Los asesinatos de la CIA y los gobiernos de Uribe & Santos
Opinión

Los asesinatos de la CIA y los gobiernos de Uribe & Santos

Por:
diciembre 27, 2013
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El reciente reportaje de Dana Priest en el Washington Post (http://www.washingtonpost.com/sf/investigative/2013/12/21/covert-action-in-colombia/) es una buena muestra de cómo protege Estados Unidos a Colombia, su mejor aliado sudamericano en el frente militar. El reportaje tiene mucha tela que cortar en relación con las dos últimas grandes guerras estadounidenses: la de las drogas (la misma reportera publicó el pasado 27 de abril un documento igualmente detallado y significativo, U.S. role at a Crossroads in Mexico’s Intelligence War on the Cartels) y la guerra al terrorismo global que ha librado en Irak, Afganistán, Pakistán y un largo etcétera. Reportajes como los del Washington Post subrayan, por si hace falta, el papel central de las políticas estadounidenses en la configuración del poder en Colombia y la sinergia entre nuestras clases dirigentes y Washington.

El reportaje da pistas sobre el montaje de bombas gravitacionales inteligentes en aviones para las que no se diseñaron; sobre el tipo de recursos organizacionales y financieros para emprender, desde la Embajada en Bogotá, operaciones secretas de gran calado; sobre los dolores de cabeza de los abogados del gobierno de Obama intentado justificar los asesinatos selectivos de jefes de las Farc y el ELN o, antes, la operación de marzo del 2008 en la frontera con Ecuador. Pero, más importante, del reportaje se colige la predilección de Washington por el actual mandatario colombiano, el hombre de su entera confianza.

La ventaja de Santos sobre Uribe, su exjefe y antecesor en la presidencia de Colombia, nace de su capital cultural. La socialización política del niño Juan Manuel en Bogotá fue bien distinta a la del niño Álvaro en Salgar, Antioquia; que el segundo haya aprendido a cabalgar antes que a deletrear, a la postre no resulta tan favorable cuando se trata de manejar la lengua inglesa o el medio cosmopolita de tipo washingtoniano.

La idea de trabajar con bombas inteligentes se enunció primero ante el ministro Santos quien, antes de trasmitirla a su jefe, la verificó en Washington; desde allí le fue notificada a Uribe prácticamente como un hecho. Todavía más. El cuadro negro de protección de derechos humanos de Uribe causaba recelo al punto de que las claves de las bombas no se transmitían sino a último momento en el tiempo real de las operaciones. ¿Por qué? Porque los burócratas de Washington temían que Uribe las usara contra sus enemigos políticos y no contra los cabecillas de las Farc. ¿Por qué se las dieron a Santos en el 2010? Porque es su hombre de confianza que, según el reportaje, no los ha defraudado.

En el contexto de las conversaciones de La Habana, es evidente el total respaldo estadounidense a Santos (según las cifras se han asesinado unas tres veces más comandantes de Farc que bajo Uribe) y, de paso, resalta el error estratégico de Uribe quien, quizás por ser tan buen caballista, prefirió embestir desde el 10 de agosto de 2010 contra el “traidor Santos”, en lugar de unirse a la nueva estrategia santista de negociar en medio de la guerra, o sea, negociar con las Farc asesinando a sus jefes y causando el desorden (unas “Farc bocarriba”) que presume la inteligencia de Estados Unidos.

Más sensato hubiera sido que Uribe se tragara el sapo. ¿Cuántos se tragaron Vargas Lleras y Santos en los ocho años del mandatario antioqueño? Este pudo haber dicho desde el principio que la negociación de paz del sucesor se emprendía gracias a los éxitos de la guerra inclemente a las Farc.

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