La cita era a las 10:00 a. m. en el barrio Patio Bonito de la localidad de Kennedy. Allí seríamos testigos de la presentación de la Orquesta Big Band de la ASAB, la facultad de artes de la Universidad Distrital, en una de las múltiples actividades que semanalmente viene desarrollando el programa Cultura en Común del Instituto Distrital de las Artes, Idartes y la Secretaría de Integración Social en seis localidades de la ciudad y que a partir de agosto aumentó su cobertura a nueve localidades más.
Luego de encontrarnos con Carlos Mario Lema, fotógrafo del Idartes y el conductor de la camioneta que nos llevaría al PAS Bellavista de esta localidad, iniciamos nuestro recorrido. La dirección a la que nos dirigíamos no era fácil, por lo que decidimos acudir a la tecnología, que en estos tiempos parecería superara la destreza humana y activamos el GPS del celular y haciendo caso estricto a las indicaciones del mismo, tomamos una muy buena ruta y en treinta minutos estábamos ubicados en la zona a la que nos dirigíamos. El único detalle adverso fue que nuestra guía virtual afirmó una dirección que no correspondía a la de nuestro destino, que habíamos llegado al lugar indicado, lo cual no era cierto. Tal vez en su avanzada programación este retirado punto, no se encontraba registrado en su base de datos y es que precisamente ese es el encanto del programa Cultura en Común, llegar a los sitios más apartados de la ciudad a donde ni siquiera la magia de Waze lo logra.
Así es que tuvimos que recurrir al método tradicional, paramos en la esquina y preguntamos al parroquiano, que estaba esperando atravesar la calle, si nos podría indicar cómo llegar a la dirección. Aunque inicialmente se mostró dudoso, se acercó al carro y muy amablemente nos señaló por dónde seguir y nos explicó que a mano izquierda encontraríamos una pared pintada con un graffiti y que ese era el sitio que buscábamos. Dato efectivo.
Al llegar al PAS Bellavista ya se encontraba la orquesta probando el sonido y los primeros y muy puntuales asistentes, ya estaban ubicados en las sillas dispuestas para apreciar el concierto; eran unos pocos hombres y mujeres adultos mayores, que esperaban pacientemente y con la mente dispuesta a disfrutar aquel momento. Dina Luz Hueso, facilitadora del programa, me presentó a uno de los directores de la orquesta, Pablo Beltrán y con él inicié una conversación que me llevó a entender y reflexionar por qué es tan importante la experiencia del arte en el ser humano.
Lo primero que se me ocurrió preguntar, fue cómo en una sociedad tan violenta, con tanta desigualdad, en dónde lo que importa para muchos es sobrevivir día a día, puede llegar la música y en general las artes, a cambiar esta dura realidad. Su respuesta me llegó al alma, “En Colombia siempre ha existido la violencia, es muy difícil detenerla porque está muy arraigada en nosotros, entonces decirle a un niño que llega a su casa y se encuentra con todo tipo de maltrato, que no sea violento, es muy difícil. La única solución para cortar con ese ciclo de violencia es con el arte, porque le permite soñar y cuando él sueña que hay un mundo mejor, que va a llegar a los 18 años y podrá ser libre, va a ser capaz de romper ese yugo, porque va a tener una razón para aguantar ese maltrato que está sufriendo y seguir adelante, tendrá una motivación para pensar que hay un mundo diferente, porque el arte le permite soñar y crear un mundo diferente”. Esto es más importante de lo que uno se imagina, un niño que tiene la experiencia de asistir a un evento artístico, jamás replicará violencia, porque le queda en su conciencia que él puede crear algo que puede cambiar vidas.
Sin embargo, en mi cabeza seguía rondando la idea de cómo equilibrar esa constante necesidad y a la vez, soñar con el arte. Su respuesta fue realmente inspiradora, “lo que pasa es que cuando tú no tienes nada y recibes la posibilidad de soñar, eso es más que cualquier cosa, eso es algo que no te va a quitar nadie. En meses pasados compartí en mis redes una actividad durante una presentación en un Centro de atención al adulto habitante de calle, y muchos empezaron a atacarnos por no llevarles comida en vez de música, nos decían que a ellos eso no les servía, pero los habitantes de la calle que habían presenciado la actividad, aseguraban que ese era el día más feliz de su vida, porque ellos comían regularmente, tenían donde dormir regularmente, pero esto no lo tenían regularmente, entonces el arte, lo que uno siente, lo que uno vive, no se puede medir, sencillamente es algo que te toca y lo vas a recordar el resto de la vida, incluso en el peor de los momentos a tu cabeza vuelven aquellos instantes de felicidad y tranquilidad, el arte es capaz de crear mundos paralelos, de hacernos volar a lugares inexistentes”.
En Bogotá durante estos cuatro años renació al arte, programas como Cultura en Común permiten que los niños, jóvenes y adultos se den el permiso de crear arte y mostrar su trabajo, además de llegar a una población que antes no había sido tenido en cuenta. “La Filarmónica cuadriplicó el número de conciertos que hacía anualmente y la oportunidad de llevar las diferentes actividades artísticas a las localidades, permitió que la comunidad se acercara más y entendiera lo que hacen los artistas. Esta es una forma de vida que cambia mentes, somos psicólogos del alma. Lo que vendemos es felicidad por eso es tan difícil de cuantificar”, concluyó Pablo.
Se acercaba la hora de la presentación y minutos antes de iniciar, crucé unas palabras con Juan Carlos Castillo, el otro director de la Big Band, quien me comentó que ellos no sabían qué tipo de público los vería, cuando de repente, comenzaron a ingresar al salón filas de niños entre los tres y los cinco años que se fueron ubicando en las sillas y se confundieron entre los adultos mayores en lo que sería una maravillosa metáfora del principio y el fin de todo ciclo vital. “Este es un público maravilloso, es la primera vez que vamos a tocar para niños tan pequeños y adultos mayores, será toda una experiencia para los muchachos de la orquesta y para nosotros”.
Ahora sí, ya todo estaba listo, y sobre las 10.00 a. m. empezó el concierto. Para mi sorpresa el repertorio clásico de jazz, acorde totalmente con el vestuario de los músicos, parecía no ser el más adecuado para este tipo de público, pero la magia del arte fue invadiendo el ambiente, los niños, niñas y adultos se compenetraron totalmente con las melodías y con el tono pedagógico que los directores emplearon para presentar cada tema musical. El pequeño, gran auditorio, levantaba las manos, aplaudía y repetía el nombre de los instrumentos. Esta fue una verdadera demostración que lo que transmite el arte, no tiene edad, es simplemente la posibilidad de soñar y sentir. Fue casi una hora recreándose con nuevas melodías, con el sonido de instrumentos que tal vez no conocían, como el trombón, y una experiencia única para todos los presentes, porque el arte le llega a todos y todas, sin excluir, sin privilegios, porque el arte toca corazones y cambia vidas.
Terminó la presentación, los asistentes aplaudieron emocionados y los artistas se llevaron un gran recuerdo de este día, “es el mejor público que hemos tenido, el más exigente, logramos captar su atención con temas musicales que no están acostumbrados a escuchar, pero precisamente lo hicieron de una forma espontánea, porque ellos están dispuestos y abiertos a aprender y a disfrutar. Esta presentación fue maravillosa”, concluyó Juan Carlos Castillo.
Hacía las 11:30 a. m., Carlos y yo iniciamos nuestro viaje de regreso y puedo asegurar que después de esa visita a una de las actividades del programa y presenciar el milagro que produce la música en los corazones, entendí que los héroes son aquellos capaces de salvar vidas y eso son los artistas.