Los arroceros y la ley del embudo en Casanare

Los arroceros y la ley del embudo en Casanare

"Ellos solo piensan en seguir trillando billete como arroz, pero no en el bienestar de la región donde germina la semilla que les da ingentes ganancias"

Por: Oscar Medina Gómez
septiembre 09, 2019
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Los arroceros y la ley del embudo en Casanare
Foto: Trapiche Evolution - CC BY-SA 3.0

Por estos días de cosecha arrocera —donde el 85 por ciento se recoge anualmente entre agosto y septiembre— el molino de Arroz Diana, en la vía Yopal-Morichal, se ha convertido en un atentado abierto y descarado no solo contra la vida y seguridad ciudadana sino contra la infraestructura vial del departamento. Como su patio interior de parqueo es insuficiente, los dueños de este emporio industrial no vieron inconveniente alguno en invadir y destruir la vía.

Diariamente, en una larga fila de espera frente al molino vemos entre 200 y 250 tractomulas cargadas de arroz paddy, para su proceso de limpieza, secado y trillado. Además de ser potenciales causantes de graves accidentes de tránsito —por las peligrosas maniobras que hacen los “muleros”—, las mulas se roban un metro adentro del asfalto. Mejor dicho: son 50 toneladas de peso las que destruyen sin piedad la carretera (35 toneladas que pesa el arroz en cascarilla más las 15 toneladas que pesa el vehículo).

Este espectáculo no solo ocurre en arroz Diana. También en otros molinos como San Rafael, Blanquita, Sonora y muchos más. El daño evidente por sobrepeso que las tractomulas le causan a la red vial departamental es tal, que un gobernador tendría que destinar prácticamente todo su presupuesto de inversión para repararlas. ¡Y no le alcanzaría esa plata!

Transitar por las vías primarias y secundarias de Casanare es un drama. Y los alcaldes de los municipios donde se cultiva y recoge la cosecha no toman medidas. ¡Guardan un silencio cómplice!

Este drama vial para miles de familias de zonas veredales en el norte, centro y parte del sur de Casanare se está repitiendo hace décadas en prácticamente todas las vías por donde se saca anualmente la cosecha de arroz y en los molinos que lo trillan. Paz de Ariporo, Trinidad, San Luis de Palenque, Pore, Yopal-Aguazul, Maní, Morichal, Tilodirán-Quebradaseca, El Algarrobo, …tienen sus vías primarias y secundarias de acceso corroídas por el cáncer que produce en ellas la irresponsabilidad, el descaro y la avaricia de los señorones del arroz.

Personajes que al verlas destrozadas lo único que hacen es poner contra la pared al gobiernos para que las arregle mientras llega la próxima cosecha. Mejor dicho: el gobierno paga lo que yo destruyo. Y yo me lucro con las ganancias del negocio. ¡Así quien no!

A nivel nacional siempre Casanare ocupa los primeros lugares en la producción anual estacional de arroz paddy verde. Según Fedearroz en 2017 se sembraron, en redondo en 12 municipios, 162 mil hectáreas que produjeron 800 mil toneladas del grano. En 2018 las cifras de siembra y cosecha del cereal secano estuvieron por el orden de las 130.000 hectáreas y las 710 mil toneladas. Las cifras de 2019 estarán en esos rangos.

Sobreproducción, sobreoferta que genera crisis de bajos precios y altos inventarios del grano, con los consabidos lloriqueos de los arroceros. Que siempre alegan que están quebrados. Hace unas semanas, por el cierre de la Vía al Llano entre Villavicencio y Bogotá debido a los continuos derrumbes de la Cordillera Oriental, los arroceros lloraron a mares y el gobierno les dio cerca de 15 mil millones de pesos, como ayuda para que los “pobrecitos” pudieran embodegar y almacenar su arroz y no sufrieran pérdidas económicas. Pérdidas que sí tienen que padecer decenas de colombianos.

Los arroceros siguen pasando de agache. Ellos, sin que le quepa la menor duda a nadie, son los mayores responsables del constante e inocultable daño de las carreteras casanareñas. Lejos, muy lejos, de la satanizada industria petrolera. Riqueza petrolera que claramente es la que, en el caso de Casanare, sacó al departamento de su provincianismo y región olvidada, para darle el impulso y desarrollo que hoy tiene, comparada con lo que era en las décadas del 80 y 90. No voy a hablar aquí del tremendo impacto ambiental que los arroceros causan a las aguas. Lo haré en otra columna.

En Casanare jamás hemos visto que los arroceros construyan parques infantiles, ayuden a mantener zonas verdes y mantenga el ornato en los separadores de las vías urbanas, aporten para construir centros de salud y escuelas, apoyen económicamente campañas para los desplazados, contribuya con mercados y alimentos para los más pobres, brinde su mano amiga en las duras épocas invernales, se compadezcan con los indigentes, drogadictos, prostitutas, madres solteras y ancianos, construyan o ayuden a construir jardines infantiles, ancianatos y comederos comunitarios de paso. O que en épocas especiales como diciembre, regalen alegría por medio de juguetes a los niños pobres. Nada es nada. Ni un solo programa social y comunitario. Los arroceros tienen en mente solo hacer plata. Llenar sus maletas con dinero.

Los cultivadores y los dueños de molinos procesadores del grano solo piensan en seguir “trillando billete como arroz”, pero no en el bienestar de la región. A Casanare, la tierra donde germina y se produce la semilla que les da ingentes ganancias anuales y les permite darse vida de reyes y reyezuelos, no le devuelven ni revierten un dólar.

Ni desde la gobernación y menos de las alcaldías se toman medidas serias para poner en cintura a los descarados dueños del arroz. A esos personajes —que como a los ganaderos les encanta solo posar de filántropos y patriotas con un whisky y un tabaco en la mano— toca meterlos en cintura. Sentarlos a la mesa. Pero no a comer arroz con mariscos. No. Hay que exigirles que se metan la mano al dril para reparar nuestras vías. Obligarlos a que les duela el departamento y le devuelvan a Casanare alguito de los millones de dólares que se han embolsillado y comido. Digo yo.

Ñapa: Y Juan Bernardo Serrano, flamante candidato verde a la gobernación y reconocido poderoso industrial del arroz, no dice ni pío.

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