada extraño pues había camaradería en el cruce de miradas. Al fin de cuentas éramos muy pocos en un avión pequeño. Volábamos con destino a Bahía Solano.
Por supuesto que recuerdo con detalle la inequívoca figura de cada uno de los ocupantes del avión: incluso pilotos. Puedo reconocerlos y ubicarlos de nuevo sin temor a equivocarme en la silla que ocuparon. El negro musculoso que se sentó atrás en la última silla y que el silbido de la sirena espantó en carrera por el corredor del avión. El negro gordo que ocupó la silla de enseguida que cuando el avión desplegó el tren de aterrizaje con malicia y humor afilado dijo: “soy del agua no del aire”. El negro que se acomodó en la silla delante de la mía que más tarde se mostró sorprendido pero no asustado. La linda joven alta y morena que se sentó en la segunda fila y que más tarde lloraría de miedo. La niña de seis o siete años que volaba acompañada y agarrada de su mamá. El personaje del paquete enmallado en forma de corneta que antes de subir al avión entregó a un operador de tierra de la aerolínea en un amago para que lo acomodara en la bodega de carga: “cuidado con la cara de enfrente que es muy delicada” pero que finalmente antes de cerrar la puerta del avión depositó en la zona de pasajeros. Los dos pilotos organizados con sus audífonos en la cabeza y listas de códigos de control frente a sus ojos en sus respectivas sillas. El tercero el aprendiz en la silla de la primera fila con manuales y apuntes pendiente de instrucciones y accionar de sus superiores. No supe sino al final que el comandante era una mujer.
Inició el vuelo. Sereno. Con mucha fuerza subió el avión hasta 15 mil pies de altura. Niveló. Fue entonces cuando arrancó el estruendo. En la parte de atrás del avión se disparó una sirena con la misma potencia y decibeles de las que usan bomberos y ambulancias en emergencias. Sordera. Pánico.
El sistema de alarma de un avión aunque desconozco el tema está diseñado para alertar los pilotos no los pasajeros. Pánico colectivo. El aullido no permitía ni hablar ni escuchar. Nadie se movía de su silla. Ojos como platos húmedos y rostros congestionados por el miedo. Ni una mirada ni señal alguna de alerta o tranquilizadora de los pilotos. ¿Será este el comportamiento normal de los tripulantes? El pasajero el del exceso de equipaje el que entregó el objeto extraño al operador de tierra sin signos de terror en su rostro y comportamiento normal con tranquilidad se colocó en los oídos tampones para bloquear el ruido. El pasajero que viajaba en la última banca del lado derecho del avión quien más tarde fue recibido en el aeropuerto de Bahía por alguien de la armada nacional activó su celular y no solo gravó imágenes de los pasajeros torturados por el pánico sino que capturó el audio del estruendo implacable de la sirena. En tierra a pesar de insistir no logré que me diera copia de la grabación que mientras nos esculcaba la policía aeroportuaria de Bahía me ofreció.
La inocentada enmascarada de emergencia considero debe tener una explicación legal por parte de la tripulación y la aerolínea. El comandante una mujer joven quedó satisfecha respondiendo a mi exigente demanda de una explicación con un: “Pudo haber sido un empaque o sello del sistema de cerrado y aseguramiento de la puerta mal ajustado”. Respuesta para mí y para todos los que fuimos víctimas insatisfactoria. Pues entiendo que el avión nunca fue declarado en emergencia los pasajeros nunca fuimos advertidos de ésta ni instruidos sobre la naturaleza del problema. Y el bramido de la sirena creo no corresponda a una alarma ni a un ruido provocado por un problema físico mecánico derivado del mal cierre de la puerta sino a una vulgar y atrevida inocentada urdida entre la tripulación y algunos de los pasajeros: cómplices todos: delincuentes.
Tan terrible irresponsable y perverso comportamiento debe ser investigado y esclarecido por las autoridades competentes hasta establecer responsabilidades. Sancionar los responsables. Resarcir como corresponda el daño causado a los pasajeros que fuimos víctimas de semejante atropello.
Sé que hay muchos conocidos y amigos que seguro van a leer esta crónica. Unos se sorprenderán y solidarios se unirán en una sola voz con la de mi queja. Otros también amigos y conocidos se molestaran y pensaran que todo esto no es más que alucinación y droga (como ya sugirió alguien) convencidos que lo que hago aquí no es otra cosa que tratar de hacer daño a esta empresa o ser machista sugiriendo debilidad o falta de experticia y capacidad profesional del comandante (en este caso una mujer joven) y su tripulación en este vuelo. De acuerdo estoy con ambos: cada uno asimila e interpreta lo que lee o escucha como quiere. No me interesa ni busco solidaridad con nadie. Sólo intento que la empresa y autoridades tomen acciones contundentes para que esto no vuelva a suceder. Por ningún motivo quiero ni siquiera imaginar que a alguno de ustedes le toque vivir una experiencia como ésta en un avión de ADES o en el de cualquier aerolínea. Sé que sería terrible. Sé que además de sentirse muy mal: agredidos y atropellados también se quejarían. No es de ninguna manera un avión el sitio para hacer una broma y si realmente trata de una emergencia ésta así sea una BROMA debe ser comunica de manera expedita a los pasajeros afectados por la tripulación responsable así sea uno solo el afectado (cómo sugiere alguno en su comentario).
Para terminar quiero con agradecimiento manifestarle a mis amigos y conocidos independiente de lo que opinaron sobre mi indignada queja. Que procederé a través de un derecho de petición o el amparo de la tutela a solicitar una explicación a la aerolínea con el único propósito de que una vez enterados de lo sucedido apliquen los correctivos disciplinarios necesarios y nos aseguren que BROMAS como ésta nunca más volverán a suceder en sus aviones.