Con los hechos que suceden actualmente en la Amazonía boliviana y brasileña es inevitable no asumir que las acciones descuidadas del gobierno de Bolsonaro tienen una responsabilidad gigante en los sucesos, pues con sus últimas movidas de deforestación y aprovechamiento de terrenos para la ganadería y la industria han logrado dejar sin defensas naturales a kilómetros y kilómetros de selva virgen amazónica que hoy enfrenta una sequía de grandes magnitudes, esto además de la cantidad de comunidades indígenas que han sido desplazadas y asesinadas por las fuerzas armadas brasileñas y algunos grupos paramilitares.
Ante tal ecocidio surgen muchos comentarios negativos respecto a la responsabilidad del sistema capitalista, hoy empleado en gran parte del mundo como base de la estructura económico-social, en la destrucción de los recursos naturales, el aprovechamiento desmedido de los minerales y la extracción y manipulación irresponsable de residuos contaminantes en aras de generar activos monetarios que benefician a unos pocos.
Dicho sistema siempre ha tenido sus detractores y también quienes lo han apoyado a sangre y espada, pero hoy es momento de dejar en claro que los opositores del capitalismo siempre han sido malinterpretados, llevando sus ideas a extremos que no encajan de ninguna manera con lo que el planteamiento anticapitalista sostiene, generalmente asociados a movimientos comunistas o socialistas se han dejado sus ideas a un lado como locuras irrealizables o simples pensamientos hippies.
Lo cierto es que el anticapitalismo nada tiene que ver con dejar de trabajar, esperar que todo sea regalado o vivir en una choza de paja, bañarse en el río y cultivar nuestra comida, no lo es tanto así. La base del anticapitalismo sostiene el aprovechamiento de los recursos y una distribución más equitativa de aquello que a todos pertenece, aceptando la dualidad entre ricos y pobres, pero disminuyendo enormemente el margen entre unos y otros, restándole un gran porcentaje a la miseria y la pobreza extrema.
El anticapitalismo no plantea que no existan ricos, pues la medida del trabajo siempre generará diferencias sociales y económicas, pero sí está en contra de las riquezas absurdas e innecesarias, pues que alguien tenga 6 haciendas con 25 habitaciones cada una y que su utilización se reduzca a una habitación y una sola hacienda, mientras otros resisten las gélidas noches bajo cartones en las calles es una burla inmoral e inhumana.
Ningún sentido tiene pues que estos millonarios cada día se hagan más ricos de manera innecesaria a costa de los recursos naturales, en actos que contradicen la inteligencia humana, acabando con los recursos naturales limitados del mundo solo para obtener más dinero y más propiedades que no van a utilizar, para llenar sus egos inútiles a costa de la supervivencia de la especie humana.
Así es entonces como el hablar de anticapitalismo es mal visto como un discurso de vagos soñadores, pero que hoy, quizás hace años, nos empieza a dar la razón: el sistema debe cambiar, pues mientras siga existiendo la obsolescencia programada, el consumo desbordado y las riquezas enormemente desaprovechadas no nos quedará mucho por lo cual vivir, ni siquiera al más millonario.
“El planeta puede quemarse, congelarse, inundarse y contaminarse, pero siempre encontrará la manera de evolucionar, sanar y continuar... En cambio, los seres humanos, débiles y frágiles, estamos firmando nuestra propia extinción”.