Con la desaparición de la Unión Soviética cesó la ayuda externa a las organizaciones guerrilleras en la América Latina. En particular las centroamericanas (El Salvador y Guatemala) no tuvieron otra alternativa que negociar la paz. Por los mismos meses el sandinista Daniel Ortega perdió las elecciones presidenciales con Violeta Chamorro, y Cuba se resignó a no exportar más revolución en el continente. La más grande de las guerrillas, la nuestra, había pasado de cobrarle un impuesto al narcotráfico a traficar ella directamente con pingües utilidades. Se desentendió de los soviéticos y de los cubanos para valerse de la propia riqueza.
Farc y Eln, de modo especial, contaron con financiación suficiente para subsistir y adquirir armamento sofisticado, de tal forma que tenían plata para sembrar, procesar la cocaína y la heroína y venderlas y emular con el Ejército en material bélico y municiones. Tuvieron momentos críticos por obra del Plan Colombia y de las arremetidas de los dos gobiernos de Uribe y parte del primero de Santos, pero sin peligro de desaparecer, hasta el punto de que terminaron negociando la paz y firmándola contra viento y marea. Una de las preocupaciones que trasladaron a la etapa del posconflicto fue, sin duda, la de los cultivos de la hoja de coca, por copiosos e intensos, y por haberse abolido la aspersión.
Las miles de hectáreas cultivadas obligaron a los gringos a poner el grito en el cielo y a la oposición colombiana a divertirse con un argumento más en su propósito de torpedear el proceso. En efecto, los cálculos optimistas del Gobierno empezaron a estropearse por la lentitud que implica la erradicación manual en extensiones tan grandes. Los plazos no coincidían con los resultados y la presión del nuevo gobierno norteamericano aumentaba como si su demanda de alucinógenos, y la poca persecución que recibe allá, nada tuviera que ver con la oferta de los países productores.
Con buen juicio, el presidente Santos encomendó a su tercer vicepresidente, el general Óscar Naranjo, la tarea de coordinar las labores de erradicación por su experiencia en la lucha que libró desde la Dirección de la Policía contra el narcotráfico. La ha llevado a cabo con profesionalismo y sensatez, y hasta donde la polarización política lo ha permitido, sorteando estorbos como el que el señor Trump quiso atravesarle reduciendo la ayuda de su país en el presupuesto de 2018, jalándole más al saboteo que a la colaboración. Por fortuna, el Congreso hizo caso omiso de la proterva intención y sostuvo la cuantía sugerida por los expertos del Departamento de Estado.
Ni siquiera el fracaso de la política norteamericana antidrogas les ha infundido a los gringos, a través de sus manifestaciones más protuberantes, la paciencia requerida para evaluar las antiguallas que los contratiempos en la cooperación internacional aconsejan, perdiendo de vista que ellos son parte del problema. Además, son tan ascendentes los avances cualitativos de las empresas criminales, gracias a su organización y éxitos con la ampliación de sus mercados, que va tornándose procedente la vuelta completa de la represión a la legalización definitiva del consumo. El pallaqueo de señuelos se agotó.
En Brickell Avenue empresas de fachada borran el origen turbio del dinero girado.
Y en Manhattan, la Clearing House Interbank Payment System
distribuye por 150 bancos los depósitos viajeros de sus más acaudalados clientes
Contumacia es el nombre de la insistencia en el error, en la repetición de los estrellones con la realidad que negamos tercamente. Pero los norteamericanos no se sienten contumaces. Somos nosotros los perezosos, los equivocados, los lentos en la sustitución y la erradicación, o en el desminado. Exigir y sentarse a ver es muy cómodo. Al fin y al cabo el dinero que no se blanquea en los Estados Unidos se queda, se invierte y produce también en la legalidad. Brickell Avenue es el escenario donde las empresas de fachada borran el origen turbio del dinero girado. Y muy cerca de la oficina principal de la DEA, en el corazón de Manhattan, la Clearing House Interbank Payment System distribuye por una red de 150 bancos los depósitos viajeros de sus más acaudalados clientes.
Las técnicas de lavado se refinan a un ritmo equivalente al de la tecnología. Asombran las modalidades ideadas para transferir, salvar las utilidades y evadir impuestos, a pesar de que Trump se los redujo a las grandes empresas.