Por fin y después de cumplir todos los estrictos requisitos pude visitar los archivos de la exposición de Beatriz González en la galería El Parqueadero que hace parte del Museo Miguel Urrutia. La verdad: nada aportan a su obra. Es una veleidad que pagó el Banco de la Republica. Los registros periodísticos de sus cuadros están en la exposición. Tal como lo incluyó la exposición original que son obligatorios en cualquier artista Pop que se inspira en los medios de comunicación. El resto es el archivo de cualquier artista que guarda desde las invitaciones a sus exposiciones, los reportajes que más le interesaron, las fotos cuando era joven, los planos que le ayudó a hacer el marido. Su audaz interés como curadora del Museo Nacional, donde hizo un buen trabajo. Su enfrentamiento con Gloria Zea entre otros enemigos de su historia pequeña. Los viejos recuerdos de las postales de sus amigos. Sus fotos en las inauguraciones. Subrayó su nombre con regla y tinta azul en los artículos que la citan.
Todo es un indiscutible error. Un desliz egocéntrico donde además necesitó dos curadores… ¡Qué desproporción! Bien podría la directora cultural del Banco explicarnos el costo de este abuso. O por lo menos se lo explique a su jefe el Dr. Echavarría. ¿A quién carajo le importa su primer dibujo precario, viejo y sin carácter? ¿A quién le importa un estudio manchado de café que le pareció justamente interesante por su mancha moderna u otro roto y olvidado en un rollo de papel carcomido por el tiempo? Todo es una verdadera desproporción.
El solo montaje es un delirio de grandeza. Los curadores no aportan nada. Ni muestran criterio alguno; todo corresponde a lo que a Beatriz González le interesa. Es cierto, ella utiliza distintas “camisetas” para buscar recursos en las chequeras de la cultura. Y, el horror no termina acá: una mujer que ha batallado por su verdad en su obra a pesar de los rechazos del tiempo, en esta ocasión le salió lo provinciano de su mundo quieto. Y en estos días, como para no perder la ocasión ni el tiempo, sale otra vez su libro- que seguramente es interesante- sobre la caricatura en Colombia. Aprovechemos el momento, ahora con la camiseta de historiadora. ¿Será que los curadores - sin más criterio que el suyo- también ordenaron los archivos de la historiadora?
Luis Caballero, Sin título, 1972
En estos dìas de inseguriad y con el severo invierno continuo, me quedé corta con muchos de los artistas de la Galería el Museo. Me interesó el bello dibujo- pintura de Luis Caballero. Ese artista, también tuvo su momento sublime cuando su vida no tenía el alcance de sus dibujos contundentes sobre la sexualidad como obsesión. Podemos referirnos a una época neutra a donde la figura humana estaba desnuda y al descubierto. El desnudo sin las sensaciones, sin las atracciones del hombre que le interesó después de llegar al clímax que el filósofo Bataille describe por segundos como a un hombre muerto.
Fernando Botero, Autorretrato,1982
De Fernando Botero, la exposición tiene tímidas aproximaciones: una obra que se deriva se su intervención en la iglesia de Pietra Santa en Italia donde el maestro pinta al diablo encima. Tema que ha simbolizado toda su vida como rebelde católico. La serpiente cae de una rama a una familia. O, la que acompaña a Adán y Eva. En el Bodegón que presenta la exposición el dibujo es una expresión sublime donde el artista cuida y maneja el lápiz como un maestro de la historia del arte. Creo que lo aprendió de Ingres. La manera de trabajar y de expresar, hace parte de la manera como maneja el lápiz.
Fanny Sanín, serie 2, 1968
Fanny Sanín está representada con una obra temprana de estudiante. Corresponde al mismo principio del trabajo de Beatriz González. Antonio Roda era el brillante y atractivo profesor que les marca la pauta abstracta. Hoy en día en su cauteloso mundo de la geometría y el color, Sanín es una maravillosa artista que hace unos días, tuvo una reseña de una página en el New York Times.